El exsindicalista y exdiputado autonómico Antón Saavedra acaba de publicar «Memorias de un sindicalista de Aller» (Sangar), un libro de 252 páginas en el que repasa su trayectoria vital, sindical y política. Siempre bien documentado y con un evidente olfato periodístico, Saavedra es especialmente crítico con la corrupción política y sindical, pero también con la de los grandes poderes económicos. Entre ellos en su libro incide en la de la Unión Europea. Reproducimos a continuación en tres entregas, durante tres días, el capítulo del libro referido a la entrada de España en el llamado Mercado Común y las políticas comunitarias.
El presidente del Gobierno, Felipe González, firma el Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Económica Europea en el Salón de Columnas del Palacio Real, el 12 de junio de 1985. Foto / Ministerio de la Presidencia. Gobierno de España (Pool Moncloa).
La incorporación de nuestro país al Mercado Común fue saludada como un “gran logro histórico” del gobierno felipista del PSOE. Tras varios años de no se sabe qué negociaciones – ahora ya se saben y se sufren -, por fin, el 12 de junio de 1985, Felipe González firmaba en el Palacio Real de Madrid el Tratado de Adhesión a la Comunidad Económica Europea, a la Organización Europea de Energía Nuclear y a la COMUNIDAD EUROPEA DEL CARBON Y DEL ACERO (C.E.C.A.).
En aquella ceremonia rodeada de un gran aparato protocolario y retrasmitida por televisión a todo el país, me resultaba muy pintoresco escuchar a un Felipe González y a sus acólitos recreándose es esta gran memez: “Ya estamos en Europa”. Y, ¿dónde estábamos antes de que estamparan su firma en Flandes unos cuántos eurócratas profesionales?
De repente se nos quería hacer olvidar tantos siglos de nuestra historia pasada en la que España no sólo nunca había dejado de ser EUROPA, sino que formaba parte del núcleo de las naciones con poder decisorio. La cuestión, desde mi punto de vista, habría que enmarcarla en el profundo vacío ideológico que se venía produciendo desde la victoria del PSOE, tanto en el gobierno como en el partido que lo sustentaba, y se necesitaban sustitutos con los que rellenar su mensaje político.
Era muy urgente encontrar eslóganes para ocultar su absoluto pragmatismo y la idea de Europa, asociada a la modernidad, venía como anillo al dedo: “Para modernizar España es necesario integrarla en el concierto de las naciones, mediante el ensamblaje y la competitividad de su aparato productivo”.
Así, desde el poder, se comenzó a vender la idea de Europa como el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno, de tal manera que Europa servía para todo. El máximo argumento a la hora de razonar cualquier nueva medida y de efectuar cualquier cambio era, o bien que venía exigido por nuestra pertenencia al Mercado Común, o que ya se practicaba en la mayor parte de los países europeos.
En ese contexto hay que entender lo ocurrido con nuestro sector carbonero, y en ese mismo contexto hay que entender las declaraciones de Felipe González, aquel 16 de febrero de 1983, cuando anunció ante catorce directores de periódicos la condena a muerte de la minería del carbón: “Es necesario un cambio de mentalidad. Asturias necesita adaptarse a una nueva civilización, en que la mina deje de ser el centro de atención y la gente debe de ser consciente de que a HUNOSA apenas si le quedan unos dieciséis años de vida”.
La cruda realidad es que, la publicación de miles de documentos, que dormían en el polvo de la memoria, de los juicios de Nuremberg contra IG FARBEN (BAYER + BASF + HOECHST) – este grupo fue quien financió y armó a HITLER, y conviene dejar escrito que Auschwitz no fue sólo un campo de concentración, sino la mayor planta petroquímica del mundo, construida por los presos, que no sólo servían de cobayas humanos para probar la efectividad de las sustancias venenosas producidas, sino que cuando ya no servían, los fumigaban con el Zyklon-B que ellos mismos habían producido -, ha permitido probar el origen y filiación dictatorial de la Unión Europea, a la vez que dejan muy claro cuál era y sigue siendo el verdadero fin para el que fue creado el Mercado Común (UNION EUROPEA).
Los dirigentes de la empresa alemana IG Farben en 1926. Cuadro de Hermann Groeber. Colección Bayern.
Es decir, que las armas y los uniformes de cuero han sido reemplazados por armas silenciosas: normativas, tratados, papeleos, comités, comisiones, parlamentos, organismos que, sin que nos diéramos cuenta y siguiendo ilusionándonos con una Europa en paz, unida y democrática, lo que realmente se había creado fue un gran espacio – el “Grossraum” soñado por el Tercer Reich -, con 500 millones de personas sometidas a las órdenes dictadas en Bruselas por un grupo selecto de tecnócratas, que no han sido elegidos democráticamente sino que han sido nombrados desde la sombra, y donde el más caro e inútil Parlamento del mundo no tiene ningún poder legislativo ni ejecutivo.
Todo se decide en la Comisión Europea que es el organismo que crea y legisla todas las normativas. Sus comisarios no son elegidos sino nombrados, y las decisiones de la Comisión Europea no pueden ser revocadas por los eurodiputados, ni tampoco los ciudadanos tienen derecho a exigir referéndums. Todo se decide sin su consentimiento.
Este origen dictatorial de la UE nos ha sido ocultado desde 1957 y su verdadera estructura antidemocrática actual está siendo ocultada por los medios de información, con la colaboración de los eurodiputados y los 54.000 empleados de la Comisión Europea, quienes, a cambio de sueldos sabrosos y cómodas vidas, callan, luego otorgan.
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