Afondando
Putas, feminismo y un parásito abolicionista
Asistimos a un debate de las posturas feministas en torno al sexo, el trabajo y los derechos, pero nos encontramos en un escenario de puritanismo que consume en campañas abolicionistas los presupuestos de ayuda a las víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual.
Cecilia González / Antropóloga y activista por los derechos de lxs trabajadorxs sexualxs
Asistimos a un debate de las posturas feministas en torno al sexo, el trabajo y los derechos, pero nos encontramos en un escenario de puritanismo que consume en campañas abolicionistas los presupuestos de ayuda a las víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual. Prostitución y trata de personas son dos realidades diferentes que, en España, comparten sólo la falta de derecho a decidir de las personas que ejercen el trabajo sexual. Dos sindicatos de prostitutas en el presente año, el apoyo colectivo a lxs trabajadorxs sexuales de organizaciones pro derechos y de académicos de diversos ámbitos, y un auge de las cuestiones feministas desde la diversidad, han sembrado un debate en torno al trabajo sexual y el feminismo que deja clara una idea: para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual, las putas no son el problema, son parte de la solución.
En todas partes hay sexo y en todas partes hay putas. Pero seamos francos: el puritanismo está donde están el miedo y la ignorancia, y ha invadido con una doctrina prohibicionista que censura a las personas y las clasifica en la dicotomía “santas o putas”, según un comportamiento constantemente vigilado para que sea “normal” (y, en buena medida, casto). Es el que se hace llamar feminismo abolicionista, que de alguna forma necesita algo que abolir, y sus adeptos suelen coincidir, aunque no siempre, en prohibir la prostitución, perseguir la gestación subrogada y condenar el uso de drogas.
Frente a él se sitúa el feminismo prosex, que solo comparte con el que quiere ser su alter ego abolicionista la que fuera “palabra del año en 2017”. Feminismo pro sex y feminismo abolicionista parecen corrientes irreconciliables, aunque ambas dicen defender, entre otras cosas, “los derechos de las mujeres”.
FEMINISMO Y TRABAJO SEXUAL
Cuando entran en el debate los usos del cuerpo de esas mujeres aparecen las disidencias filosóficas, y de su mano las disputas: aborto, gestación, consumo de drogas, prostitución… No hace tanto tiempo, en esa lista estaban también las orientaciones sexuales no heteronormativas y la transexualidad, que no eran aceptadas por el feminismo de primera, segunda y comienzos de la tercera ola, por no corresponder la categoría de “Mujer” (blanca, clase media, cis heterosexual) recogida por la corriente.
Las trabajadoras sexuales son más realistas en cuanto las cuestiones que atraviesan sus cuerpos, y el feminismo al que se acogen; pansexuales, transexuales, hombres, racializadas, precarias, inmigrantes, escorts, de la calle… Todas tienen cabida en el discurso feminista prosex, porque es transversal. Y porque al fin y al cabo se trata –también– de una cuestión de sexo y deseo, que son diversos y no atienden a límites heteronormativos.
Pero sobre todo, las putas están organizadas. No confían en dogmas que dictaminan qué usos de sus cuerpos son apropiados. Eligen una actividad y la desempeñan a cambio de dinero. No hay ningún producto, hay un servicio. Los sindicatos recientemente formados en Barcelona, OTRAS y USTS, cuentan con el apoyo de otras organizaciones de carácter sindical que recogen la tipología de trabajo a la que se adscriben las putas.
No son víctimas, tienen una identidad política y reclaman unos derechos concretos. En algunos casos reclaman medidas de ayuda, protección y comunicación porque ya poseen los derechos, pero se vulneran constantemente. Llegados a este punto debemos recordar que los derechos de las trabajadoras sexuales son derechos humanos, y que el debate, si se quiere ser pragmático y ético, no está en la dicotomía “Prostitución Sí vs. Prostitución No”, sino en “Derechos laborales vs. Explotación y Clandestinidad”.
PROSTITUCIÓN, ABOLICIÓN Y METAFÍSICA
La prostitución, a diferencia de lo que se suele decir, no es “el trabajo más antiguo del mundo” (primero se dieron la agricultura y la ganadería y luego el canje de productos y servicios). Pero el intercambio de sexo por otros bienes y recursos no es nuevo, y sucede entre humanos y algunas especies de primates.
Paul B. Preciado describe en su charla “El burdel del Estado” los orígenes del burdel moderno en el S. XVIII como una institución pública definida por el Estado francés cuyas mujeres funcionaban cual “contenedoras de la sífilis”. Esta herencia continúa hoy siendo parte del estigma impuesto a las trabajadoras sexuales, y su profesión es vista como un foco de prácticas sexuales nocivas y de degeneración.
