
Los más pesimistas auguran una repetición de las elecciones si se complica la formación de Gobierno. Foto / Pablo Lorenzana.
Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.
Con su funcionamiento asambleario y su rechazo a partidos y siglas, el 15-M tenía un aire libertario y postmoderno que hizo rejuvenecer a veteranos anarquistas, que se integraron en las ágoras de las plazas como antes se lanzaban a las barricadas.
De aquella primavera del “no nos representan” vinieron los cambios en la política española, primero en forma de partidos emergentes, y el domingo dejando herido de muerte al Régimen del 78. Tal es el cambio que, aunque el bipartidismo resistió más de lo previsto, en las elecciones del 20-D no solo no ganó nadie sino que perdieron todos los partidos. El PP y el PSOE su absoluta hegemonía electoral, Podemos con su asalto a los cielos aplazado u olvidado y Ciudadanos con la cruel decepción de quien se sentía ganador y acaba condenado a un papel secundario. Y eso por no hablar de IU, de nuevo tocado, pero esta vez casi hundido, o de UPyD, convertido en extraparlamentario.
El Estado muestra sus debilidades, formar gobierno parece tarea complicadísima y no hay partido que pueda cantar victoria. Ni el más optimista de los libertarios españoles de la democracia hubiera soñado nunca con un panorama así.
Ahora vendrán los grandes poderes a meter miedo a la ciudadanía con los peligros para la economía y la sociedad de un Estado sin Gobierno, volverá el síndrome de la prima de riesgo y el riesgo de hacer el primo sin tener un amo a quien servir. Pero los belgas estuvieron recientemente durante mucho tiempo sin un gabinete a quien obedecer y el país siguió funcionando igual de bien o de mal, porque las sociedades dependen del trabajo y el bienestar que generan sus ciudadanos, mucho más que de sus instituciones.
Pero si los poderes quieren orden y un Gobierno con una mayoría parlamentaria ellos son los primeros que sabrán que no hay otra fórmula que la gran coalición PSOE-PP. Sería lo natural con dos partidos similares en las cuestiones importantes y es lo habitual en las democracias avanzadas, como saben bien en Alemania. Pero algo casi imposible en España, sobre todo por las consecuencias que podría tener para el PSOE, cuyo futuro parece más incierto que el de los populares.
El PSOE ha perdido el voto joven y urbano, y sus graneros están ahora en las zonas rurales y en la población más envejecida. Y lo que es más peligroso para los de Pedro Sánchez: están perdiendo su espacio político porque se lo está arrebatando Podemos. Los resultados electorales lo dejan claro en ciudades como Gijón, que ya no es obrera sino de servicios, y donde la subida de Podemos y el nuevo retroceso del PSOE parecen demostrar que la marca local de los de Pablo Iglesias no se equivocó dando la Alcaldía a Carmen Moriyón, de Foro Asturias, ahora coaligado con el PP.
El domingo, en la noche electoral, Iñigo Errejón y Pablo Iglesias dieron otra pista de por dónde puede ir su estrategia hacia el sorpasso, reivindicando un patriotismo español progresista y republicano. Citar a Largo Caballero, Azaña, la Institución Libre de Enseñanza o Machado parecía algo más que reivindicar la memoria histórica.
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