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Atlántica XXII

«Me tendieron una trampa para que vendiera el Bárcenas sin factura»

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«Me tendieron una trampa para que vendiera el Bárcenas sin factura»

Toño Velasco. Foto de Pablo Lorenzana.

 

Entrevista publicada en el número 58 de ATLÁNTICA XXII (septiembre de 2018), dentro del monográfico dedicado a la nueva identidad asturiana.

 

 

David Remartínez | Periodista

@davidrem

 

 

Toño Velasco (Valladolid, 1970) vive del arte. Del que enseña, del que produce, del que regala. Siempre ha sido artista, pero no siempre ha vivido de tamaña condición: antes fue camarero, hostelero, diseñador gráfico, presentador de televisión… Un tipo versátil que, un buen día, cuando se aproximaba a los cuarenta, decidió encomendarse por completo a su afición para pagarse los garbanzos. Cuadros, murales, dibujos, instalaciones, acciones en la calle, colaboraciones y cursos de formación, para críos y también para grandes: a eso se dedica, intentando no repetirse demasiado. Durante la crisis, Toño conoció su cota de fama con el «Ensayo sobre la burla», donde caricaturizó sacando la lengua a los señores y señoras que decidieron buena parte de la pobreza mundial, véase Merkel o Sarkozy, y a aquellos que aquí directamente nos robaron a manos llenas: Urdangarin o Bárcenas. Esos cuadros llegaron hasta The Washington Post y acabaron ilustrando una época, gracias en parte a que una concejala del PP quiso censurarlos en una exposición, regalándole a Toño una promoción preciosa. Hoy recuerda esos tiempos –en los que también impulsó la web satírica Fundición Príncipe de Astucias– con orgullo, cierto cansancio y mucho buen humor. El que le pone a todo, vaya.

Tú te has inventado un trabajo
Totalmente. No tengo marchante, no tengo galerista… Vivo unos meses mejor y otros peor, simplemente utilizando las redes sociales y haciendo de la pintura algo parecido a un show, a un espectáculo.

La conviertes en diversión y en educación.
Sí, esa es la idea

¿Qué parte de tus ingresos los sacas de los cursos que impartes y qué de la venta de tus obras?
Con las clases pago las facturas y sobrevivo. Luego, lo que venda, o los encargos, o los talleres o las action paintings, hay meses que trabajas más y otros nada. Soy un poco hormiguita: trabajo todo el invierno y ahorro, porque en verano no tengo cursos, y en verano me dedico más a las otras actividades. Anteayer tuve un action painting con Rulo y la Contrabanda. Este año vendí por ejemplo el Urdangarín, que es un icono, que salió en The Washington Post. Gracias a él tengo verano.

Ese cuadro estaba dentro de «La Burla». ¿Del resto de esa serie, cuántos vendiste?
Solo el Urdangarín.

¿Y eso?
Cuando la polémica y demás, empecé a recibir ofertas por el móvil. De aquella tenía a una persona que me llevaba la representación. Le dije: «Da igual lo que te ofrezcan, no está nada a la venta».

¿Por qué?
Porque era una reivindicación, entendía que la gente tenía que despertar y darse cuenta de que nos estaban tomando el pelo, y no quería meter el vil metal en medio. Además, esas llamadas se convirtieron en insistentes. Y una de esas personas insistentes quería comprar el cuadro de Bárcenas a un precio bastante loco, pero sin factura.

Jo, comprar a Bárcenas sin factura: pura España.
Le mandé un whatsapp diciéndole que si vendía el cuadro sería de forma legal, pero que aún así no estaba en venta. Sin embargo, luego descubrí que detrás de la transacción estaban varios medios de comunicación conservadores. Me tendieron una trampa para que lo vendiera sin factura.

¿Qué medios?
Digamos que me hicieron dos ofertas diferentes desde dos medios conservadores.

