Las fotógrafas de prensa Marieta Álvarez y Mara Villamuza. Foto / Marieta.
Marieta Álvarez / Fotógrafa
Soy fotógrafa de prensa desde hace más de 20 años. Posiblemente fui la primera mujer en realizar este tipo de trabajo en Avilés, algo que cada cierto tiempo alguien me recuerda, pero a lo que, quizás de modo equivocado, nunca atribuyo ningún valor.
Mentiría si dijera que, a pesar de que el mundo de los periódicos era muy masculino hace dos décadas, alguna vez me he sentido discriminada, ya que mi experiencia profesional con la inmensa mayoría de mis compañeros periodistas y fotógrafos ha sido de absoluto respeto y profesionalidad.
Admito que no soy una feminista militante, aunque, sin grandes gesticulaciones, he sentido orgullo por los movimientos emprendidos por otras mujeres en los últimos tiempos. No siempre estoy de acuerdo con todos los postulados pero, de un modo que entiendo saludable, creo que el feminismo en general ha provocado una ola de reflexión de la que no hemos podido escapar ni hombres, ni mujeres.
En este sentido, gracias a esta reflexión general, tal vez muchas mujeres somos capaces ahora de subrayar actitudes machistas que hasta hace poco vivíamos con resignación, incluso con normalidad, o peor aún, sin saber que realmente eran muestras de menosprecio hacia nosotras.
“¿Dónde vas, corazón?”. Supongo que hace años no hubiera dado tanta importancia a esta frase. Las ha habido peores. Como cuando aquel político de cierta relevancia en la escena avilesina se apoyó en el marco de una puerta del ayuntamiento y soltó a mi paso: “Cómo mejora La Voz de Avilés”. Desde luego no se refería a mi labor profesional.
O como en aquella otra ocasión en que yendo con un compañero de trabajo, en horas de trabajo, alguien que se acercaba a hablar con él, sin dirigirse a mí, pero mirándome de arriba abajo, exclamó: “¡Qué bien te lo montas!”.
Y especialmente triste resulto ver cómo, al cubrir un evento deportivo, un niño me gritó una frase denigrante y machista, y ningún adulto le llamó la atención o le obligó a venir a disculparse. Posiblemente hasta le rieran la gracia con ese frase tan manida de “este niño sabe latín”.
Pero “¿dónde vas, corazón?” me ofendió todavía más que esas anécdotas desafortunadas que acabo de recordar. Una frase que en otro ámbito podría ser cariñosa y agradable se convirtió en un desprecio a mi profesión y sobre todo a mi persona.
Porque quien me lo dijo era un profesional, o alguien que debería serlo, un encargado en un partido de rugby, que debía indicar a los fotógrafos el tema de las acreditaciones. “Voy a por la rubia”, le había oído decir antes en tono jocoso a otro compañero suyo.
Yo era allí la única profesional acreditada. El resto eran hombres, aficionados a la fotografía, que no trabajaban para ningún medio, a quienes no se les pidió explicaciones sobre nada. Sin embargo, aquel hombre decidió que, como era mujer y rubia, podía dirigirse a mí en esos términos. Que yo fuera la única mujer era más estimulante para su machismo, que dirigirse a mí como a una profesional.
Admito que hoy en día no es tan corriente este tipo de actitudes como sí lo eran hace veinte años. Pero aún existen.
El “¿dónde vas, corazón?” y “voy a por la rubia”, junto con su tono condescendiente, puede parecer algo sin importancia. Pero es la sutileza (lo de sutil puede ser discutible) con la que se nutre el machismo de hoy en día.
El machismo actual, el posmachismo del que la periodista Elena Plaza hablaba hace poco en las páginas de ATLÁNTICA XXII, ya no es tan grueso como lo era en el pasado. Aparentemente. Y aunque en el ámbito privado consigo manejarme ante este tipo de actitudes, en el ámbito laboral todavía me sorprende e indigna que, como he dicho, haya personas que vean antes a una mujer que a una profesional.
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