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Atlántica XXII

Si quieres un contrato, invítame a comer

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Si quieres un contrato, invítame a comer

Un acercamiento al capitalismo de amiguetes de la mano de los autores del libro ‘Contra el capitalismo clientelar’

David Pérez | Periodista

Artículo publicado en el número 61 de nuestra edición de papel (marzo de 2019)

Si hubiera que borrar de la filmoteca universal las películas basadas en redes clientelares, se abriría un enorme boquete. Ciudadano Kane, capitalismo clientelar. Ben-Hur, capitalismo clientelar. El padrino, capitalismo clientelar. Torrente, puro capitalismo clientelar. En 2014, a un político cántabro y colaborador de La Sexta que había conseguido un papel en Torrente 5 su partido no le dejó rodar. En esta entrega, Torrente ha sido compañero de cárcel de Bárcenas y Urdangarin, Cataluña es independiente y Eurovegas una realidad, cuatro líneas argumentales recurrentes del capitalismo de amiguetes en la España posmoderna. «Clientelismo significa que en las relaciones económicas no funciona el principio de mérito y de eficiencia, sino otros como la confianza, la familia y otro tipo de lazos menos puros.

La tendencia natural del ser humano no es dar las cosas al que lo merece, sino, primero, al que te reporta a ti algún tipo de ventaja particular y personal; o en todo caso, a aquellas personas que tienen unos vínculos de confianza contigo». Habla Ignacio Gomá, presidente de la Fundación Hay Derecho y uno de los autores de Contra el capitalismo clientelar (Península, 2017), un ensayo donde los editores del blog Hay Derecho indagan en uno de los temas protagonistas de la última crisis financiera: las redes clientelares. Sin embargo, clientelismo ha habido siempre. «En Grecia y Roma, ese tipo de lazos permitían que las relaciones y económicas fueran seguras. Tú contactabas con aquellas personas a las que conocías y, de hecho, en el libro nos preguntamos hasta qué punto un clientelismo lismo no es una opción correcta o eficiente en un país donde no impera la ley», dice Gomá. «Lo que pasa es que al final tienen un recorrido relativamente corto. Un país es mucho más eficiente si los contratos se dan a las personas más eficientes, si hay justicia y seguridad jurídica, por eso siempre relacionamos Estado de Derecho y eficiencia. Es un fenómeno tan antiguo como el mundo, que responde a una necesidad económica, pero no es la mejor de las opciones».

Primera lección: la condición humana. «Nuestra tendencia es el clientelismo, por eso en todos los países hay que estar permanentemente luchando contra la corrupción, el robo y el engaño. La diferencia entre que triunfe o fracase está en cómo organizas esa lucha. Desde luego, si tienes una poderosa ética personal, ayuda mucho».

Economía de club social
Contaba el periodista Miguel Ángel Aguilar en un artículo de El País en 1999 que Valentín Alegre, director del madrileño Colegio de El Pilar, vivero del poder político y empresarial español durante generaciones, en clase hacía preguntas de este estilo: «A ver, ¿cuántos hijos de directores generales y de subsecretarios tenemos en 4ºB?». Luego, del nombre de estos siempre se acordaba.

Elisa De La Nuez, editora de Hay Derecho y coautora del libro, sostiene argumentos ambientales frente al diagnóstico determinista. «Si el capitalismo tiende a ser clientelar es porque las empresas quieren ganar dinero y tener beneficios. A la pregunta sobre cómo se consigue un contrato con la administración en España, la respuesta puede ser, a) con un concurso limpio, transparencia y haciendo la mejor oferta; o b), llevándote a comer a la persona que vaya a decidir. Esas reglas no las pone la empresa, sino el sector público, y si las instituciones mandan un mensaje muy claro de que aquí se contrata por unos procedimientos limpios y transparentes y se favorece la concurrencia, ese mensaje se recibe del otro lado».

En España, la respuesta b) es una tradición que cuesta en corrupción 90.000 millones al año, según un estudio de los Verdes Europeos de 2018. «La autorregulación está demostrado que no funciona. Muchas conductas relacionadas con los Códigos de Buen Gobierno o Gobierno Corporativo que no llegan a ser irregulares o delictivas se quedan en el ámbito de la ética, la integridad o la mala praxis, y así es más fácil que se cometan. Yo soy muy partidaria de la regulación, la de verdad, la que es capaz de imponer el Estado con normas y sanciones».

Dos compañeros de pupitre de aquel Colegio de El Pilar fueron Aznar y Juan Villalonga. Cuando el primero llegó a la presidencia del Gobierno, hizo presidente de Telefónica a su amigo, que en tres años multiplicó por 12 su retribución. En el año 2000, ya finalizada la privatización, la CNMV inició una investigación sobre ciertas operaciones realizadas por Villalonga, y cuando a Aznar le preguntaron en público qué le diría a los accionistas, él se dirigió directamente a la nación: “A los 40 millones de españoles les diré que estén tranquilos, y los problemas, cuando son de una empresa, se resuelven; que estén tranquilos, que ya se sabe que España va bien».

