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Asturies, entre el grandonismo y la renuncia
«La grandonería precede siempre ente nós, pero raramente s’espresa en términos sociales, de manera cívica. […] asina que pal esterior namás nos queda l’abandonu». Milio Rodríguez Cueto en Vistes Lliteriaries
Artículo publicado en el número 58 de ATLÁNTICA XXII (septiembre de 2018), dentro del monográfico dedicado a la nueva identidad asturiana.
David Guardado | Filólogo licenciado en filología inglesa y especialista en lengua asturiana
En mayo de 2014 el presidente del jurado de los premios Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, el navarro Pedro Etxenique (galardonado él mismo con el premio en 1998) daba una charla en Uviéu en la que proponía cinco consejos para el progreso de Asturies.
La receta se basaba en la potenciación de cinco ejes que, aclaraba, son aplicables a cualquier sociedad y que él ya había aconsejado a los vascos: «educación, investigación, competitividad, cultura abierta al mundo sin olvidar las raíces y Estado del bienestar». Al desarrollar el cuarto ejemplificaba: «en el caso vasco, cuidar la lengua vasca. Porque sólo se puede ser universal respetando la particularidad concreta».
Situémonos ahora apenas diez años atrás y retrocedamos hasta 2003; comienza la segunda legislatura de Tini Areces y el presidente anuncia que el consorcio internacional que impulsa los estándares de la web, W3C, va a instalar una oficina en Asturies. En la presentación, Areces comenta que «se está escribiendo una de las páginas más importantes para el desarrollo de Asturias» y presume de que «el Principado está a la vanguardia de las nuevas tecnologías». Tras un acto posterior, ante un grupo de asistentes, alaba las virtudes de Asturies para la ubicación de W3C y entre ellas introduce una llamativa: «aquí la única lengua oficial es el castellano».
¿POR QUÉ SOMOS TAN GRANDONES?
Si preguntamos a propios y extraños por una única característica que resuma el carácter asturiano, en la mayoría de los casos recibiremos la misma respuesta: el grandonismo. Esa condición que parece condensar una mezcla de complejo de superioridad y apatía, fue descrita hace casi 100 años por Eugenio Noel cuando nos definió como un país «consumido por una morriña exquisita» y «que no es cariñoso por mostrarnos que lo es; se ama tanto que irradia cariño».
El grandonismo está directamente relacionado con lo que el sociólogo Pablo San Martín, autor de La Nación (im)posible (Trabe, 2006), plantea como una de la constantes que se utilizan para describir nuestra identidad; «el énfasis en el espíritu asturiano de independencia, su resistencia contra cualquier intento de invasión y la fuerza y ferocidad de sus habitantes», que se concreta en una sucesión de gloriosos hechos históricos y que se sintetiza en un momento esencial; el de la constitución del reino medieval de los astures, íntimamente ligado al Mito de Covadonga. Por su parte, el historiador Faustino Zapico, autor de La revolución de mayu de 1808 (Trabe, 2008) recuerda que la tradición historiográfica nacionalista en España, presenta a Asturies como una «fiera dormida que despierta en determinados momentos para rescatar las esencias patrias», y también que a ese discurso no ha sido ajena la izquierda que ha incorporado a su narrativa la épica sobre la Asturies inquebrantable e insumisa. De hecho, ha incluido también sus propios elementos, como la revolución del 34 o la resistencia antifranquista, en una cadena preexistente y transversal (resistencia contra Roma, oposición a los visigodos, derrota de los musulmanes, lucha contra los franceses….).
En ese sentido el Mito de Covadonga es, según San Martín, un significante vacío que funciona como punto nodal, porque cada interpretación del mismo «actúa siempre como filtro de una narrativa histórica sobre Asturies» y «modifica el resto de componentes».
Así, volviendo al grandonismo, ¿cómo no se va a sentir grandón un pueblo al que le cuentan que salvándose a sí mismo ha salvado a España, a Europa y a Occidente? ¿Qué tiene que demostrar quien piensa que ha salvaguardado la cristiandad, ha frenado a Napoleón y es a la vez un faro para los obreros del mundo? No obstante, este discurso funciona como una ideología compensatoria ante el complejo provocado por una realidad histórica incontestable; la de un país pobre, periférico, que ha enviado a buena parte de sus hijos e hijas a la emigración y cuya imagen en el exterior fue durante siglos la de un pueblo inculto, mísero y, junto con el gallego, no pocas veces objeto de mofa y desprecio.
Y por ello, según el politólogo Francisco Llera Ramo, «como consecuencia política de nuestro grandonismo acomplejado, profundizamos en la estrategia, poco acertada y confusa, de que la diferencialidad asturiana estriba, precisamente, en renunciar a ser diferentes». Este concepto, que Amelia Valcárcel y Ramón Cavanilles denominaron «miserabilismo», se condensa con precisión en la frase pronunciada por Posada Herrera en 1881 y que Fermín Canella rescata en 1915: «Asturias renunció a sus fueros y libertades ante el interés de la unidad nacional». Porque esa es una de las claves del grandonismo que impregna incluso los discursos de algunos políticos asturianos a día de hoy y que rezuman una prevención ideológica contra todo lo que tenga que ver con la identidad; no es que no seamos diferentes, sino que renunciamos a serlo; no lo somos «porque no queremos».