Sí que es un trabajo antiguo, y está presente de forma transversal: en todas las sociedades, en casi todos los estratos y a lo largo de la historia ha existido alguna institución, oficial o no, relativa a la gestión de las sexualidades y el conocimiento de las artes amatorias.
Extraigamos de esto una obviedad en términos de mercado: las prostitutas existen porque hay demanda de sus servicios, aún cuando hay medidas políticas en su contra. Bravo. Entonces, el abolicionismo existe porque… ¡vaya! Va a resultar que el abolicionismo sólo existe porque hay putas, una fuerza reaccionaria a una realidad social, es decir: las putas pueden vivir sin abolicionismo, pero el abolicionismo no puede vivir sin las putas. Fuck!
El feminismo de mujeres de clase media, blanco y pseudoacadémico, pretende producir saberes emancipadores con libros amarillistas y argumentos plagados de falacias y significantes vacíos. Asumimos así el debate feminista entorno a campañas de desprestigio como #HolaPutero, o charlas de abolicionistas que aseguran una disociación del cuerpo femenino en el ejercicio del sexo por dinero, creando categorías que se pretenden universales pero son etno e incluso egocéntricas, hablando en nombre de un feminismo único, que no es sino el feminismo de la diferencia interpretado al gusto. El abolicionismo ha decidido hablar de las putas sin tener en cuenta sus voces ni considerarlas sujetos de pleno derecho, ganar dinero con ello y alzarse como salvador de las “mujeres prostituidas”, como ellas denominan de forma arrojadiza a las prostitutas, aún cuando éstas les piden que las citen por su profesión.
El abolicionismo es un buenismo peligroso por su simplismo. Está lleno de buenas intenciones teóricas y de ceguera práctica. Esta ceguera se llama PRIVILEGIOS. Pero también es el discurso populista gracias al que una minoría hace negocio y gana posiciones de poder institucional
— Saisei-chan (@Saisei_chan) 1 de agosto de 2018
Los argumentos del abolicionismo vienen a responder a tres patrones conductuales identificables (y fácilmente rebatibles):
- Suposiciones poco rigurosas sobre la actividad laboral y sobre los clientes.
- Injurias hacia las asociaciones pro-sex o de trabajadorxs sexuales, y
- Ataques difamatorios en redes sociales contra las trabajadoras sexuales y los grupos sindicados. Los más comunes son: “Los clientes son violadores”, “Sois capitalistas privilegiadas” y “Esta asociación está formada por proxenetas”.
Esta putofobia tiene su festín en el estigma puta, basado en prejuicios fruto de la ignorancia y del miedo horrible a la otredad: confundir, a veces de forma deliberada, prostitución voluntaria con trata de personas para fines de explotación sexual, mezclar falacias con porcentajes para asegurar que “la mayor parte de personas que ejercen la prostitución son explotadas”, psicopatologizar a las trabajadoras sexuales, convertirlas en víctimas para salvarlas o en delincuentes porque están en el mercado negro, o silenciar su identidad en nombre de la moral, olvidando del todo la ética, son sólo algunos ejemplos de la –pobre pero popular– discursiva abolicionista.
Rara vez vemos al abolicionismo perseguir a las mafias y redes de trata, o discutir los presupuestos dedicados a campañas difamatorias que, citando alguno de los peores casos documentados de la comunidad de Madrid, violaron la intimidad de las trabajadoras exponiéndolas deliberadamente con fotografías en las que se las reconocía y provocando consecuencias en la convivencia vecinal de las trabajadoras y de sus familias. No se discute sobre la existencia de ANELA, la asociación nacional de empresarios de locales de alterne que existe desde 2004 con impunidad en el asunto del sexo de pago, o sobre la relación de los clubes con los ayuntamientos, ni se visibilizan las violencias contra trabajadoras sexuales de la misma forma que se hace cuando el machismo golpea o viola a una “mujer normal”; sólo necesitamos remitirnos al caso de “la manada de Murcia”, en donde la víctima era puta, y la justicia no tuvo inconveniente en permitir el argumento de su profesión para justificar a los agresores.
Tampoco se les da la misma relevancia a casos como el del sheriff Ginés, que, si no participó en una trama de trata de mujeres, ha sido señalado por “aprovecharse de las prostitutas”, o la brutalidad policial contra las putas durante las detenciones. ¿Dónde queda la sororidad cuando el sujeto de estos abusos son las prostitutas? La ideología de las hermanas queda al margen cuando es necesario ejercer como lobby feminista, aún a costa de otras mujeres.
