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Colombia, la paz en su laberinto

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Colombia, la paz en su laberinto

Guerrilleras formando en la X Conferencia Nacional Guerrillera de Colombia. Foto / El Rebelde Medios Alternativos.

Daniel Ortega / El Rebelde Medios Alternativos (Colombia).

El 2 de octubre la sociedad colombiana se dirigía a las urnas para refrendar los acuerdos de paz construidos entre las FARC-EP y el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Debían responder con sí o no a la pregunta: ¿apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera? Durante cuatro años, las partes mantuvieron diálogos en la ciudad cubana de La Habana, agrupados en torno a seis grandes ejes: política de desarrollo agrario integral; participación política; fin del conflicto; solución al problema de las drogas ilícitas; víctimas; e implementación, verificación y refrendación.

El 24 de agosto, luego de múltiples altibajos, tensiones e incluso rupturas durante el transcurrir de las conversaciones, alcanzaron un acuerdo final. Concluía de esta forma la más difícil de las etapas, o al menos así se creía: que las FARC-EP y el Gobierno Nacional, después de más de cincuenta años de guerra y de reiterados intentos de negociación infructuosos, se pusieran de acuerdo para construir una salida política y negociada al conflicto armado. Solo hacía falta el refrendo popular.

Para sorpresa general, en el plebiscito ganó el No. Lo hizo por un estrecho margen: 50,21% (6.431.376 votos), frente al 49,78% (6.377.482 votos) que optó por el Sí. Por el lado del Sí, las diferentes campañas llenas de triunfalismo no supieron leer la diversidad colombiana ni sus territorios. Múltiples errores en su labor pedagógica, como en la elección de sus portavoces, truncaron el triunfo del voto afirmativo, poniendo al país en la incertidumbre en la que se encuentra.

A pesar de todo, Santos ha recibido el impulso del premio Nobel de la Paz y las FARC han reiterado su voluntad de dirigirse sin vuelta atrás hacia el abandono de las armas. El escenario es hoy complejo, con las fuerzas de derecha presionando para influir en las negociaciones. Por una parte se perfila un acuerdo entre élites para modificar en algunos puntos el acuerdo, con la presencia de los sectores del No y del Gobierno, mientras que la movilización social y diferentes sectores defienden en las calles el acuerdo logrado y presionan para conseguir una discusión política amplia, democrática y popular para superar la guerra como forma de desarrollo de la política.

Movilización ciudadana

Horas después de conocerse el resultado del plebiscito, en medio del limbo jurídico y político, un grupo de estudiantes y ciudadanos se encontraron espontáneamente en el Park Way (uno de los parques de Bogotá) para hacer una vigilia por la paz. En ese momento surge la idea de citar una asamblea para el día siguiente en el mismo lugar buscando escuchar opiniones sobre lo ocurrido y propuestas para salvar el proceso de paz.

Por las redes sociales se corre la voz de una asamblea ciudadana. El lunes 3 de octubre se dan cita más de 300 estudiantes, trabajadores, pensionados, artistas y demás, sin distinción de si votaron Sí o No, buscando no polarizar más el país, y con el objetivo de salvar el proceso de paz. En esta primer asamblea se decide asistir a una gran marcha organizada por estudiantes esa misma semana, se convoca la siguiente asamblea para el jueves 6 en el mismo lugar y se adopta el nombre “Paz a la Calle” para esta movilización ciudadana.

Esta asamblea fue transmitida en vivo por redes sociales, colombianos en el país y el mundo se inspiran en este ejemplo y empiezan a organizar Paz a la Calle en sus propias ciudades; sin ninguna conexión real entre los movimientos, empiezan a hacerse asambleas y movilizaciones en Medellín, Barranquilla, Cartagena, Cali, París, Nueva York, Madrid y muchas ciudades más.

La marcha del miércoles 5 de octubre empieza más tarde de lo usual, desde más de 30 universidades de Bogotá inician marchas con miles de estudiantes acercándose al Planetario Distrital (punto de encuentro) para la tercera marcha del silencio. 100.000 estudiantes inundan las calles de Bogotá exigiendo al Gobierno que se mantenga el cese al fuego bilateral, la defensa de los acuerdos firmados y la celeridad en el cumplimiento de los mismos. Con la plaza de Bolívar llena, todavía una marcha con más de 30 calles de longitud intenta llegar; a las 10 de la noche apenas están llegando los últimos manifestantes, después de más de 5 horas de marcha.

Son las víctimas las protagonistas de todos los actos en las calles, en las marchas o en los escenarios académicos de universidades. Ellas dan testimonio de su capacidad de perdón y de la tristeza que viven al sentir que “las ciudades les dieron la espalda”. Y es que las víctimas vienen trabajando fuertemente en la mesa de diálogo, son el único movimiento social organizado que influyó directa y activamente en las conclusiones de las negociaciones, son ellas quienes hicieron un monumental trabajo político en sus regiones que se hace evidente con el triunfo del Sí en las zonas históricamente golpeadas por la guerra.

Un día después de la marcha, la segunda asamblea de Paz a la Calle supera todas las expectativas, más de 700 personas reunidas debatiendo propuestas. ¿Cuáles son los principios y objetivos de esta movilización ciudadana? Paz a la Calle busca ser lo más democrático, incluyente y horizontal posible, y esto se ve reflejado en sus formas de trabajo: después de unos breves informes de la situación actual del país y las comisiones de trabajo (comunicaciones, logística y territorial) se hacen grupos de no más de 20 personas para garantizar que todo el que quiera hablar sea escuchado y sus aportaciones recogidas. Después del trabajo en grupos se recogen las conclusiones de todos y se hace un resumen en plenario. Paz a la Calle decide darse cita de nuevo el siguiente miércoles para otra marcha, esta vez de la mano de víctimas, campesinos e indígenas.

