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Atlántica XXII

Miguel Cancio: “Aunque estaba en el PCE, como era de pueblo iba por libre”

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Miguel Cancio: “Aunque estaba en el PCE, como era de pueblo iba por libre”

El sociólogo y economista Miguel Cancio este verano en Santiago de Compostela. Foto / Andrés Rodríguez Monteavaro.

GALERÍA DE HETERODOXOS/AS

Miguel Cancio (A Veiga, Asturies, 1948) es la personificación absoluta de la heterodoxia. Formado por los pensadores más punteros de la época, regresó de una estancia en la Francia de la década de 1970 convertido en un verdadero outsider. Sociólogo y economista, ha desarrollado la mayor parte de su vida laboral, intelectual y socialmente militante en Santiago de Compostela, donde fue profesor universitario y actualmente disfruta su jubilación.

Andrés Rodríguez Monteavaro / Historiador (Santiago de Compostela).

¿Cómo es la escuela que construye a Miguel Cancio?

La gran referencia de mi vida fue el bar de mi padre en A Veiga. Fue para mí la gran universidad, la universidad de la vida. En aquel momento había una riqueza muy grande de personalidades y allí se cocía absolutamente todo lo que pasaba en la vida local; por eso soy de cultura de taberna y así fue como fui cayendo en las tertulias. Esto fue lo que me llevó a estudiar sociología, la inquietud por poder analizar las relaciones que allí se articulaban.

Y comenzó también su inquietud por la política.

Cuando fui a estudiar a Oviedo en 1965 conocí a un tal Manín, que organizaba guateques en Tapia. Íbamos allí con la moto de mi padre y además de hacer fiesta, aprovechando, también hacíamos política. Yo estaba vinculado con el PCE y me reforzaba un chico al que llamaban Rober que estaba con los comunistas en Francia y que veraneaba allí. Hicimos un acto en solidaridad con un barco que estaba en huelga y a raíz de aquello recibimos las amenazas de la derecha local. La Guardia Civil llegó a venir a identificarnos a la playa acusándonos de hacer política subversiva.

¿Cómo reacciona una familia rural como la suya ante su radicalización?

En ese momento en los pueblos no había política, porque era un riesgo muy grande. A mis padres esto les causó un gran disgusto, porque habían vivido la guerra y creían que esto era volver a ella. Mi suegro, que era de la más dura ultraderecha, llegó a decir que hubiera preferido que nos muriésemos antes de que militásemos en el comunismo y no fuéramos a misa.

Tras esto, decide viajar junto a su mujer a Francia para continuar con sus estudios.

El viaje empezó mal porque fui detenido el día anterior a irme acusado de los alborotos en Santiago por el asesinato franquista en 1975 de tres miembros de ETA y dos del FRAP. A mí me tenían fichado porque en el año 1970 me había encerrado contra el proceso de Burgos en la catedral y por eso vinieron a buscarme, aunque no había hecho nada. Nos íbamos porque mi mujer consiguió un lectorado en francés y decidimos hacer el viaje en moto.

¿Y qué se encuentran cuando descubren las instituciones universitarias francesas?

Cuando llegamos a Francia, estábamos fuera del plazo de matriculación porque el curso no empezaba como en España. Como no sabía qué hacer, los comunistas me invitaron a ir a una universidad experimental en la que estaban Foucault, Deleuze y Lacan, la Université Paris 8-Vincennes. Tenía una gran ilusión por conocerla, porque allí se estaba dando todo lo moderno y puntero: feminismo, cine, aulas nocturnas para obreros… Cuando llegué allí, nunca lo olvidaré, me quedé en shock: todo estaba devastado por los jóvenes izquierdistas. Aun así, era el paraíso. Comencé a asistir a las clases que alternaba con las de la École des Hautes Etúdes, donde iba a ver a Touraine, a Bordieu o a Barthes. Se montaban grandes debates en los pasillos y en el comedor, hasta grupos de personas psiquiatrizadas tomaban la palabra a gritos para dar su opinión.

Discurso radicalmente desnudador

Usted siempre ha sido un heterodoxo. ¿Cómo le influyó la toma de contacto con sistemas de pensamiento que aquí apenas se conocían?

Aunque estaba en el PCE, como yo era de pueblo, tenía un temperamento fuerte e iba por libre. Por eso me vinculaba a los movimientos sociales que veía pertinentes fuera del partido, como la lucha contra el maltrato o la homofobia. Al llegar a Francia, entré en contacto con un pensamiento que se podría denominar libertario, de no creer en sectas ni dogmas comunistas. Así fue como conocí a Juan Mari Solera, Su Alteza Serenísima el Principe Galín de Galicia, con el que empecé a frecuentar las tertulias.

Y con él, a Agustín García Calvo.

