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Atlántica XXII

Lo que Tini arruinó

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Lo que Tini arruinó

La expresión con la que Álvarez Areces “resumió” a principios de siglo el problema de la emigración juvenil asturiana partió de un trabajo estadístico pionero de la Facultad de Económicas de Oviedo, cuyos resultados, bastante más esclarecedores, quedaron ensombrecidos por aquellas declaraciones hechas a la ligera y en un entorno social crispado

Rafa Balbuena | Periodista

Cuando en marzo de 2005 Vicente Álvarez Areces tuvo la ocurrencia de afirmar que el problema de la emigración juvenil asturiana era “una leyenda urbana”, dijo una verdad a medias. En toda regla. Al pronunciar esa frase, que hoy ha hecho fortuna identificando al éxodo juvenil de la región, Tini se estaba refiriendo a los resultados del estudio Empleabilidad de los titulados de la Universidad de Oviedo, trabajo que documentaba el devenir laboral de los egresados por la Universidad asturiana durante el curso inicial del milenio. Areces, por entonces presidente del Principado, pronunció estas palabras en tono distendido durante la presentación del libro que recogía este estudio, dirigido por el catedrático de Análisis Económico Joaquín Lorences en colaboración con los profesores Florentino Felgueroso y Mercedes García, y cuyo prólogo, precisamente, firmaba el propio presidente.

Puede que Areces no leyese al detalle la información que el libro recoge; que no observase el contexto en el que se insertaban los datos referentes al éxodo de licenciados; o sencillamente, que el ambiente desenfadado que suele darse en la presentación de un libro no le ayudase a medir el calado de sus palabras. Pero la expresión en cuestión pasó rápidamente de ser una gracieta hecha en público y en un momento poco oportuno a convertirse en una pesada losa con la que aún hoy –consulten el diario de Sesiones de la Junta General del Principado, o pregunten en la calle– carga el expresidente socialista. El caso es que los resultados obtenidos por ese estudio, en efecto, hacían referencia a la razonablemente baja tasa de licenciados que habían emigrado fuera de Asturias en busca de trabajo… con la salvedad de que el estudio se refería solamente a los licenciados del curso 2000/2001. Dicho en cifras, de los 5.200 alumnos que ese año se graduaron en la Universidad de Oviedo casi tres cuartas partes (el 72%) habían encontrado trabajo en Asturias, lo que significaría, a tenor de los datos, que 3.777 licenciados de ese curso trabajaban en la región mientras, que “solo” 1.470 titulados (el 28% restante) hubieron de aceptar un empleo en el resto de España o en el extranjero.

Siendo justos, y comparando con las cifras de licenciados superiores del resto de España, no muy distintas a las de Asturias, Areces tenía razón en que la proporción de licenciados abocados a emigrar no era especialmente llamativa, al menos dentro del contexto universitario. En lo que ya no estuvo tan atinado el presidente era en olvidar que el problema de la emigración no afectaba solo a un único curso de universitarios, ni siquiera al segmento de titulados superiores de la región. En realidad, era una espada de Damocles que pendía sobre una generación entera, que abarcaba desde los que solo tenían el graduado escolar, hasta a treintañeros en situación de paro de larga duración, pasando por todo el espectro de población activa restante: titulados en enseñanzas medias, universitarios que abandonaban la carrera, opositores a funcionarios en otras autonomías, trabajadores en régimen de traslado, emprendedores abocados al cierre o a la absorción de sus negocios por empresas más grandes, personas sin certificado de estudios ni cualificación laboral… En el fondo de todo este atolladero residía un problema estructural latente que, por cierto, también analizaba este estudio, aunque pocos se detuvieron a reflexionarlo.

UN TRABAJO DE VANGUARDIA

“Este estudio fue un trabajo pionero en materia de cuantificar y estipular qué pasaba con nuestros alumnos recién salidos del horno, por así decirlo”, señala hoy su director, el profesor Joaquín Lorences, quince años después de su publicación y casi veinte del inicio de las investigaciones que se sustanciaron en el libro publicado. Para Lorences “fue una experiencia vanguardista y muy interesante en la que, por desgracia, se puso el énfasis en la emigración y en la parte emocional, más que en valorar si la capacidad de formar titulados universitarios era aprovechada por el sistema productivo asturiano”. Para ello, se contrató y formó a una quincena de encuestadores que, por teléfono, contactaron y entrevistaron a los titulados de aquel curso, repartidos por Asturias, España y el resto del mundo. Consultándoles personalmente, y manejando variables estadísticas, expedientes académicos, entornos familiares, procedencias geográficas, motivaciones de aprendizaje y devenires profesionales, el trabajo radiografió a toda una promoción universitaria ilustrando su recorrido profesional inmediato a la obtención del título correspondiente. Lo peor para el director del estudio es que “la parte cuantificable, la que no está sujeta a las emociones y la más interesante de todo el esfuerzo, se quedó solo para los especialistas”. Mientras que el debate político de la emigración “fue el único factor que trascendió a la sociedad, algo que a mí, como académico, no me corresponde valorar”, lamenta el profesor.

