Mientras la juventud abandona Asturias y la población envejece, algunas familias jóvenes eligen quedarse con sus hijos y probar además otros modelos de educación

David Aguilar | Fotógrafo
Artículo publicado en el número 61 de nuestra edición de papel (marzo de 2019)
Mis amigos comienzan el día bien temprano, un horario que recuerda al que tenemos impuesto en la ciudad: de café y correr al trabajo, a la rutina diaria, al colegio, a hacer frente a la jornada laboral o educativa, adecuadas entre sí para mantener la eficiencia y generar más productividad, más beneficio, más riqueza. Y sí, el día de mis amigos los Guzmán también tienen sus tareas, actividades y obligaciones, pero el levantarse temprano de la cama no responde a aquellos objetivos. Ellos prefieren atender a sus necesidades emocionales y vitales, y así dar forma a su propio ritmo, primando el desarrollo de sus inquietudes y sus deseos. Han apostado por un modelo de vida y de crianza de esos llamados alternativos. Y es que Madalena Guzman, de 36 años, y José Fernández, de 40, ambos educadores de profesión, han elegido. Son conscientes de esa posibilidad que, para la mayoría de nosotros, parece no existir. Son conscientes de que hay otras opciones.
En una sociedad donde la juventud se ve forzada a emigrar de Asturias, y con una comunidad educativa que se encuentra en muchos casos anquilosada y deprimida, Madalena y José han optado no solamente por vivir en Asturias, sino además por hacerlo en el ámbito rural, desde donde trabajan y llevan a cabo un tipo de educación no escolarizada –conocida como unschooling–, basada en el respeto a los niños como iguales, como personas conscientes con capacidad de elegir y de decidir cúando, cómo y qué quieren aprender. Puede que hoy a su hija Gabriela, antes o después de sus entrenamientos de Karate y fútbol, le apetezca leer sobre unicornios, escribir un cuento, aprender cómo funcionan los relojes o ver una película de dibujos en el ordenador. Tanto en casa como fuera de ella, Gabriela y Lihuén exploran, a partir de sus inquietudes y acompañados –que no dirigidos– por sus padres, aquello que quieren conocer o experimentar, adquiriendo aprendizajes significativos.
Hoy, José y Gabriela se han puesto pronto en marcha porque esta mañana acuden a un espacio de encuentro y actividades con otras familias. Un día visitan una radio libre; si hace bueno van al campo; y si no, a la biblioteca. Es un proyecto horizontal y autogestionado basado en el principio de que el juego y la curiosidad son los motores del aprendizaje, donde el desarrollo de relaciones interpersonales tiene lugar de manera natural y los conflictos se intentan resolver de forma consciente, desde el amor, sin castigos y a través del diálogo, la comprensión y la escucha.
Los padres y madres que comparten ese espacio de encuentro vienen en su mayoría de fuera de Asturias y tienen oficios y profesiones de todo tipo: desde mecánicos o médicas hasta artesanas y profesores. No obvian que la educación pública es necesaria y que ha de mejorarse y enriquecerse pero, mientras tanto, estas madres y padres han asumido otro paradigma de relación con los hijos y de desarrollo personal. Se dice muy a menudo que en la educación está la clave para mejorar la sociedad. Tal vez, para cambiarla y que esta resulte más justa y esté basada en el amor, los paradigmas educativos deban revisarse y replantearse procedimientos y objetivos, pero para eso hace falta valor y voluntad.
Observo a mis amigos, que son mi familia, y comparto su ilusión y su esfuerzo por romper el círculo vicioso que perpetúa la jerarquía de poder, por facilitar que sus hijas tengan la libertad y la capacidad de elegir su propio camino, por hacer posible que puedan construir, si así lo quieren, otro mundo, y evitar el destino de repetir los errores de nuestros padres.
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