Segunda lección: la resistencia. «Muchas veces se ha intentado imponer unas normas más allá de una simple autorregulación, que el Parlamento establezca un código de buen gobierno con sanciones a imponer desde un organismo público, pero siempre se han defendido como gato panza arriba. Es muy cómoda la situación donde usted tiene estas obligaciones, pero si las incumple lo único que tiene que hacer es explicarnos por qué las ha incumplido».

El origen del mal
El crony capitalism es un fenómeno global, pero en España existen singularidades. La primera, según Ignacio Gomá, «nuestra tardía llegada a la democracia. Después de la Transición, había un peligro de involución debido a la confluencia de extremismos, por lo que se buscaba estabilidad con partidos enormemente fuertes. Eso lo que hizo fue crear monstruos, partidos poderosísimos que, con la excusa de buscar estabilidad, invadían todas las instituciones, con el resultado de que algunas han sido capturadas por algunos de esos partidos políticos».

La segunda singularidad apunta a nosotros: «Una cierta falta de cultura democrática en el ciudadano acostumbrado a que el Estado se lo resuelva absolutamente todo en una dictadura. Esa mentalidad ha pervivido en buena parte, a diferencia de otros países donde está muy interiorizado que cada uno se tiene que sacar las castañas del fuego individualmente», añade Gomá. Y por tercera singularidad, señala «la poca cultura de pacto entre los partidos políticos para llegar a acuerdos fundamentales».

Pero el auténtico Big Bang de nuestro capitalismo clientelar fue la especulación inmobiliaria, cuando el universo del enchufismo empezó a expandirse. «En los 90 se concentró un enorme desarrollo de la construcción unido a la necesidad de financiación de los partidos y de los municipios. Era un dinero muy barato, y se generó una burbuja donde todos los que intervenían estaban interesados en que se hiciese de esa forma», apunta Gomá.

Lección tres: la fiesta. «Ganaba todo el mundo. Capitalismo clientelar total, con connivencia del ciudadano y de las autoridades, que no estaban interesadas en frenar la a burbuja; unido a las cajas de ahorros enormemente politizadas, que no querían que parara la fiesta».

Hacen falta normas y sanciones

Conciencia e incentivos
Sobre la puesta de largo una organización llamada Foro Puente Aéreo, Expansión publicó en 2011: «Nace Puente Aéreo, un ‘foro’ de empresarios y ejecutivos de Madrid y Barcelona, con el objetivo de intercambiar experiencias en torno al liderazgo. El primer invitado será, hoy, Artur Mas, president de la Generalitat». En su especial Quién Manda, la plataforma Civio ha documentado todas las conexiones de este lobby tan refinadamente enchufado el poder.

Importan las relaciones, y también la proximidad. «El riesgo del capitalismo clientelar en comunidades autónomas pequeñas es que la relación es más próxima y cercana, y la resistencia menor, ya sea por la propia composición de la administración autonómica o por la cultura local, en el sentido de una cultura de más proximidad y cercanía, que favorece ciertas prácticas clientelares», explica Elisa De La Nuez.

Además, no siempre se perciben como tal. «¿Cómo no se lo voy a dar a una empresa de aquí?, pues mejor una empresa de aquí que una deafuera… Ese tipo de razonamientos fácilmente pueden dar lugar a estas prácticas; favorecer a empresas ya no porque sean de aquí, sino porque tienen relación de cercanía con las personas que en cada momento están en el poder».

Según la jurista, en cambio, se ha avanzado en conciencia. «Se empieza a ver que puede perjudicar directamente a los ciudadanos, primero como contribuyentes, porque a lo mejor se está pagando mucho más dinero porque se inflan los contratos de obras públicas; y como consumidores, porque quizás también estamos pagando de más, y pongo el ejemplo de la factura de la luz, con un sector como el eléctrico, donde florece el capitalismo clientelar». En 2018, el gran lobby de las eléctricas, Unesa (Endesa, Iberdrola, Gas Natural Fenosa, EDP España y Viesgo) cambió de nombre. Ahora se llama Aelec, y hay guerra. Tras la entrada en 2017 de su nueva presidenta, María Serrano, el ente ha iniciado su viaje a la transición energética. Sin embargo, no hay acuerdos para un frente común. Iberdrola y Acciona ya operan como versos sueltos para defender su negocio en renovables.

Lección final: Suecia. «Es muy importante poner el foco la importancia que este tema tiene en que un país vaya para adelante, y está demostrado que las adecuadas instituciones y los adecuados incentivos cambian la mentalidades y las conductas. Nosotros creemos justo en eso. Suecia en el siglo XIX era un país horriblemente corrupto y lleno de problemas, pero gracias a unas adecuadas reformas ahora está en primera línea».

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