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Desde la otra orilla

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Desde la otra orilla

CharoCharo González Arias / De mi abuela asturiana heredé, además del nombre, una trashumancia congénita que con el andar del tiempo me llevó a vivir al otro lado del océano. Ella, con mi abuelo, se embarcó al inicio del siglo pasado rumbo al Caribe cubano en busca de nuevas oportunidades económicas; lo hizo con billete de ida y vuelta y cuando regresaron les estaba esperando una Guerra Civil y una interminable dictadura. Yo, casi cien años después, aterricé en el semidesierto mexicano por cuestiones más existenciales y con un billete que continúa abierto. No es fácil resumir la enorme complejidad que encierra este lado del espejo, y todo un reto hacerlo sin caer en esa mirada occidental estereotipada y eurocéntrica tan al uso.

Aunque comparte semejanzas con el resto de países latinoamericanos, al país del sol azteca le ha tocado la particularidad de ejercer de backyard o patio trasero del incómodo vecino del Norte. Y ese pequeño detalle geopolítico complica mucho su panorama, al convertirlo en un disciplinado alumno de las políticas neoliberales estadounidenses. Sin duda, Estados Unidos ha sabido sacar ventaja de su ubicación estratégica y superioridad económica, pero no es el único caso. El Estado español también ha aprovechado con éxito sus históricas relaciones con México mediante la versión actualizada y remasterizada del viejo colonialismo hispano, representado hoy, entre otras empresas, en Movistar, Banco Santander, BBVA, y en breve seguramente también Repsol tras la reciente aprobación de la privatización de Pemex. El resultado final de estas relaciones extractivas es un escenario ciertamente depredador.

Como explica la filósofa mexicana Sayak Valencia en su libro Capitalismo Gore, México constituye un buen ejemplo de lo que denomina “necropolítica”, en referencia a esa realidad distópica generada por las altas tasas de violencia social e institucional que vive el país: seis feminicidios al día, 80.000 personas asesinadas y más de 24.000 desaparecidas en los últimos ocho años de acuerdo con datos oficiales. Incomprensiblemente, mientras estas cifras aterradoras se suceden, la nacionalidad española se convierte ya en la segunda del total de personas inmigrantes, lo que me hace pensar que muy mal tiene que estar la situación en la vieja metrópoli para que, con tan mala prensa, el flujo migratorio se haya invertido y hordas de connacionales estén llegando ahora en busca de empleo, como nuestros antepasados el siglo pasado. La gran paradoja es que México sigue siendo uno de los principales exportadores de mano de obra, pues se calcula que solo en Estados Unidos viven más de 30 millones de personas de origen mexicano.

Obviamente la ecuación no es tan sencilla, porque como ocurre en todos los países éste también nos ha dejado grandes historias. Por ejemplo ha sido el primero del mundo en plasmar la idea de un Estado social en un texto constitucional, el de 1917, aún vigente, resultado de un proceso revolucionario. También la hospitalidad del presidente Lázaro Cárdenas abriendo las puertas al exilio español cuando el resto de países miraba para otro lado, o la dignidad rebelde del zapatismo de antes y de ahora, su diversidad lingüística con más de setenta lenguas vivas, la pluma prodigiosa de Elena Poniatowska y por supuesto mucho más.

Por estos contrastes es fácil relacionar al país con el surrealismo o lo kafkiano. No en vano Buñuel pudo desplegar en México gran parte de su potente proyecto creativo, a salvo de la mojigatería y censura franquista del momento. Y quizá también por eso el término kafkiano fue acuñado por primera vez en una novela que trascurre en tierra azteca, Bajo el volcán del británico Malcolm Lowry.

De acuerdo con el Instituto Cervantes, México además nos ha dejado la palabra más bella del castellano, Querétaro, que da nombre precisamente a la ciudad desde la que escribo estas líneas. Supongo que como mi abuela yo también usaré algún día mi billete de vuelta al Cantábrico, por la fuerza de la costumbre, no porque aquí se esté peor.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015

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