Las movilizaciones por la paz no han cesado tras la consulta popular. Foto / El Rebelde Medios Alternativos.

Estas víctimas serán las protagonistas una semana después, cuando indígenas, campesinos y estudiantes inundan de nuevo las calles de la capital y toda Colombia, marchando en defensa de lo acordado, especialmente de una justicia transicional que garantice la verdad y la reparación a las víctimas. No fue una marcha del silencio, fue un carnaval, fue color, fue música, fue alegría.

Los movimientos de víctimas, mujeres, estudiantes y campesinos se movilizan constantemente rechazando el llamado “pacto de élites”, no están dispuestos a que se reúna la derecha a acordar entre ellos qué temas quitar y dejar en el acuerdo. Lo que los ciudadanos exigen hoy en las calles es un Acuerdo Nacional no con el 15% del país que votó No, sino con el 60% del país que no votó, que se siente ajeno e indiferente.

La tarea para la movilización social es grande, primero defender los acuerdos y sus puntos centrales, los que garantizan oportunidades para las víctimas de la guerra, los campesinos excluidos en el campo y el acceso a la verdad y reparación para las víctimas. El segundo reto que se plantea es superar la movilización y lograr organizarse como sociedad, que haga seguimiento a la implementación de los acuerdos y se vuelvan actores protagonistas en la construcción de la paz.

Desequilibrio territorial y violencia paramilitar

Después de los resultados del plebiscito no se hicieron esperar los análisis de lo sucedido, especialmente en relación a una posible tensión entre el país urbano y el país rural. Los primeros diagnósticos esbozaron que el centro del país, con el 50,21% (6.431.376 votos) por el No, le había dado un espaldarazo a la periferia, que con el 49,78% (6.377.482 votos) dijo Sí a la paz.

En este sentido, fue de especial atención cómo mientras en la zona de los Montes de María el Sí ganó contundentemente, en otros municipios donde el conflicto armado se desarrolló con similar intensidad votaron mayoritariamente por el No, como en el Sur de Bolívar, el Magdalena Medio o en el municipio de San Carlos, Antioquia.

El centralismo de la política y la cultura nacional, en contraposición con las dinámicas territoriales de la “periferia”, no solo puede entenderse desde la distribución geográfica del país, sino que debe considerar tanto las dinámicas socio-territoriales de los municipios en donde predomina una población mayoritariamente rural, el impacto diferenciado del conflicto armado en los territorios y las dinámicas actuales de las relaciones de poderes locales con diversos actores armados.

Así por ejemplo, el registro del número de líderes sociales asesinados en Colombia hasta el mes de agosto del presente año, y en pleno contexto de diálogo entre la insurgencia de las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos, alcanzó el preocupante número de 12 personas; y el número de defensores de derechos humanos asesinados es aún más lamentable, con 19 víctimas, 2 más que en el mismo periodo de 2015. Todas ellas líderes locales de zonas rurales, con un trabajo por la defensa de sus territorios, del medio ambiente, activistas por la paz, opositores a los proyectos mineros, las siembras de cultivos ilícitos o en la lucha por la consecución de la tierra.

De acuerdo a las denuncias, los presuntos responsables de estos hechos son en su mayoría grupos paramilitares que operan en los territorios bajo distintas modalidades, unas veces como grupos de delincuentes sin un cuerpo organizativo delimitado y otras como bandas emergentes o bandas criminales (BACRIM), organizadas bajo una estructura de red de delincuencia al servicio de los intereses de diversos poderes locales y nacionales. Esta red de grupos armados nace después de la desmovilización de los grupos paramilitares, que afectó a 31.671 integrantes de estos contingentes armados irregulares.

Sin embargo, la desmovilización de estos grupos fue parcial e incompleta, lo que permitió su rearme en los territorios con una postura de proyección nacional, pero con otras denominaciones. Así, por ejemplo, antiguos miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), ahora autodenominados “Águilas Negras”, reaparecidos en el departamento del Norte de Santander en el año 2006, hoy operan con alrededor de 4.000 hombres armados en la región Caribe colombiana, la frontera con Venezuela, el Urabá antioqueño, el Magdalena Medio, los Llanos Orientales, el norte del Valle y los departamentos del Cauca y Nariño.

Con la presencia de estos grupos paramilitares en toda la geografía nacional, las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes de los territorios más golpeados por la violencia vislumbran escenarios nada claros y sin garantías para la participación política de los movimientos sociales que trabajan conjuntamente por la construcción de un país que dé solución a los problemas estructurales.

Las últimas semanas de septiembre y primeras de octubre han sido para Colombia como un fuerte tornado que ha trastocado política y emocionalmente sus bases. Hay poca claridad sobre lo que pasará con los acuerdos y la construcción de la paz, pero el proceso ha permitido que la sociedad reflexione sobre sí misma. Colombia no puede dejar escapar esta oportunidad histórica para acabar con la guerra y dar un ejemplo al mundo entero para la superación de los conflictos armados.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 47, NOVIEMBRE DE 2016

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