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Atlántica XXII

Una operación arriesgada

Opinión

Una operación arriesgada

«La operación Errejón, a la vez que plantea al electorado progresista nuevas expectativas, pone contra las cuerdas a los partidos de izquierdas»

Cheni Uría en la antigua cárcel de Oviedo. Foto / Paco Paredes.

Cheni Uría |

Podemos caminaba deprisa hacia la irrelevancia política; y su aparato (¡qué pronto fructifican y se consolidan los aparatos en los partidos políticos!) observaba el devenir desde una especie de baja de paternidad generalizada. En estas, Errejón, acuciado por el batacazo electoral de Andalucía, en el que vio un claro aviso de lo que podría ocurrir en Madrid y en el resto de España el próximo mes de mayo, decide dar un golpe de mano. Y lo da desde fuera del aparato, muy consciente de que no podría hacerlo desde dentro por aquello de que, como él muy bien no se cansa de repetir, «el que se mueve no sale en la foto».

La operación es audaz y arriesgada. De entrada, presenta unas evidentes connotaciones negativas susceptibles de provocar rechazos: supone un nuevo factor de división en las ya excesivamente divididas filas de la izquierda, contribuye a consolidar esa imagen cainita de las organizaciones de izquierda y una sensación de confusión y de debilidad.

Pero a la vez puede romper una inercia de pesimismo y de resignación frente a la derrota que se viene instalando desde hace algún tiempo en los sectores progresistas. No cabe duda de que algo hay que hacer para contrarrestar las tendencias abstencionistas que están arraigando en sectores tradicionales del electorado de izquierdas, movilizar al electorado joven y hacer frente a la ofensiva de la extrema derecha. El más de lo mismo ya no mola y los partidos prematuramente envejecidos no seducen. Quizás esa curiosa combinación de Carmena y Errejón pueda volver a tocar resortes muy variados y revitalizar energías.

La operación Errejón, a la vez que plantea al electorado progresista nuevas expectativas, pone contra las cuerdas a los partidos de izquierdas. La reacción inicial de la dirección de Podemos no pudo ser más torpe y desagradable, pero, egolatrías aparte, resulta difícil pensar que cometan el suicidio definitivo de presentar una candidatura alternativa. No digamos nada sobre el papelón de Izquierda Unida: no consigo imaginarme cómo le puede ir a Garzón llamando a sus bases a votar en contra de Manuela Carmena. Esperemos que prevalezca la cordura.   

Si la cosa sale mal, es probable que esa experiencia apasionante que fue Podemos haya quemado sus últimos cartuchos. Si sale bien, se abrirá en ese mundo un proceso de renovación que se está haciendo más que necesario.

 

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