Es tremendo. Lo curioso es que, más allá de la polémica, tú funcionas al revés: buena parte de tu forma de trabajar es apuntarte a todo tipo de iniciativas sin cobrar.
Totalmente, porque tengo mucha suerte: el trabajo para mí es un disfrute. Si lo identificas como un sacrificio que hacemos a los dioses para poder estar en este mundo, es más difícil, pero para mí colaborar con una ONG o con alguien que me gusta lo que hace no es un sacrificio. Pensar que la riqueza es solo el dinero me parece un error.

Yo creo que es un fenómeno que empieza a surgir en algunos ámbitos: trabajar contra el dinero. Gente que plantea una forma de llevar los negocios donde no solo importa el ingreso inmediato como forma de intercambio.
Yo lo hago constantemente. A mis alumnos les cobro las clases a las que han podido venir, no porque te apuntes a un gimnasio y si no vienes, pues te jodes. Si trabajas a así, te lo devuelve todo. Pensar que el altruismo es trabajar gratis es un error: gratis no hay nada, siempre hay un retorno. Siempre que hablemos de entornos sanos, claro, no de explotación.

También te habrás tenido que acostumbrar a una vida más austera. Y no lo digo como algo malo.
Absolutamente. Y una vida más austera maravillosa. Hay que analizar la crisis cotejando todo lo que hemos aprendido. Por ejemplo, a vivir con la mitad de lo que necesitábamos antes, a ver lo superfluos que somos a veces. Yo no dejo de hacer nada por dinero porque no necesito hacer nada que me cueste dinero. Tengo una furgoneta de 1992 que me costó 3.000 euros y con ella me he recorrido Europa. No necesito hotel. La he adaptado yo por cuatro duros, tiene un abollón que no lo arreglaré en la vida. ¿De qué me sirve gastarme 40.000 euros en una nueva?

La reflexión que propones es buena: como no entendíamos la crisis, eso nos empujó a aprender cómo funciona la economía y cómo caemos en sus trampas. A mí me devolvió al mundo, a la política. Hasta esa crisis, yo podía tener unas ideas, pero nunca me había sentido motivado a reivindicarlas. Nunca había tenido problemas: tuve mi bar, fui empresario, trabajé en muchos sitios, pero nunca estuve en el paro. La crisis me abrió los ojos y me descubrió que podría vivir con la mitad. Y segundo, que podía tomar mis decisiones sin depender de nadie.

Le pedimos a Toño un autorretrato y nos hizo este en 30 segundos de un solo trazo.

Tomaste la decisión de «vivir del arte» con treinta y tantos años. ¿Hubo un hecho que lo desencadenara o fue un proceso?
Fue un proceso. Viví los años ochenta como un jovencito que era camarero desde los 17 y cobraba mil pesetas en La Silla Eléctrica. Desde los 17 hasta los 22, cuando trabajé en El Riego, no vi un contrato, pero me daba igual, era feliz. Luego tuve La Reserva, monté el estudio de diseño gráfico, trabajé en la tele…, porque soy una persona muy activa. Y entonces llegó un momento en mi vida en el que empecé a hacer cosas que no me divertían y a seguir órdenes. Trabajé en Ikea, o en otras empresas donde empezó a no gustarme la vida que llevaba.

¿Qué hacías en Ikea?
Era el jefe del departamento de Visual Merchandising, que controla todo el producto expuesto. Llevaba 20 personas entre interioristas, diseñadores y carpinteros. Era un trabajo con algunas cosas guapas, e Ikea es una empresa que se porta bastante bien con los empleados. Pero no era lo mío. Utilizar mi creatividad para vender un sofá me parecía un desperdicio. Entonces surgieron unas oposiciones en la Escuela Superior de Arte para trabajar de profesor especialista, lo que antes era un maestro de taller, un profesional que contratan para explicar su experiencia a los alumnos. Trabajas tres años y te obligan a estar dos años en barbecho. Como era media jornada, me dejaba libre el resto del día para poder pintar. Entonces cogí el espacio para el taller y, cuando acabé el contrato, ya estaba preparado para ponerme por mi cuenta.

