Opinión
España según los Marx
«Los que somos marxistas, pero no de Karl, sino de los hermanos Marx, solemos tomarnos con humor estas disputas y despojar de solemnidad y cientifismo al pensador alemán»
Xuan Cándano | Periodista
No sé si Marx era marxista, como sostiene Bernard Henri Levy en La barbarie con rostro humano, donde explica que las purgas estalinistas o el Gulag son consecuencias del germen de autoritarismo de su filosofía política, o víctima de sus discípulos, como proclaman los sectores más heterodoxos de las izquierdas. Entre los que parece estar el joven concejal mierense de IU Juan Ponte, por lo que se intuye de una original reflexión que compartió recientemente en la Red: “No se debe (o puede) no ser marxista. No se debe (o puede) solo ser marxista”.
Los que somos marxistas, pero no de Karl, sino de los hermanos Marx, solemos tomarnos con humor estas disputas y despojar de solemnidad y cientifismo al pensador alemán, sin dejar de reconocer que se trata de una de las figuras más importantes de la historia y un intelectual extraordinario. Sus enemigos inciden mucho en sus grandes errores como visionario, alguno tan evidente como el triunfo de la revolución en los países industrializados, cuando acabó produciéndose en la inmensa, campesina y atrasada Rusia de los zares. Sus seguidores subrayan sus aciertos y no es de descartar que estemos asistiendo ahora a uno de esos exitosos vaticinios del autor de El Capital: la autodestrucción del capitalismo por su voracidad y su crecimiento descontrolado. El aumento de las desigualdades tras la última Gran Recesión de 2008, la crisis medioambiental y el auge de los fascismos en todo el mundo parecen alentar esa tesis apocalíptica: el capitalismo, sin el freno a sus excesos que suponía el socialismo real ajeno a las libertades y la democracia, parece desbocado y camino del abismo desde la caída del Muro de Berlín.
Pero si discutibles y polémicas resultan sus ideas y sus predicciones, poco hay que objetar a las cualidades que Marx demuestra como analista político y periodista, donde su lucidez y su calidad parecen aún hoy asombrosas si se repasan sus textos. El alemán poseía una cultura y unos conocimientos que ni sus más implacables enemigos deberían poner en duda, desde la historia hasta la economía, y además exigía a sus trabajos periodísticos el mismo estudio previo y el mismo rigor analítico al que sometía a sus grandes obras. Aunque a estas últimas les concedía la importancia que no otorgaba al periodismo, al que Marx, que pasó auténticas necesidades, debía valorar sobre todo como fuente de ingresos. En una carta a Adolf Cluss en 1853 lo dejaba claro: “Me quita mucho tiempo, me distrae, y al final, no es nada”.
La cita, tan demoledora con el periodismo, aparece en la introducción de Alberto Santamaría en España y revolución, Karl Marx (El Desvelo Ediciones), publicado recientemente, un libro que evidencia la maestría del filósofo en una profesión que apreciaba tan poco. La edición es del propio Santamaría y la traducción de los textos marxianos de Manuel Sacristán.
Marx nunca estuvo en España, pero, encerrado en la biblioteca del Museo Británico, escribe desde 1854 hasta 1857 una serie de artículos sobre la situación española de la época para el periódico norteamericano New York Daily Tribune que no solo sorprenden por su calidad, sino por su actualidad siglo y medio después. Una inquietante actualidad, porque los problemas de la sociedad española que Marx apuntaba entonces parecen aún pendientes de solución.
En su introducción, Santamaría indica los tres grandes lastres que el analista contratado por el diario progresista más prestigioso en los Estados Unidos de mediados del XIX observaba en la sociedad española: “La ley electoral, la libertad de prensa y la eliminación de la corrupción establecida como una plaga en el interior del palacio se mostraban como ejes elementales para producir un cambio político real”. Si leemos después los artículos comprobamos los argumentos con los que Marx sostiene esa opinión, contrastada con informaciones de prensa internacional y un profundo conocimiento de la historia de España.
Marx ahonda en esos tres problemas en más de un artículo, en alguno de ellos aludiendo a varios, aunque desarrolla más el de la corrupción, que considera sistémica en España y anterior a la formación del Estado moderno. “Es sabido que la administración ha sido durante mucho tiempo el negocio más fructífero de Madrid”, dice en uno firmado en agosto de 1854.
