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María Ruisánchez Ortega / De todos es conocida la antigua práctica ateniense del ostracismo, por la cual se sometía a votación si un ciudadano debía marchar al exilio. Para ello bastaba con escribir su nombre en un ostrakon, una concha o pedazo de cerámica. Si se reunían las necesarias, si había mayoría absoluta, esa persona, digámoslo en el lenguaje actual, estaba nominada para abandonar la casa, bueno, en este caso, la polis. Esta práctica no ha llegado hasta nuestros días en su forma original, aunque los reality televisivos tienen mucho de ostrakones, solo que ahora se lleva más aquello de envía CHARI al 5555 que la ostra de toda la vida de Dios. En cualquier caso, a día de hoy, el ostracismo –o si se prefiere el más moderno termino “hacer el vacío”– existe. Está claro que en la palestra mediática nacional contamos con no pocos ejemplos de personajes públicos que caen en la más absoluta de las desgracias, pasan de cortar el bacalao a ser unos auténticos apestados.
Solo este año hemos visto caer, y me temo que no en todos los casos figuradamente, a mucho pez gordo, personas que tenían grandes puestos de responsabilidad, que se codeaban con los más poderosos, que –¡qué demonios!– eran los más poderosos. Y que de la noche a la mañana, previa imputación judicial, se convertían en parias. Rodrigo Rato, Rita Barberá o Miguel Blesa, solo por nombrar a los pesos pesados del campeonato. Asimismo, muchos otros políticos que todavía no están imputados practican eso de mantener un “perfil bajo”, que es ese apartarse moderno de la vida pública, pues cuando veas las barbas de tu vecino pelar, más te vale poner las tuyas al servicio de una gillette y acabar con todos esos pelillos acusadores: Esperanza Aguirre, el exministro Soria y otros tantos han practicado el afeitado, ni un pelo de tontos tienen, aunque, eso sí, todavía les resquema el aftershave.
Va a ser que, al final, la política en España funciona como un patio de colegio. Mientras molas, puedes ir con la banda de los abusones, pero en el momento que te pillan robando el bocata ya nadie quiere juntarse contigo. Y a juzgar por el cariz de los acontecimientos y los fatales desenlaces que tienen muchas de estas historias, se ve que hay personas que eso, lo de ser de repente el nerd, no lo soportan. Es el de ahora un nuevo tipo de ostracismo social, mucho más humillante que el de nuestros predecesores los griegos, porque obliga al apestado a contemplar en las noticias, en los periódicos, en las redes y en la calle la representación de su propia tragedia, de su derrumbe, de su inopinado desprestigio y de algo que escuece más que el aftershave de antes, la falta de dinero.
Y aunque más que merecido esté ese desaire social, ganado a pulso en algunos casos por años y años de enriquecimiento personal a expensas del pueblo llano, no deja de sorprenderme la naturalidad con la que los otrora grandes amigotes de palmadita en la espalda y risotada con puro se esfuman del entorno de las personas marcadas con la gran “C” de corrupto. Cuánto debió de pesarle a nuestro presidente aquello de “Luis, sé fuerte”. Aunque, luego, como hace con tantos y tantos temas peliagudos, miró para otro lado con su ya célebre giro de cabeza. A este paso a Rajoy o le da tortícolis o se convierte en la niña de El exorcista.
Otra a la que, textualmente dicho por ella misma, todos los amigos le salen rana hasta el punto de tener que dimitir es Esperanza Aguirre. Sus hombres de confianza pasan los días y las noches tachando palitos en las paredes de Soto del Real. “Oh, vaya lío [léase con la melodía], los amigos de mis amigas ya no son mis amigos”. El único que veo que se adapta cual camaleón o cucaracha es el señor Bárcenas, aún lo recuerdo saludando en su primera salida de la cárcel, sonriente y ufano, a todos los del Módulo 4. Sabe bien con quién hay que juntarse en el patio de la cárcel, del colegio o de Génova. En todos, la situación es la misma: trincar o ser trincado, that is the question.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 52, SEPTIEMBRE DE 2017
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