Diego Díaz / Como los Rolling Stone, los Beatles o la Polla Records, Julio Anguita tiene el extraño y preciado don de ir renovando con el tiempo su público y de conectar con una audiencia tan intergeneracional como variopinta en la que pueden mezclarse con facilidad viejos rockeros y rockeras del antifranquismo y la Transición, jóvenes politizados sedientos de referentes políticos a los que admirar y hasta gentes de orden y ropa bien planchada que no ocultan su simpatía por ese señor tan culto y educado, aunque sea comunista. Si el prestigio de algún político ha crecido en estos tiempos de desprestigio generalizado de la política profesional, esa persona es Julio Anguita. Un hecho insólito el del ex alcalde de Córdoba y ex coordinador de IU, que quince años después de retirarse de la primera línea política sigue llenando teatros y auditorios con cada charla, conferencia o presentación de un nuevo libro. Un impacto multiplicado por Internet, puesto que sus declaraciones a medios digitales y sus vídeos en Youtube arrasan en las redes sociales, donde tiene un perfil de Facebook gestionado por algún fan incombustible, y que ya anda por los 195.000 seguidores (para que nos hagamos una idea, el de Rajoy tiene 127.000).
Me contaba una vez una dirigente del PCE e IU que la primera vez que vio a Anguita en directo alucinó con la capacidad de seducción de un tipo que dedicaba buena parte de sus mítines a reñir a la gente. El andaluz nunca ha tenido pelos en la lengua ni ha sido un político al uso de esos que besan niños y hacen la pelota al personal. A pesar de ello logró cosechar más de 2 millones de votos para la izquierda alternativa en una coyuntura adversa en la que no era el Régimen del 78 lo que se descomponía, sino la URSS y el bloque socialista. Le acusaron de viejuno gente de la que hoy ya nadie se acuerda, como Cristina Almeida, pero como secretario general del PCE fue un líder de ideas avanzadas que entendió que el futuro del comunismo no pasaba ni por enrocarse y permanecer aferrados a las viejas esencias, como los comunistas portugueses o griegos, ni por una reconversión socialdemócrata al estilo italiano, sino por desarrollar el proyecto de IU hasta sus últimas consecuencias, haciéndolo evolucionar hacia una fuerza política que fusionase lo mejor de la tradición comunista con las aportaciones de los nuevos movimientos sociales, una idea que Manuel Sacristán, el gran intelectual marxista, ya había lanzado a finales del periodo de transición democrática. Consecuentemente con ello Anguita habló en los años noventa de la necesidad de ir hacia un nuevo modelo económico que tuviera en cuenta la crisis ecológica, en el que se combatiera la obsolescencia programada y el pleno empleo se lograse, no a través de un crecimiento económico imposible e insostenible, sino reduciendo la jornada laboral.
“El Califa” también anticipó en el terreno táctico y estratégico muchas de las ideas de Podemos, como la necesidad de superar una política de alianzas basada en la permanente subalternidad al partido socialista y a la cúpula de CCOO. No es extraña por lo tanto la admiración mutua entre Anguita y Pablo Iglesias. Cada generación es hija de su tiempo, de sus lecturas y de sus metáforas, y así lo que Podemos ha llamado ocupar la centralidad del tablero superando el eje izquierda-derecha Anguita lo denominó en términos más bíblicos “las dos orillas”: en un lado el PSOE y el PP, en el otro todos los que se opongan a las políticas neoliberales de estos. De ahí el mantra del “programa, programa”. Para Anguita cualquier pacto debía basarse en acuerdos concretos, y no en aprioris o etiquetas ideológicas. Propuso el sorpasso y una política radicalmente autónoma del PSOE de Felipe González, lo que le costó el acoso y derribo por parte del grupo PRISA en tiempos en los que no existía el contrapoder de Internet y las redes sociales.
Hoy, cuando el Régimen del 78 se resquebraja, cabe destacar que la IU de Anguita cuestionó algunos de los principales consensos de la Transición, como el bipartidismo, la monarquía o una solución del problema vasco basada exclusivamente en remedios policiales, pero sobre todo un proceso de integración europea en el que nuestra casta y nuestra lumpenburguesía patria nos reservaban el papel de palmeros del eje franco-alemán. Ahora que contemplamos con estupor cómo la UE se ha convertido en un espacio político cada vez más reñido con la democracia y el bienestar de los pueblos que la integran, creo que merece la pena destacar esa posición valiente y razonada contra el euro y contra Maastricht que Anguita mantuvo en años en los que, en este país, Europa era una vaca sagrada intocable. Aunque solo fuera por eso, en días de humillación al Sur y de rescates que más bien parecen secuestros, me apetece reafirmar mi simpatía por Anguita y por una política entendida como rebeldía e insumisión.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015
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