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La Fundación Gustavo Bueno: 20 años de “disparates reaccionarios” con tu dinero
Desde 1998 el Ayuntamiento desembolsó alrededor de 100.000 euros anuales de dinero público para costear gastos de la Fundación como edición de libros, celebración de conferencias y congresos, o la concesión de unas becas para supuestos estudiantes que nunca se han aclarado
David Sánchez Piñeiro
El Sanatorio Miñor de Oviedo es un espacio de más de mil metros cuadrados situado en el centro de la ciudad, en la avenida de Galicia. En funcionamiento desde la posguerra, contaba incluso con servicios de maternidad. Allí nació, por ejemplo, la reina Letizia, en 1972. En 1998, el Ayuntamiento de Gabino de Lorenzo decidió en junta de gobierno, con el visto bueno de PP, PSOE e IU, ceder a la Fundación Gustavo Bueno el uso del edificio para los siguientes 50 años, es decir, hasta 2048. (No sorprende que Bueno comparase entonces a Gabino con la mismísima familia Médici, como recogen David Remartínez y Gonzalo Díaz-Rubín en su libro El Gabinismo contado a nuestros hijos). Sin embargo, el acuerdo de cesión del edificio nunca llegó a ser firmado por el Consistorio.
Desde 1998, el Ayuntamiento desembolsó alrededor de 100.000 euros anuales de dinero público para costear los gastos de la Fundación: edición de libros, celebración de conferencias y congresos, publicación de la revista El Basilisco, y concesión de unas becas para supuestos estudiantes españoles y extranjeros que nunca se han aclarado, según el Consistorio. A partir de 2005, la cantidad se incrementó hasta los 150.000 euros y en 2008 la Fundación recibió una subvención de 565.000 euros para organizar la exposición Oviedo Doce Siglos. La empresa encargada de montarla fue Ingenia-qed, cuya principal accionista era Carmen Bueno, hija de Gustavo Bueno Martínez y hermana de Gustavo Bueno Sánchez. Toda esta información ya fue recogida en un artículo firmado por Luis Feás Costilla y publicado en ATLÁNTICA XXII en julio de 2010.
La semana pasada, el concejal de Economía del Ayuntamiento de Oviedo, Rubén Rosón, anunció un plan para crear un vivero de empresas tecnológicas (que se pretende que forme parte de la red internacional “Impact Hub Network”) en la antigua sede del Sanatorio Miñor, edificio de propiedad municipal. La Fundación Gustavo Bueno no cuenta con ningún documento legal que le otorgue el usufructo del espacio y, por lo tanto, se verá obligada a abandonarlo. Hace unos días, sus actuales responsables se negaron a mostrar las dependencias del edificio municipal al equipo consistorial liderado por Rubén Rosón, quien decidió trasladar esta negativa a la Policía Local. Previsiblemente, el concejal visitará de nuevo el espacio en los próximos días. Mientras tanto, la Fundación ha compartido un vídeo en sus redes sociales en el que diferentes colaboradores y simpatizantes muestran su apoyo a la Fundación ante lo que consideran una “persecución ideológico-política” y hacen uso de divertidos eslóganes como “Más Platón, menos Rosón”. Uno de los participantes se atreve incluso a definir a Gustavo Bueno como “el mejor filósofo de todos los tiempos” (sic). Ni Aristóteles, ni Kant, ni Heidegger; Gustavo Bueno.
Los días posteriores a su muerte, en agosto de 2016, la prensa asturiana se llenó de piezas hagiográficas dedicadas a Gustavo Bueno, un despliegue retórico que sólo ha vuelto a ser superado tras el reciente fallecimiento del expresidente socialista del Principado Vicente Álvarez Areces. Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, hubo que tomar distancia (en este caso geográfica) para evaluar la importancia real de la figura del filósofo. En un artículo publicado en infoLibre, el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, afirmaba que Bueno “fue un hombre de una inteligencia portentosa y de unos conocimientos oceánicos, creador de una obra extremadamente original”, el materialismo filosófico, cuya contribución más destacada fue la teoría del cierre categorial.