Aquel episodio cambió mi vida para siempre. Fuimos a verlo a una tertulia a la Boule d’Or, después de haber sido expulsado de la Universidad en España. Era un genio nihilista y ácrata, el rey de la provocación. Recitaba a los clásicos, analizaba el mundo, cantaba el Libre te quiero… Su forma de expresarse, tan artística y espontanea, transformó mi forma de comprender el mundo y de afrontar las cosas.

Su impacto fue tal que lo tuvo que traer a Santiago de Compostela.

Cuando volví de Francia monté un ciclo de conferencias en la Universidad que permitiese a los alumnos más brillantes poder exponer sus investigaciones al lado de grandes figuras del pensamiento internacional de aquel momento. La ponencia más importante fue sin duda la de Agustín, a la que vino gente de toda España y cuyo debate duró más de cinco horas. Comenzó a cuestionar los dogmas y a reírse de los comunistas, dejándolos a través de la crítica en evidencia. La gente de la UPG comenzó a insultarnos, llamándonos pequeño-burgueses, anarco-capitalistas, y llegando a amenazarnos con golpearnos.

Miguel Cancio es asturiano, pero lleva muchos años residiendo en Santiago de Compostela. Foto / Andrés Rodríguez Monteavaro.

¿Era posible aplicar esta nueva visión del cosmos festivo-reivindicativa que había descubierto con su estancia en Francia?

Cuando me reincorporé a la Universidad de Santiago de Compostela me opuse al carrerismo de los profesores comunistas y me propuse trabajar directamente con los movimientos. Las cosas estaban cambiando, García Calvo había dejado un buen caldo de cultivo y el cierre de la residencia del Burgo fue la gota que colmó el vaso para crear la Coordinadora Aberta de Servizos Universitarios e da Vivenda y el Movimiento de los Pisitos Buenos, Bonitos y Baratitos. Fue un movimiento asambleario que duró dos años y que convirtió a la reivindicación social en un elemento útil y en una fiesta constante. Los comunistas de la UPG intentaron capitalizarlo, pero al abrirse las asambleas, crear dinámicas irónicas y tomar la palabra todo el mundo, se quedaron aislados y no les quedó otra que replegarse y librar la batalla dentro de los propios debates. Ahí no tenían nada que hacer, porque sus discursos panfletarios no eran tomados en serio por nadie.

¿Con la creación de las asambleas se instaura también la ‘performatividad’ como forma de acción?

Efectivamente. Galín creó un grupo llamado Instituto Paradoxológico de Fundamentación Docente, en la que iban comandos que entraban en las clases a discutir las hipótesis de lo que se estuviera dando desde una perspectiva de la crítica filosófica. Eran gente muy leída, muy preparada, por lo que los profesores se quedaban bloqueados al no poder discutir con gente que tenía un discurso mucho mejor que el de ellos. ¡Aquello era una impugnación total, un atentado terrorista-intelectual! Impusimos el espíritu de lo que yo llamaba el “discurso festivo, revulsivo y radicalmente desnudador”.

Cerdo y burro honoris causa

¿Cuál fue el punto de inflexión para que estas dinámicas se consolidasen?

Como el movimiento no tenía un control desde ninguna parte, yo tenía miedo a que se fuese todo de las manos y se autodinamitase. Cuando hicieron doctores honoris causa a Camilo José Cela, Álvaro Cunqueiro y Joseph Piel, nosotros nos opusimos y fuimos al Paraninfo de la Universidad a protestar. De repente, un grupo de anarquistas amigos del Príncipe Galín soltaron en medio de la ceremonia tres gallinas y comenzaron a lanzar follajes, impugnando el acto y montando un caos absoluto. Al día siguiente fui acusado de haber dirigido a un grupo de drogadictos, a los que ni siquiera conocía. Aun así, con esta acción se generó una nueva dinámica espontaneista, festiva, libertaria y colorista que marcaría el futuro de nuestras reivindicaciones.

¿Qué otras intervenciones decidieron hacer a consecuencia de aquel primer victorioso asalto?

Al inaugurarse el curso escolar del año 1981, decidimos hacer un acto paralelo en el aula 8 de la Facultad de Medicina, que teníamos ocupada con una asamblea permanente. Compramos un cerdo, al que nombramos como el Eminentísimo Juan Jacobo Paradox, que llevábamos vivo encima de una bandeja y al que acompañaban cientos de personas disfrazados en procesión para hacerlo doctor gloriosis causa. Al enterarse de aquel acto subversivo, en pleno epicentro del conservadurismo universitario, terminaron mandando a la policía a disolver el acto. El rector me llamó a reunión y me dijo: “Cancio, esto se te ha ido de las manos. Han llamado de Madrid y te van a investigar porque creen que te está financiando Argelia”. Yo le dije que no era mi responsabilidad, que aquello era un movimiento amplio y que el culpable era él por no haber cedido en reivindicaciones básicas. Y además aquello ya era imparable, se creó un happening absoluto.

