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Atlántica XXII

El cuento del capitalismo

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El cuento del capitalismo

María Ruisánchez Ortega / Soy mujer. Tengo 34 años. Lo cual quiere decir que cada vez que clico sobre un vídeo de Youtube me salta un anuncio de Predictor, clínicas de fertilidad o congelación de óvulos. Como si no tuviéramos suficiente ya con los de cremas anticelulitis, antiojeras, anti -en definitiva- quererse a una misma, ahora se me ofrece la posibilidad de crionizar mis óvulos como si congelase croquetas para un festín futuro. Me resulta violento que se me asalte con estos spots, son cuestiones íntimas que se frivolizan y se colocan en la misma categoría que un 2×1 de supermercado. Sé que no soy la única a la que le ocurre, el resto de amigas de mi edad sufren el mismo acoso. Lo cual me lleva a reflexionar sobre la maternidad y mi generación.

A las mujeres, sobre todo en mitad de la treintena, se nos apremia para ser madres. Es casi un mandato social. ¿Qué pasa? ¿Por qué aún no lo somos? Algunas no lo son por expreso deseo y otras, que sí quieren, aún no han podido por la situación socioeconómica que las circunda. El Estado no favorece en absoluto la maternidad. Nuestra precariedad laboral nos deja en un limbo extraño: sin hijos, sin casas propias, sin bienes materiales, sin estabilidad laboral y sin un futuro de pensiones garantizadas. En fin, a la generación del “sin” no se nos permite otra cosa que ser hedonistas, porque para nosotros solo existe este momento presente. El futuro se nos ha negado. De ahí que vivamos al día, tanto en un sentido económico como emocional.

Esto nos lleva a retrasar la formación de una familia y por ende a engrosar las tasas de infertilidad (según la ESHRE, Sociedad Europea de Embriología y Reproducción Humana, España es el país europeo líder en tratamientos de fertilidad). Muchísimas parejas heterosexuales que podrían haber tenido descendencia fácilmente con unos años menos recurren a la inseminación artificial y las que ni con esas, a la gestación subrogada. ¿Es ética? ¿Debe la mujer gestar los hijos de otros? ¿Es lícito que lo haga? ¿Debe recibir compensación económica por ello o debe ser un acto altruista?

Es difícil tener una postura acerca de este asunto. En España no está permitido, pero en otros países es perfectamente legal. Según yo lo veo, la gestación subrogada es una consecuencia del capitalismo. Un parche para un sistema que no nos permite desarrollarnos como personas sino como elementos productivos cumpliendo un rol mercantilista en la cadena de montaje global de la oferta y la demanda. Caso aparte es el de las parejas homosexuales, puesto que, independientemente de la edad que tengan, para ellas y ellos los tratamientos de fertilidad y los vientres de alquiler son prácticamente (si exceptuamos la adopción) el único modo de ser madres y padres.

En cualquier caso, el debate sobre la gestación subrogada está en el aire: en la distopía El cuento de la criada de Margaret Atwood, recientemente adaptada a televisión, se trata este tema. En esa sociedad totalitaria las encargadas de tener los hijos de los gerifaltes estériles son las jóvenes criadas, que van vestidas de rojo-menstruación-rojo-fertilidad para no pasar desapercibidas. Una vez al mes, en sus días fértiles se las somete al “procedimiento”. Una “práctica reproductiva” por la que la criada es violada por el hombre de la casa mientras su mujer la sostiene. Si el coito produce un embarazo, el bebé le será usurpado a la criada nada más nacer y será mantenida en la casa solo ya durante la lactancia. Es la de Atwood una maternidad subrogada llevada al extremo puesto que las criadas no eligen su destino. No obstante, muchas veces las hipérboles de las distopías nos hacen conscientes de nuestras propias realidades.

Una sociedad envejecida en la que cada vez más necesitemos vientres de alquiler o técnicas reproductivas no es una sociedad que funcione en consonancia con el ritmo biológico de sus individuos. Deberíamos repensar el sistema en el que vivimos y adaptarlo a nosotros los humanos, no al contrario, ser nosotros los que nos adaptamos a los mercados.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 53, NOVIEMBRE DE 2017

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