
Pedro Sánchez y Javier Fernández, que ayer dejó de presidir la gestora del PSOE. Foto / Pablo Lorenzana.
Luis García Oliveira.
Casi nadie lo esperaba, pero cuando las previsiones mayoritarias apuntaban firmemente hacia “la sultana” para ocupar la forzada vacante en la secretaría general del PSOE, saltó la sorpresa.
La militancia, al menos gran parte de ella, no comulgó con el precocinado que la “nomenclatura” del partido pretendió hacerles tragar, ya tan masticado que causaba revolturas con tan solo imaginar tener que saborearlo. Por ello, la conmoción entre la vieja guardia del partido debió de ser de las que marcan un antes y un después en la trayectoria de la organización.
Uno de los sopapos más estridentes, lógicamente, hubo de ser para el más destacado de entre quienes lo apostaron todo a la opción fallida: el viejo “macho alfa” que encabezó la rebelión de todos los “barones” conchabados en el cónclave golpista con el que se quiso “dar tierra” a un secretario general que les había defraudado, pretendiendo ir por libre y sin su visto bueno.
Dicen las malas lenguas que a don Felipe González no se le había visto tan rebotado con la reentronización de Pedro Sánchez desde que se le calara el motor del yate tiempo atrás. Si así fue, él sabrá por qué, aunque nunca se atreva a confesarlo.
Pero para sopapo, sonoro y contundente, el que hubo de sentir en sus prominentes mofletes doña Susana Díaz; la que tan querida se sentía –aseguraba ella– allí por donde iba pisando para promocionar su apuntalada candidatura a la dirección socialista.
¡Qué pena y qué injusticia! pagarle con ese desdén a quien tanto se había sacrificado al sentirse obligada a presentar candidatura a un cargo que no deseaba y al que tan solo se postuló por no contravenir la voluntad de sus compañeros de partido.
¡Qué grandeza la suya y qué incomprendida su desinteresada entrega a la causa socialista!
Escalafón abajo, otro al que el recuento electoral en la noche de autos pilló con el paso cambiado fue a don Javier Fernández, presidente de la gestora socialista por obra y gracia de quienes confiaron en él para dirigirla. Un hombre que no les defraudó y que, sin duda, pasará a la historia de su partido como un modelo de ejemplaridad e independencia en su ecuánime labor arbitral entre los entonces candidatos.
Ahora, que ya comunicó su renuncia a repetir candidatura autonómica, alguien debería ir pensando en abrir una suscripción popular entre los afiliados para organizarle un homenaje, de esos en los que se entrega placa y regalo. El dechado de virtudes políticas y personales exhibidas como presidente de una gestora de tan inolvidable recuerdo bien lo merece.
Igualmente abofeteados por la militancia hubieron de sentirse los insignes “barones” socialistas que tan de largo se extralimitaron con sus encendidos apoyos a la candidata andaluza. Todos ellos daban por seguro su triunfo, lo que dio pie a un bochornoso concurso de aduladores capaz de hacer sonrojar hasta a una estatua de piedra.
Había que congraciarse rápidamente con la “trianera tocada por los dioses del socialismo y la política”, según palabras textuales de Javier Lambán, el desbocado secretario general de los socialistas aragoneses que a punto debió de estar de ahogarse entre tanta baba laudatoria.
Pero si vergonzosos fueron todos esos apoyos, desmedidos, serviles e interesados, no lo está siendo menos el rápido “pliegue de velas” de cuantos con tanto ímpetu los protagonizaron. “Ya todos estamos con Pedro”, aseguró recientemente y sin el menor rubor la trianera; la misma que en el debate entre candidatos le espetó –en tono casi maternal– aquello de “Pedro, reflexiona; si ya nadie está contigo…”. ¡Qué cariñoso consejo el suyo, ¿verdad?!
Anonadada y perpleja estará la militancia de base con el espectáculo. Tanto embestir primero para tanto recular después, pensarán muchos de ellos al escuchar ahora las indigeribles filigranas argumentales de tanto “barón” en busca de acomodo político ante las inesperadas circunstancias imperantes en el partido.
Pero que no se preocupen por ninguno de ellos, mejor o peor, dentro o fuera de la política, se las van a apañar de forma envidiable para el resto de los mortales.
De lo que sí podrían estar más preocupados es del futuro devenir de su partido, de sus probables luchas intestinas y de las consecuencias del mal perder que ya rumian sin tapujos algunos de sus más desnortados líderes.
Ante tanta amenaza, al menos algo tienen a su favor. Con la mayoritaria elección de Pedro Sánchez –que tampoco es que haya demostrado ser “una virginal doncella” en su trayectoria política– indirectamente se le ha dado pasaporte a toda una jauría de “dinosaurios” que lastraban ostensiblemente hacia la derecha a un partido con una base social de muy distinta naturaleza.
Políticamente, aún no están desactivados y es probable que se resistan a pasar a las páginas de la historia del partido del que tan caudalosamente se amamantaron. Entretanto, toda prevención será poca ante tanto carcamal de la política con el colmillo retorcido; hoy día, enriquecidos desertores de clase a los que tan solo les preocupa sus propios intereses personales.
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