POLÍTICAS DE LA PROSTITUCIÓN
En la provincia de Sevilla, por ejemplo, hay algo más de 100 asociaciones de mujeres / feministas. Los planes de erradicación de la prostitución están basados en estudios encargados por el ayuntamiento a las mismas académicas feministas de la diferencia que investigan superficialmente el fenómeno de la prostitución sin contar con las voces de las putas, y consiguen, en resumen, que aumente la vulnerabilidad de las trabajadoras de la calle con medidas punitivas (multas a ellas y/o a sus clientes) que las derivan obligatoriamente al trabajo clandestino en clubes, bajo las condiciones impuestas por sus dueños, dejando los beneficios de la actividad laboral a disposición de estos, así como una impunidad implícita para cotizar y declarar sobre las trabajadoras, pues no existe relación contractual demostrable entre la trabajadora y los clientes, o entre la trabajadora y un superior u hospedero.
Prohibicionismo, regulacionismo o abolicionismo son políticas desaconsejadas por los colectivos de trabajdorxs sexuales y pro-sex por sus efectos en contra de los Derechos Humanos y por su fomento de la clandestinidad, de modo que las organizaciones pro-derechos y de trabajadorxs sexuales tienen clara la única que funciona: una legislación Pro-derechos o pro-sex, en la que la prostituta es considerada una trabajadora, y que, si se quieren buscar resultados, ha dado frutos positivos en Nueva Zelanda.
Multitud de organismos y ONG desaconsejan la penalización de la prostitución por sus efectos en contra de los derechos humanos: la Strada International, Medecins du Monde, Anti Slavery International, Open Society, ONU Mujeres, OIT…
También existen organismos por la despenalización del trabajo sexual: Alianza Global contra la Trata de Mujeres (GAATW), la Comisión Global sobre VIH y Derecho, Human Rights Watch, ONU SIDA, el relator especial de la ONU sobre el derecho a la salud, la OMS y Amnistía Internacional.
Las conclusiones son claras: para combatir la trata de personas con fines de explotación sexual, las putas no son el problema, son parte de la solución. Conciliadas o no las posturas sobre lo que es la prostitución, el sexo y los usos lícitos del cuerpo de la mujer, el debate metafísico debe quedar al margen, y deben adoptarse medidas políticas reales que garanticen los derechos de todxs lxs trabajadorxs, sin excepciones moralistas impuestas. El sector político-social de trabajadorxs sexuales no puede ver vulnerados sus derechos diariamente, con una legislación que beneficia la trata y la explotación al proteger a los dueños de clubes de alterne, del mismo modo que las políticas prohibicionistas con las drogas fomentan el mercado negro, o la ley seca supuso el auge de las mafias. En ninguno de esos casos disminuyó el consumo de las sustancias, y con el abolicionismo no disminuye el consumo de servicios sexuales; solo se abaratan y clandestinizan, perpetuando la precarización femenina, el estigma y la exclusión social.
Una participación política y mediática en auge por parte del feminismo prosex, la acogida en asociaciones pro derechos humanos, la presencia en las reivindicaciones masivas del 8M, y el primer sindicato catalán de trabajadoras sexuales, parece molestar cada vez más al abolicionismo, asentado en los puestos de poder de forma hegemónica, pero dibujan un panorama favorable para los derechos.
La lucha (feminista) no estará ganada mientras el feminismo de la diferencia sea mainstream, la formación feminista se reduzca a los discursos de un grupo de actrices aspirantes a teóricas del movimiento, disfrazadas de divulgadoras feministas, y se señale como no-feminismo posiciones prosex, racializadas, queer, trans y, en resumen, todas aquellas que no sean “la mía”. Ni mientras se hable a la ligera de “la mercantilización del cuerpo”, pero no de la del movimiento, ni del dinero que se gana en sectores privilegiados a costa de las putas, sin conocer su trabajo ni sus discursos.
El pensamiento crítico debe ser la base para guiarnos todas las feministas, una deconstrucción constante en la que la categoría de mujer, si es que existe, sea lo más inclusiva posible. Recordemos que hemos sufrido ya varias batallas internas desde los orígenes del feminismo negro, cuando en 1871 Sojourner Truth dijo: “Ain’t I a woman?” Y vaya si lo era. Como lo son las lesbianas, las pobres, las gitanas, y las transexuales, aunque no siempre hayan sido consideradas miembros de pleno derecho del movimiento.
No caigamos en errores que tradicionalmente ha cometido el heteropatriarcado excluyendo a una parte de la población porque no corresponde con un estándar deseable.
El feminismo lleva demasiado tiempo peleando contra “el patriarcado” en nombre de “la mujer”, pero también contra todo lo que sale del esquema de “una buena mujer”. Ya basta.
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