Manuel Valls. Foto: Fondapol
Mario José Diego Rodríguez / Sindicalista jubilado
La candidatura de Manuel Valls en las próximas elecciones municipales en Barcelona es una realidad no solo aquí en España, también en Francia. Si lanzarse a la conquista de la alcaldía de Barcelona supuso abandonar su barba y lucir el mejor traje de su guardarropa también supone, ley francesa obliga, abandonar sus mandatos franceses, cosa que prometió llevar a cabo sin tardar.
Este señor que se opuso al derecho de voto, en las elecciones municipales, de los extranjeros, aunque estos llevasen años viviendo, pagando impuestos y sufriendo la política municipal en sus respectivos municipios; que defendía el arrebato de la nacionalidad francesa a todos aquellos implicados en temas terroristas; que sacó pecho de la eficacia de su caza a los migrantes durante su mandato de Primer ministro, sin embargo no ve ningún inconveniente en cruzar una frontera para garantizar la continuidad de su carrera política.
Recuerdo muy bien que cuando Sarkozy defendía su proyecto de “ley sobre la seguridad” y declaraba con orgullo “tolerancia Zero” a propósito de la delincuencia, a Manuel Valls no solo no le chocaba sino que calificaba dicha ley como necesaria. Es lo que el mismo tildaba de “un discurso sobre la verdad de lo que pasa”. Pero no solo se caracterizó por la apropiación –como la mayoría de los dirigentes políticos susceptibles de gobernar un día– del discurso de la extrema derecha, también se señaló en lo que toca a lo social con declaraciones como: “El incremento de los años vividos por las personas tiene por consecuencia ineluctable el incremento de los años cotizados necesarios para poder jubilarse”. O también: “Hay que pasar la página de las 35 horas semanales”.
Algunos medios españoles se preguntan si Valls sigue siendo un hombre de izquierda o si representa el ala derecha de ésta. A pesar de lo que él mismo declaró en la entrevista que le hizo Antonio Ferreras, no sigue siendo lo uno ni representa lo otro, hace mucho tiempo que cruzó otra frontera –esta vez la ideológica– que separa supuestamente la izquierda, de la que él se reivindica, de la derecha. “Llegamos al término – nos dice Valls – de un ciclo: la mayoría de las ideas de izquierda se han agotado” y como si fuese poco, insistió sobre la necesidad de “admitir definitivamente que estamos en una economía de mercado”, insinuando que no hay otra alternativa. Es más, por si podía subsistir alguna duda, añadía: “Debemos ser el partido (refiriéndose entonces al Partido Socialista) de la empresa, de los emprendedores, creadores de riqueza”.
Después de haber perdido las primarias en su propio partido Manuel Valls se marchó, y al igual que la cigarra de la fábula éste acudió al otro prófugo del Partido Socialista, Emmanuel Macron, exitoso dirigente de La Republica en Marcha. La Republica en Marcha le negó el acceso. Sin embargo consiguió, eso sí, que La Republica en Marcha, no presente, en las últimas legislativas, ningún candidato en su circunscripción, permitiéndole así ser diputado. Pero una cosa es ser Primer ministro y otra es ser un obscuro diputado.
¿A qué partido o a quienes representará el candidato Manuel Valls? En lo que se trata del partido, que Valls se pretenda representar una plataforma sin “siglas partidarias”, no cambia el hecho de que quién lo exhibió orgullosamente, como antaño se hacía con los osos domados, en sus mítines o conferencias, ha sido Ciudadanos. Y también es Ciudadanos quien lo apoya públicamente. En cuanto a la financiación, por ahora no se sabe, es secreto, solo se puede suponer. No me equivocaría mucho diciendo que son probablemente aquellos que quieren absolutamente sacar Ada Colau de la alcaldía de Barcelona.
Lo que sí se sabe con certeza, conociendo su currículo vitae, es a quienes no representará Valls en las próximas elecciones municipales barcelonesas: la población pobre marginalizada por la precariedad laboral. La población en general y la clase trabajadora en particular no tienen nada que esperar de alguien como Valls. No porque sea francés no, sino porque es uno de los representantes de los intereses de la burguesía, ya sea ésta catalana, española, francesa o europea.
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