EL PARTICULARISMO FRANQUISTA: ORÍGENES Y PERVIVENCIA
El pensamiento que desarrolla los discursos de identidad relacionados con Asturies durante la dictadura es denominado por San Martín «Particularismo franquista» y se articula a través de un corpus que «construye una idea de Asturies como sujeto histórico al mismo tiempo que la disuelve progresivamente» en un sujeto más amplio. Es decir, concibe Asturies como una pieza al servicio de una idea de España entendida como una unidad étnica, lingüística y, en definitiva, nacional.
No obstante, este discurso no surge en el franquismo sino que durante el mismo se consolida adaptándose a los parámetros esencialistas del régimen, pero es un relato que bebe de los cambios acontecidos en el siglo XIX y que se configura en las primeras décadas del siglo XX de la mano de intelectuales de gran prestigio como Menéndez Pidal o Sánchez Albornoz, que reinterpretan en clave nacionalista tanto la historia de España como la del idioma castellano tras la grave crisis del 98.
En ese contexto debemos entender la coronación de la Virgen de Covadonga en 1918, recordada en 2018 con un tricentenario que, al igual que entonces, aúna el recuerdo de la constitución del reino asturiano, la exaltación de la monarquía y una interpretación de Covadonga como cuna de España que justo hace cien años se fijó a través de un himno creado ex profeso.
Este relato ha sido superado ampliamente, por ideológico y esencialista, en los ámbitos académicos de los que procede pero continúa impregnando los discursos de parte del establishment asturiano, y no es difícil intuir tras el mismo parte del germen del grandonismo asturiano y su cara menos amable; la apatía, la inacción y la renuncia a ser.
CUARENTA AÑOS ATRÁS
El periodista Juan de Lillo en Asturias: una crisis permanente (Ayalga, 1978), un libro ya referencial, hablaba hace cuarenta años de una sociedad «despreocupada, inconsciente, apática, abandonista o alienada» que era incapaz de reaccionar como comunidad articulando un discurso que permitiera superar el «deterioro de la vida regional».
No obstante, en ese momento de profunda crisis, se abría el abanico de posibilidades para repensar el encaje de las distintas identidades tras cuarenta años de una dictadura que había cultivado la fantasía colectiva de una uniformidad basada en la identificación de Castilla con España, y se comenzaban a definir discursos alternativos al Particularismo franquista, en cuya teorización, además de lo que se considera habitualmente como el núcleo fundacional de Conceyu Bable, participaron personas como Amelia Valcárcel, Pedro de Silva o Juan Cueto, vinculados en ese momento o posteriormente al PSOE o su entorno cultural.
Pero desde las fuerzas políticas hegemónicas y muy especialmente desde la FSA, aunque hubo tímidos intentos y se dieron algunos pasos, no se aprovechó el momento histórico de la creación de la autonomía para actualizar y resignificar los elementos que unen a los asturianos adaptándolos a los nuevos tiempos y se mantuvo la estrategia del particularismo y la renuncia pensando, probablemente, que con ello se favorecía un proyecto común de carácter universalista.
LEVÁNTATE Y ANDA
La actual crisis territorial, económica e institucional, abre de nuevo, como sucedió tras el 98 y en la Transición un tiempo propicio para repensar lo que somos y lo que queremos ser. En ese sentido, Pablo San Martín apunta que con el 15-M «una generación toma conciencia de la situación y fracasa una narrativa sobre la realidad, lo que abre la posibilidad, también en Asturies, de articular nuevos discursos que aspiren a ser hegemónicos».
De hecho, los cambios en el panorama social e institucional, como la irrupción de Podemos y la asunción de la cooficialidad del asturiano por parte del PSOE –cuyo cambio de posición y debate interno en esta cuestión representan para el sociólogo «una metáfora de lo que sucede en la sociedad asturiana»– son señales de que es posible articular nuevas mayorías sociales que cambien el rumbo histórico de grandonismo y renuncia. No obstante, advierte también San Martín, en situaciones como la presente, «el cuerpo discursivo se parte en dos, se generan equivalencias y aparecen antagonismos». En nuestro caso, y por contagio de la situación en Cataluña, asistimos a la difusión sin complejos de un discurso recentralizador que, al igual que a principios del XX, ofrece a Asturies profundizar en la cultura de la renuncia.
En cualquier caso, la situación de Asturies sigue precisando una nueva narrativa que nos permita encarar el futuro como un colectivo que confíe en sus posibilidades de progreso, y el relato alternativo que existe y que, sin duda, también necesita redefinirse es el que propone una idea de Asturies que busque sin complejos un sitio propio entre los pueblos de España y del mundo. Porque no parece posible salir de bucle grandonismo-apatía-abandono-renuncia que nos ahoga históricamente sino comenzamos a aspirar a la universalidad desde nuestra particularidad concreta, y ya nunca más renunciando a ella.
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