Mucho ha llovido y mucho se ha visto en España desde entonces, guerras civiles y dictaduras incluidas, pero no parece que esos tres problemas que impiden el cambio social hayan desaparecido. Sustitúyase “libertad de prensa” por “control político y económico de los medios de comunicación”, que pasaron de ser contrapoder a un poder más, y la pervivencia de la trilogía marxiana de los males de España parece indiscutible.
En cambio Marx, según entiende Santamaría del análisis de sus artículos, no entendía muy bien el histórico conflicto territorial español, al que apenas dedica atención, y le sorprendía el poder local, no precisamente de forma negativa. En uno de sus artículos alude a la “saludable anarquía provincial” y en otro no disimula sus simpatías por los republicanos federalistas, publicando un borrador que elaboraron sobre una futura República Federal Ibérica, que incluía a Portugal. Y en varios parece ver en el Madrid decimonónico de la Monarquía absolutista, con sus intrigas palaciegas, el gran muro frente a los cambios que se demandan en el resto del país. Los actuales republicanos federalistas no parece que mantengan una opinión muy distinta.
Tampoco parece pasar el tiempo por su crítica al sectarismo de los partidos políticos, que en el siglo XXI siguen practicando un turnismo que aún no han logrado los nuevos enviar al baúl de la historia. Marx no salva a ninguno: “En España todos los partidos, con igual obstinación, se dedican a arrancar del libro de la historia nacional todas aquellas hojas que no hayan sido escritas por ellos. De ahí estos repentinos cambios, esas monstruosas exacciones, esta serie interminable e ininterrumpida de contiendas. Por ello, también, esa indestructible perseverancia que puede ser derrotada, es cierto, pero que jamás llega a ser desanimada o desalentada del todo”.
No se piense, no obstante, que el periodista Karl Marx veía al pueblo español víctima de la Monarquía borbónica, el sectarismo y la inoperancia de sus partidos decimonónicos. No lo exime en absoluto de responsabilidad sobre su azaroso destino e incluso llega a aludir a “la pueril vanidad del pueblo español”. También a su adhesión fervorosa a la reacción, como cuando aclamó al felón Fernando VII, en el regreso del absolutismo, con su periplo entre Aranjuez y Madrid en 1814:
“Cuando el rey se apeó, el populacho lo levantó en sus brazos y lo mostró triunfalmente al inmenso concurso frente al palacio, y en brazos lo llevó hasta sus habitaciones. La palabra “Libertad” estaba escrita con grandes letras de bronce a la entrada del Palacio de las Cortes de Madrid; el populacho se precipitó hacia ellas para arrancarlas; se encaramaron con escalas y fueron arrancando de la piedra una letra tras otra, y cada vez que caía una a la calle los espectadores renovaban sus exclamaciones de entusiasmo”.
Estas reacciones populares debían de inclinar al padre del socialismo a dar la razón al obispo y político francés Dominique Georges Dufour de Pradt, al menos en una cita que reproduce y que sostiene que no pudieron refutar “modernos escritores españoles ofendidos”. Dice así: “El pueblo español parece la mujer de Sganarello, que deseaba que la pegaran”.
Aunque también recuerda Marx las ilusiones que despertó la Constitución liberal de Cádiz, pero para indicar que eran un tanto infundadas, algo peligroso en un pueblo no bendecido precisamente por la mesura:
“Cuando descubrieron que la Constitución no poseía tales poderes milagrosos, las exageradas esperanzas con que fue saludada se trocaron en decepción, y en esos apasionados pueblos meridionales no hay más que un paso de la decepción a la cólera”.
Tampoco parece que el pueblo español haya cambiado tanto en siglo y medio, aunque sus avances democráticos son indiscutibles y ya no podemos hablar de súbditos sino de ciudadanos libres. No sabemos lo que pensaría de estos paralelismos Karl Marx, que decía que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. En cambio los marxistas de los hermanos Marx observamos el fenómeno con humor, como harían aquellos cuatro genios, que tampoco estuvieron nunca en España.
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