¿Cómo se produjo el éxito de «La Burla»?
Primero por Eloy Alonso, que es un crac. Los dos vivíamos en La Fresneda y él iba fotografiando todo el proceso de ensayo y metiéndolo en Reuters, que se hacía eco de la corrupción en España a través de mis cuadros. Luego llegó el escándalo de la exposición, que fue a nivel nacional. Pero la proyección me la dio Eloy Alonso.

«Hay que analizar la crisis cotejando todo lo que hemos aprendido»

«La Burla» empezó como todo lo contrario: como un intento de hacer sonreír a la gente en medio de la recesión. Pedías que te mandaran fotos sacando la lengua y las dibujabas.
Sí, al principio era una cosa blanca. Yo soy ultraempático, y necesito alegría. Y la necesitaba sobre todo en esa época, en 2011. Al poco tiempo de «La Burla» montamos «La Fundición Príncipe de Astucias». En esa época, la gente tenía miedo a gastar dinero por si se quedaban sin trabajo, pero no tenían percepción todavía de lo que sucedía, de cómo nos estaban tomando el pelo con la crisis. Al principio mi idea fueron fotos de gente haciendo burla, porque merecía la pena que la gente saliera de su rutina y se hiciera una foto con la webcam. Empecé a pintar a esos personajes anónimos. A partir de ahí, la crisis empezó a ponerse dura y empezamos a ver cómo se pasaban los políticos. El primer cuadro que hice fue el de la Merkel, porque en ese momento los políticos prefirieron pagar la deuda de sus bancos que darle a la gente sus necesidades básicas.

Cuando miras los cuadros de la gente anónima, son todos divertidos, pero en los políticos, las lenguas dan asco.
Claro, los anónimos están pintados como un gesto bello, natural. Lo que llamé «La Gran Burla», sin embargo, era una sátira: esa lengua no era suya, se la ponía yo. No tenía ningún interés en pintarlos bien. Probablemente el peor cuadro que he pintado en mi vida fue el de Bárcenas, lo pinté en una mañana de ira.

¿Acabaste cansado de tanta ira?
Sí, mucho. Entonces era una obligación hacer que la gente abriera los ojos. Yo lo viví como una guerra, me levantaba por las mañanas y lo primero que hacía era informarme, vivía como un periodista. Me costó un matrimonio, toda esa involucración me afectó muchísimo porque soy muy visceral. Cuando las aguas ya se calmaron, quise volver a lo mío: el sentido del humor, lo banal, lo superfluo.

¿Y por qué cerrasteis La Fundición Príncipe de Astucias? Era una página magnífica.
Nació en ese mismo momento, en el que muchos necesitábamos herramientas para contar lo que estaba pasando. Y cuando se acabó su función, se terminó.

En Asturias falta esa capacidad de chiste, de reírnos de nosotros.
Asturias está llena de gente que se toma demasiado en serio a sí misma.

¿A ti te ha costado salir adelante aquí?
No, en ese sentido no, he tenido mucha suerte. Soy un afortunado. Soy pintor local, de pueblo, y no tengo ninguna necesidad de ir a Madrid a triunfar.

Eso es la antítesis de los tiempos que vivimos, donde todo el mundo busca su notoriedad. Ni siquiera te cultivas un estilo propio, saltas de una cosa a otra.
Porque yo quiero divertirme y no hacer siempre lo mismo. Mira, siempre pongo el ejemplo de Botero. Tú imagínate que un día pintas una gorda, bastante mal, porque técnicamente es bastante mal pintor. Tú ves las gordas de Lucien Freud y te hacen llorar de la emoción. Pero Botero descubrió una fórmula y es preso, está condenado a pintar gordas hasta que se muera.

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