Así, Lorences señala que el cotejo de toda la casuística llevó a conclusiones muy interesantes. Por ejemplo, la altísima tasa de estudiantes que en vez de optar por el factor práctico, escogían sus estudios por criterios vocacionales, sobremanera en “Derecho, Medicina, casi todas las ingenierías o Humanidades, donde la tradición familiar de desempeño de esas profesiones es un condicionante muy importante”.

Otro factor señalado es “el aumento de mujeres cursando carreras de la rama técnica o experimental, estudios que años atrás eran casi exclusivamente masculinos”. Signos de cambio de paradigma social al que acompañaban la implantación de nuevas especialidades como Administración de Empresas, Fisiología o Topografía, esta última copada por un curioso perfil de estudiantes que combinaba tanto un expediente brillante en bachiller como el ser hijos de padres sin estudios. “Ahí influye sobremanera el entorno”, explica Lorences sobre el particular. “Muchos de esos estudiantes proceden del ámbito rural o de las cuencas mineras, y responden al perfil de chicos muy dotados para las matemáticas, la química o el dibujo técnico, y que obtienen el título tanto por contar con buenos profesores de enseñanzas medias que les animan a ello, como por el prestigio que supone en ese ámbito social y sus familias el obtener una titulación de ingeniero”. Rasgos todos tras los que no cuesta ver la evolución de la sociedad asturiana justo antes de la llegada de los millennials.

Sin embargo, y a tenor de algunas pesquisas posteriores, el estudio confirma que algunos defectos estructurales entonces detectados siguen hoy sin resolverse. Entre ellos “que los egresados de la universidad se enfrentan a un grave problema: el de la sobrecualificación”, traducido “en que muchos no van a ejercer nunca su titulación, porque se ven obligados a aceptar trabajos para los que no se requieren estudios superiores, sino intermedios”. Un fenómeno que trae aparejada la insatisfacción laboral, la merma de beneficios para las empresas o el escollo de que un empleador se vea imposibilitado a contratar titulados en trabajos de cualificación inferior, en el que los jefes intermedios saben menos que los empleados de a pie, dando como resultado efectos chocantes como el típico “currículum adelgazado” que oculta una titulación, o la abundancia de treintañeros y egresados universitarios en las aulas de FP.

¿Tendrá que ver en ello que aún cargamos con el viejo prejuicio de que la FP era el bachillerato de los tontos? “Exactamente, ese es el gran problema que arrastra el sistema educativo español”, confirma Lorences. Y explica a la luz de los datos que “en 2018, en España hay un 43% de población que no supera los estudios mínimos obligatorios, frente a un 22% de titulados en FP y un 35% de graduados superiores”.

En un gráfico, la población activa por aptitudes “tendría forma de X, lo que significa un déficit de personas capacitadas para ejercer un oficio, y lo que es mucho peor, un segmento amplísimo de personas sin cualificar [el 43% referido] a las que será imposible acceder a un empleo dignamente remunerado y con unas mínimas garantías de estabilidad”.

En este sentido “las estadísticas de países cercanos como Alemania o Francia recogen que esas variables están en 24-47-29, en forma de rombo, indicando el esfuerzo de esos países en fomentar los estudios de Formación Profesional”. A mayores “ese es un ejemplo que funciona y que debemos copiar, no hace falta inventar nada”, aduce el catedrático, toda vez que “no se puede aspirar a un modelo educativo basado en el conocimiento, como se oye habitualmente entre los políticos, cuando la educación elemental registra esas cifras tan escandalosas”. Y alega, volviendo a las estadísticas recogidas entre 2000 y 2014, que “no es que sobren graduados superiores, sino que estos se ven obligados a desempeñar trabajos que requieren titulación inferior”.

“Es necesario replantear seriamente el modelo educativo desde la base, no desde su conclusión”, concluye Lorences, ya que “la Universidad, además de desempeñar la labor que le es propia, está sobrecargada al ejercer unas funciones añadidas que en realidad corresponden a la Formación Profesional”. Un panorama nada halagüeño, que asomaba ya en los albores del siglo, y del que resulta curioso (y sintomático) que el actual rector, García Granda, confirmase el pasado diciembre que este hecho, unido a la incapacidad de mantener en Asturias a sus titulados, constituya el gran problema al que se enfrenta la Universidad de Oviedo a día de hoy.

Suele decirse que los números son fríos, pero su elocuencia, por arrolladora, a veces llega a quemar de dolor. Y eso, por desgracia, no es leyenda urbana.

 

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