
El sindicalista andaluz Andrés Bódalo en una manifestación a su favor. Foto / SAT.
Mario José Diego Rodríguez / Trabajador de la metalurgia y militante sindical prejubilado.
En la noche del 3 de noviembre Andrés Bódalo inició una huelga de hambre. Desde que empezó a cumplir condena, ha tenido que ser ingresado, en dos ocasiones, en un hospital por sus problemas de corazón. Por otra parte, Andrés tiene que sufrir las vejaciones por parte de un funcionario de prisiones, que le hizo un parte por una imaginaria falta de respeto, lo que supondrá para él, además de haber pasado quince días en una celda de aislamiento, la imposibilidad de la obtención del tercer grado en enero.
No voy a entrar en el detalle de la movilización en la que Andrés Bódalo, según la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Jaén, ha ‘atentado y lesionado’ al exteniente de alcalde socialista Juan Ibarra, que concluye con una condena de tres años y medio de cárcel para Bódalo y con un moratón sin baja laboral para Ibarra.
En lo que si voy a entrar es en la guerra declarada por la burguesía a la clase trabajadora –reformas laborales, recortes y ataques continuos a nuestros derechos–, que ha tenido y sigue teniendo consecuencias desastrosas, agudizando la precariedad y la explotación de las trabajadoras y trabajadores de nuestro país.
Esta situación se amplifica cuando se trata de la clase trabajadora del campo y en particular de los más desfavorecidos entre sus componentes, los sin tierra; los que incluso en tiempos de bonanza económica sufren las peores condiciones de trabajo y llamamos jornaleros.
Una plantilla de mano de obra disponible a cualquier hora y –muy importante– a cualquier precio. A esta situación, de por sí insoportable, hay que añadir que de las pocas cosas conquistadas por los jornaleros con su lucha las están perdiendo.
Un buen ejemplo es el Subsidio Agrario. Pese a que este subsidio no sea la panacea y haya sido criticado con razón –puesto que nunca podrá sustituir a un trabajo y a un salario digno, además de ser un sistema injusto y clientelista, puesto que el derecho a percibirlo depende del patrón–, es cierto que sin esta limosna miles y miles de familias de jornaleros estarían abocadas no solamente a vivir miserablemente, sino también a pasar hambre. En este contexto, es fácil comprender a los jornaleros, sean de donde sean y sea donde sea su explotación, incluso en Jódar.
Jódar es uno de los pueblos de Andalucía más dependientes del campo. Al acabar la campaña de la aceituna comienza la del espárrago en Navarra y miles de trabajadores se van para esa región. Los que quedan, condenados a vivir con el mínimo del subsidio agrario –si tuvieron la suerte de alcanzar las peonadas mínimas– pasan los días haciendo lo único que pueden hacer: manifestarse reivindicando trabajo.
No debe ser por casualidad que Jódar sea también el lugar de Jaén en donde el SAT cuenta con más afiliados, ni que Andrés Bódalo, nacido en ese pueblo y que comenzó a trabajar con nueve años, se haya convertido en líder sindical. Tampoco es de extrañar que, para los poderosos y sus séquitos, Andrés sea la piedra en sus zapatos que hay que eliminar, incluso empleando métodos de matones.
En estos momentos –en los cuales la palabra democracia la entendemos hasta la saciedad, pronunciada por aquellos que votaron la ley mordaza, por aquellos que pasaron años y años robando descaradamente de las arcas públicas, aquellos que últimamente han regalado el Gobierno al PP– el encarcelamiento de Andrés Bódalo demuestra claramente que en materia de democracia todo queda por hacer.
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