La escultora Raquel Cohen en su taller de Ñao (Cabranes) en 2012. Foto / Irma Collín.
El pasado viernes fallecía en el Hospital de Jove (Gijón) la artista norteamericana de origen judío Raquel Cohen, que en 2010 recaló en uno de los valles más silenciosos de Asturias llevando consigo sus esculturas de luz, tras un largo peregrinar que la había llevado por cuatro de los cinco continentes. Su vida, su arte y su compromiso con el entorno fueron protagonistas del reportaje que ATLÁNTICA XXII le dedicó en su número 23, de noviembre de 2012, y que en su homenaje reproducimos a continuación.
Luis Feás Costilla / Periodista.
Nacida en Chicago a finales de los años cuarenta, Raquel Cohen se trasladó a Boston el año de la revolución de las flores, 1968, decidida a estudiar Bellas Artes para forjarse una carrera artística. Pero, después de año y medio, su “vena nómada” se impuso y prefirió pasarse toda la década de los setenta viajando. En Sudamérica, donde vivió cinco años, recorrió distintos países y expuso en ciudades como Lima, Santiago, Buenos Aires o Saõ Paulo sus primeros trabajos, hechos con materiales que encontraba en las playas. También viajó al Sahara y a otros países habituales de la peregrinación hippie de aquellos tiempos, como pueda ser Nepal, hasta que en 1980 se estableció en Barcelona, atraída por el ambiente del Raval y el barrio chino y la recién recuperada democracia española. Al cabo de un tiempo se compró una casa con jardín en las afueras, cuyas imponentes vistas sobre la ciudad de noche inspiraron sus esculturas de luz. Allí vivió treinta años, hasta que el progreso mal entendido, el desarrollismo de los Juegos Olímpicos y la torre de Collserona, de casi trescientos metros, proyectada por el arquitecto Norman Foster y que le tapaba las vistas, le hicieron sentirse incómoda. También contribuyó un ambiente cultural cada vez más nacionalista y menos cosmopolita.
Hizo las maletas y se trasladó a Asturias, a la aldea de Ñao, en el hermoso concejo de Cabranes. No lo hizo de vacío, sino que cargó consigo aquellas piezas artísticas que consideraba más importantes o que simplemente no había llegado a vender a una clientela que empezaba a apreciar no solo el valor decorativo sino intrínsecamente artístico de sus esculturas, fueran éstas de interior o de exterior. Con la ayuda de otro amigo arquitecto rehabilitó un llagar para instalar allí su taller y un espacio diáfano en el que exponer lo ya realizado y que la gente del pueblo llama con razón “el museo”, pues, aparte de albergar su colección, recuerda al edificio central del guipuzcoano Chillida Leku, con sus paredes maestras sustentadas por grandes vigas de madera. Pocos metros más arriba se habilitó también una vivienda, asimismo decorada con varias de sus esculturas luminosas, a la que acceden sobre todos sus amigos, que pueden disfrutar de un relajante cenador en el jardín o de un salón de techos altísimos que invita tanto a la lectura como al baile, mientras el museo está abierto a todo el mundo.
Varias de las características esculturas de luz de Raquel Cohen. Foto / Irma Collín.
Acosada por el fracking
Porque, de la misma manera que durante toda su carrera ha rehuido del servilismo que supone introducirse en el mundo del arte, en el circuito de galerías, inauguraciones y otros fastos semejantes, a pesar de haber realizado exposiciones y mostrado su obra en Alemania, Raquel Cohen tiene claro que el espacio en el que guarda sus esculturas, y que considera “mi propio templo”, es un lugar lleno de vida que ha de ser necesariamente compartido con los demás, como si de una obligación moral se tratase. Así, entre sus piezas de luz y tela metálica, se han realizado experiencias de meditación y cursos diversos de técnicas artísticas, cuando no tertulias y actos literarios, con un espíritu comunal que ya se está convirtiendo en un referente de la cultura local, en un rincón de Asturias que no por apartado carece de pretensiones intelectuales. No en vano, la obra de la artista norteamericana remite a una mística new age, de colaboración e intercambio espiritual y afectivo, llena de símbolos, como el barco solar egipcio, el laberinto o la escalera, que hablan por sí mismos de una vida trascendente, que se sale del yo y busca en los otros la íntima comunión con el entorno visible e invisible.
Raquel Cohen se encuentra a gusto en Asturias, cuya naturalidad y ruralidad admira, y por eso lamentaría tener que marcharse por culpa de las prospecciones que una empresa de fractura hidráulica (fracking) quiere realizar en los alrededores, en busca del gas del subsuelo. Los sondeos, impulsados por la sociedad Petroleum Oil & Gas España SA, participada en un 20% por HUNOSA, no tienen más propósito que el especulativo y, según denuncian los grupos ecologistas, pueden causar graves impactos ambientales, el más preocupante de los cuales sería la contaminación de las aguas subterráneas y de superficie de los concejos de Villaviciosa y Cabranes. La práctica de esta técnica extractiva ha sido prohibida, o al menos sometida a moratoria, en países como Francia, Bulgaria, Sudáfrica y algunos Estados de EEUU, como Nueva York, Nueva Jersey, Carolina del Norte y Vermont. Sería lamentable que acabara expulsando a esta artista errante que parece que por fin ha encontrado su lugar en el mundo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 23, NOVIEMBRE DE 2012
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