Don Pelayo, asistido por la divinidad (y por una cuanta gente alrededor) en su épico destino.
David Remartínez / periodista
@davidrem
El Gobierno regional y la Iglesia Católica han tenido una idea formidable con la celebración este año del triple centenario de Covadonga: centenario de la Coronación de la Virgen, centenario del Reino de Asturias y centenario de la creación del parque de montaña donde se ubican el templo y el mito fundacionales.
Tres centenarios, varios siglos, una vista atrás telescópica capaz de romperte el cuello de tanta emoción orgullosa. Una idea formidable, en definitiva, y urgente, ciertamente urgente, pues nadie puede negar la urgencia de financiar y jalear el retrovisor milenario de la religión y la monarquía en esta autonomía cuyo desempleo oficial pendula alrededor de las 70.000 personas (casi la población de Avilés) y cuyo PIB, a diferencia del resto del país, todavía no ha recuperado la riqueza que producía antes de la crisis de 2008. Una autonomía que vive de sus escasos servicios, mayormente turísticos; y de los funcionarios y de los jubilados y de bastante subvenciones aún. Cuyo drama demográfico tampoco conoce parangón en España, pues ya solo cotiza un trabajador por cada pensionista, ya que los escasos jóvenes ni se plantean intentar quedarse aquí. Quizá porque apenas un 45% de las empresas tienen algún asalariado. Quizá porque los 150 polígonos industriales son mayormente naves de almacenaje. Quizá porque los centenares de locales comerciales vacíos de nuestras ciudades las acercan a esos comentarios que hacíamos cuando éramos ricos y visitábamos Portugal.
Una idea pues formidable la de celebrar que a una virgen le plantaron una corona, que a un rey le asignamos el mérito de reconquistar un concepto pensado bastantes centurias después, y que hoy en día podemos hincharnos con ambos pundonores consanguíneos en un parque de diversión litúrgica enclavado entre montañas y con su correspondiente tienda de merchandising mágico situada a pie de parking para los autobuses laicos. No se me ocurre una forma mejor de celebrar el Día de Asturias de 2018 que aplaudiendo esos magníficos acontecimientos, que sin duda resultan fundamentales para salir de la depresión económica y social en la que nos encontramos hoy. Nada como Dios y el Rey pueden devolvernos el esplendor, nada como la oración y la pleitesía pueden conducirnos a replantearnos nuestro futuro como sociedad en este frenético y global siglo XXI.
Basta con mirar cualquier libro de historia para constatar cómo la asociación de monarquía y religión siempre ha derivado en beneficio del pueblo, especialmente de sus estratos humildes (aquellos que se denominaban estratos porque precisamente iban siempre cubiertos de tierra y excrementos). No se me ocurre un solo caso en que la asociación de divinidad y corona no hayan derivado en democracia y prosperidad. Pero ni uno, ¿eh? Así ha sucedido durante milenios, indiscutiblemente, y así sucederá.
Parece justo pues aplaudir a todas las instituciones asturianas que han propulsado y apoyado los susodichos tres centenarios, porque han demostrado un coraje, una altura de miras y una responsabilidad envidiables. A Jovellanos, sin duda, se le desbordarían las lágrimas, hasta probablemente abrasarle la cara.
Porque al fin y al cabo, ¿para qué sirve el Día de Asturias? Pues para celebrar lo que somos. Y si no nos gusta lo que somos ahora, ¿por qué no festejar lo que fuimos? O mejor aún: lo que hemos decidido que fuimos. Y si hemos decidido que fuimos reyes y que fuimos vírgenes y que fuimos patria y que fuimos ricos y que fuimos Los Elegidos, ¿para qué pensar en nada más, eh? ¿Para qué mirar hacia adelante, pudiendo mirar hacia atrás?
Hacia adelante, además, solo está Leonor.
Cacerías africanas, negocios arábicos, infantas e infantos corruptos, reinas locas de cirugía, amantes con sociedades off-shore: todo eso forma parte del pasado insustancial de Asturias, el que no merece la pena revisar. Es más: conforma el mismo recuerdo secundario que el exagerado caso Renedo, la eficaz ampliación del Musel o el sueldo honesto de Villa; o el éxito internacional del Niemeyer y el Calatrava y la Laboral; o los sobrecostes imprescindibles de la Variante de Pajares; o el absurdo caso Enredadera; o la deuda municipal de Oviedo; o el Metrotrén gijonés… Esas cosillas intrascendentes, en definitiva, que debéis olvidar, que necesitáis olvidar para poder saltar bastante más atrás y llevar vuestro corazoncito nacionalista hasta cuando fuimos fundacionales. Hasta Pelayo. Hasta Covadonga. Hasta el Medievo. Hasta el mismo sustrato vasallo de vuestra condición. Solo ahí encontraréis la inspiración para atender a vuestros dirigentes y facilitar su labor en estos tiempos inciertos, en los que tenemos que estar unidos. Todos. Y si acaso todas también.
Solo necesitáis recordar que Asturias no necesita renacer, porque ya se reconquistó hace un montón de siglos.
Ahora, si acaso, arrodillaros y rezad.
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