No se podían quedar ahí.

Obviamente, no. Al año siguiente teníamos que dar un salto cualitativo para seguir manteniendo el movimiento. Le propuse a Galín investir a un burro doctor honoris causa y llevarlo bajo palio al aula 8 de Medicina. Fuimos a una feria a comprarlo y nos encontramos con uno que vendían barato porque era para matar. Lo pagué de mi bolsillo y lo escondí en un caseto que había en la residencia universitaria. Creamos una solidaridad total para con el animal y los campesinos de los alrededores nos traían hierba para alimentarlo.

¿Cuál fue el papel del burro en todo esto?

Lo vestimos con túnicas, contratamos a una banda de señores mayores y organizamos un desfile con gente disfrazada de altas autoridades. Lo bautizamos como el doctor honoris causa Zenón de Kotapos y lo introdujimos en el aula 8 bajo palio. El burro rebuznaba y Galín traducía simultáneamente sus palabras con lenguaje poético. Tras esto, recorrimos toda la ciudad con él sin que la policía interviniera, fue un éxito total. Como todo estaba funcionando tan bien, decidimos hacer una ocupación del colegio mayor con el animal, para terminar de reivindicar todo lo que queríamos. Gracias a ello conseguimos el mayor porcentaje de plazas de residencias universitarias con el precio más bajo de España.

Si estas asambleas contaban con tanta fuerza en Santiago de Compostela, ¿por qué terminan por marchitarse?

El movimiento murió porque al no tener una organización detrás no supimos mantenerlo vivo y poco a poco fue apagándose, mientras que los comunistas seguían trabajando en sus dogmas duramente y consiguieron retomar el poder que habían perdido. Así fue como se terminaron dos años de fiesta permanente donde se consiguieron grandes logros sociales.

Nudismo reivindicativo

Es usted uno de los precursores del nudismo contemporáneo en España. ¿Cómo termina siendo, junto a sus amigos, uno de los adalides de esta corriente a nivel internacional?

Mi grupo de amigos y yo empezamos a ir a la playa de Baroña a hacer nudismo, porque era una playa de difícil acceso y se podía estar allí sin que nadie nos molestase. El problema vino cuando en junio del año 1983 comenzaron a construir un edificio de tres plantas que en un principio creímos que era un búnker para el contrabando de droga y nos propusimos denunciarlo. En realidad, estábamos asistiendo al principio del maltrato urbanístico de la costa, por lo que los dirigentes locales convencieron a los vecinos de que les íbamos a impedir vender sus tierras y nos los echaron encima a morder. La situación se radicalizó ya que para eliminarnos comenzaron las detenciones, con acusaciones de escándalo público que llegaron a tener condenas de tres años de cárcel.

¿Y con ello consiguieron debilitarlos?

No, todo lo contrario, esto fue positivo porque nos permitió poner en discurso el nudismo y reivindicar la aceptación y expresión del cuerpo. Montamos la Coordinadora Nudista Ecológico-Radical. Comenzamos a asistir a entrevistas de medios internacionales, tertulias de televisión… Teníamos tanta repercusión que, cuando fuimos a grabar con Fernando García Tola el programa Si yo fuera presidente, hubo una amenaza de bomba en el plató y lo tuvimos que posponer hasta el día siguiente.

El movimiento fue muy fuerte porque supimos organizar una gran resistencia a las acusaciones de escándalo público haciendo denuncia con nuestro característico tono sarcástico y festivo. “Tetiñas, piroliñas e carrachudiñas free” se convirtió en un eslogan referente para la defensa de las libertades de nuestra corporeidad. Finalmente, en 1989, conseguimos la despenalización del nudismo en España.

“No me doblegué nunca a los dogmas”

Tras haber pasado toda una vida en la Universidad, siempre se ha mantenido al margen de la casta académica que la maneja. ¿Se considera usted un outsider de la institución?

La Universidad estaba y está capitalizada por un izquierdismo carrerista que la está convirtiendo en una institución mediocre y atrasada. Mi estancia en la Universidad fue tortuosa al no doblegarme nunca a los dogmas que desde los partidos políticos y los sindicatos se querían imponer. Por ello tuve que enfrentarme tanto a la institución, no llegando nunca a ser catedrático, como a grupos de estudiantes nacionalistas que vinieron a atacar una de mis clases dirigidos por la teología del comunismo nacionalista gallego.

¿Es usted creyente del sistema de aprendizaje reglado actual?

La Universidad quiere gente servil. La educación tiene que servir para liberar las energías creativas, para dar cauce a todo lo que pueda generar valor añadido, en todos los sentidos. Si no se plantean nuevas preguntas, nuevas hipótesis, no podrá existir nunca la buena ciencia. Mientras tanto, estamos alimentando un sistema de esclavismo, sometimiento y servidumbre.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 52, SEPTIEMBRE DE 2017

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