En su obituario, Sánchez-Cuenca señalaba también el desequilibrio existente entre la brillantez de la obra filosófica de Bueno y la tosquedad de sus intervenciones públicas, sobre todo televisivas, en las que su “carácter fuerte, iracundo y aún furioso” le hicieron ganarse una imagen de persona “poco civilizada”. En su libro La desfachatez intelectual, publicado también en 2016, Sánchez-Cuenca incidía también en esta doble vertiente de la figura de Gustavo Bueno, en un párrafo que merece ser citado in extenso:
Es la encarnación misma del energúmeno: hombre de una inteligencia y conocimiento portentosos, dominado por ideas furiosas y extravagantes, ha ido elaborando un sistema filosófico propio, único tanto en contenidos como en forma. En la fase final de su carrera, ha querido intervenir en el debate público con libros sobre la televisión, la democracia, el nacionalismo, las ideologías políticas, la gestión de Zapatero, la inserción de España en Europa y otros temas similares. Son volúmenes mayormente ilegibles, llenos de ideas absurdas y disparates reaccionarios…
En realidad, la hemeroteca digital está repleta de esos “disparates reaccionarios” de Bueno que menciona Sánchez-Cuenca. En mayo de 2005, por ejemplo, Bueno aseguró que “una Constitución que ha abolido la pena de muerte y que no tiene posibilidad de fusilar a Ibarretxe es difícil que se mantenga”. Recordemos que Ibarretxe era entonces el lehendakari del País Vasco. Veinte años antes, Bueno había defendido en una tertulia celebrada en el Café Español de Oviedo “la implantación de la eutanasia para asesinos convictos y confesos de crímenes horrendos”, argumentando que esos criminales “si no son personas son ratas, y a las ratas se las mata”. Una vez dijo en una de sus conferencias que “si alguno se sonríe cuando yo pronuncie España, yo me sonrío de su puta madre”, y después reivindicó con orgullo la ocurrencia en el programa de televisión de Sánchez Dragó. Con frecuencia se describe a Bueno como un desmitificador y hay razones para ello, al menos si uno atiende a su producción bibliográfica. En 1996 publicó El mito de la cultura, en 2003 El mito de la izquierda, en 2005 El mito de la felicidad y en 2008 El mito de la derecha. Sin embargo, Bueno tenía la asombrosa capacidad de denunciar con facilidad el mito en el ojo ajeno pero celebrarlo acríticamente en el ojo propio. Así, en 2005 publicó uno de sus libros más leídos: España no es un mito.
El posible desalojo del edificio de la Fundación no ha sido el único motivo que ha colocado el nombre de Gustavo Bueno bajo los focos mediáticos en los últimos tiempos. A raíz de la irrupción electoral de Vox en Andalucía, varios medios se hicieron eco de las estrechas afinidades políticas e intelectuales que existen entre algunos líderes de la formación ultraderechista y el padre del materialismo filosófico. El propio Santiago Abascal ha reconocido que Gustavo Bueno es una de sus influencias. Además, el líder de Vox comparte patronato en la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES) con Gustavo Bueno Sánchez, hijo del filósofo y actual presidente de la Fundación Gustavo Bueno. Ambos publicaron conjuntamente en 2001 el libro En defensa de España.
Este libro con Abascal y su tesis doctoral de 1989, dirigida por su padre, son las dos únicas obras que ha publicado Gustavo Bueno Sánchez, profesor titular del Departamento de Filosofía de la Universidad de Oviedo. El resto de su producción académica se limita casi exclusivamente a artículos publicados en El Basilisco y El Catoblepas, las dos revistas de la Fundación. Bueno Sánchez no solo ha heredado de su padre el nombre y el primer apellido, sino también la habilidad para emitir “disparates reaccionarios” a discreción. En una entrevista reciente publicada por el diario El Mundo, llegó a afirmar que “habrá que sanear a esos españoles enfermos”, refiriéndose a los independentistas catalanes. También definió a Podemos como un “aluvión de ideólogos varios, progres revenidos, gente frustrada, angustiados de la vida y visionarios metapolíticos de todo tipo”. Quizás cuando dijo esto último ya intuía que Rubén Rosón y su equipo estaban dispuestos a desmontarles ese “chiringuito fascista” (palabras del sociólogo César Rendueles) que la ciudadanía ovetense lleva pagando con su dinero más de veinte años (aquí llevamos contándolo también unos cuantos).
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