
Dos hombres rebuscan entre la basura, una escena cotidiana en la noche ovetense y de cualquier ciudad española. Foto / Iván Martínez.
Cada vez más personas recogen entre la basura, una escena que se ha hecho habitual en los últimos años. En Asturias la mayoría son mujeres y jóvenes rumanos que buscan ropa, chatarra, papel y otros materiales que puedan vender o que puedan tener utilidad. Aunque la basura les da de comer, apenas se llevan comida, ya que poco puede aprovecharse de ella y las ONGs han redoblado esfuerzos para repartir alimentos entre quienes peor lo están pasando.
Javier Fernández / Periodista.
Tres pantalones. Viejos pero en buen estado. Amontonados entre el material estrujado que formaba antes una bolsa de supermercado. En el nudo, sin deshacer, aún se abrazan las dos asas, aunque una se ha desgarrado del resto de plástico. Dentro del carro, cuyos colores se han ido degradando dando al portabebés un aspecto desvencijado, hay otro montón de cosas. Las manos recorren los bultos de los contendores y de vez en cuando sacan algo. La misma operación se repite frente a cada portal. Es una mujer de mediana edad, rumana y de etnia gitana, con un pañuelo en la cabeza, una chaqueta de punto y una larga falda negra que le llega hasta los tobillos. Los peatones caminan a su alrededor. Alguno echa una mirada de reojo pero pocos prestan atención a una escena habitual, que protagonizan cada vez más personas y a la que han terminado por acostumbrarse. Gente que rebusca en la basura algo que poder aprovechar. Chatarra, papel, ropa, electrodomésticos…
Pero en los carros apenas se ven alimentos. Entre los residuos que se acumulan en la calle antes de la recogida apenas quedan comestibles. Y desde que comenzó la crisis, que ha arrojado a muchos bajo el umbral de la pobreza, las organizaciones no gubernamentales han multiplicado los esfuerzos -aguantando como pueden los recortes, que les han pegado un buen tajo a sus presupuestos- para repartir comida entre quienes peor lo están pasando.
No queda nada aprovechable. Se coloca en la parte trasera del carro y lo empuja calle General Elorza arriba. Se detiene a charlar con otra rumana, más joven, que viste un chándal y se adorna las orejas con aros dorados. También con un portabebés destartalado a medio cargar a cuestas. Un poco más adelante otra mujer de tez morena sostiene un exprimidor eléctrico. No hace mucho tiempo desde que se preparó con él el último zumo, pues aún quedan restos de pulpa de naranja pegados al aparato. Lo mira y lo remira. Hace una mueca de disgusto que muestra cuatro dientes de oro, dos a cada lado de los paletos. Termina por devolverlo al cubo. Cuando ha terminado de inspeccionar la zona, como las otras, empuja su carro más adelante. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 77,2% de las personas que engordan la tasa de la pobreza tienen nacionalidad extranjera y quienes recorren cada noche las calles de Asturias en busca de algo con lo que ganarse la vida ponen cara a esos datos.
En Oviedo todas las noches, salvo la del domingo, en torno a las nueve. En otras ciudades, como Gijón, que tiene los contenedores permanentemente en la calle, las mayores aglomeraciones las marca la hora de cierre de mercados y supermercados. Uno de los puntos en el que mayor número de personas rebusca en la basura es la Plaza de Europa, donde además de varias cadenas de alimentación está instalado el Mercado del Sur. Y también las grandes superficies. El perfil, el mismo. En su mayoría son mujeres rumanas de mediana edad y de etnia gitana. La recogida, un poco más temprano, a eso de las ocho.
Aunque también hay españoles. “Hay un paisanín al que le guardo la ropa y se la doy todos los lunes”, comenta Fran, que se dedica al mantenimiento de comunidades y saca la basura de dos edificios, uno en General Elorza y otro en una de sus calles paralelas, Llano Ponte. Destaca, sin embargo, que la mayoría son personas de nacionalidad rumana, “mogollón de gente que viene en busca de chatarra y papel”.
Hay más ejemplos. “Recojo papel para después venderlo”, dice una joven española gitana, que rechaza dar más detalles y camina apresurada los últimos metros del bulevar ovetense de Gascona arrastrando un carro de la compra rebosante de panfletos publicitarios. El papel es, desde hace ya algún tiempo, la nueva chatarra. Esta última, no obstante, no ha dejado de recogerse. Entre los desechos de las viviendas, donde se mueven mayoritariamente mujeres, son chicos rumanos jóvenes, que caminan a ratos junto a los carritos cargados de ropa y otros enseres y conversan con sus dueñas, quienes protagonizan la recogida de metal.
Muchos asturianos, al límite
Pero la miseria no solo se da entre los extranjeros ni se manifiesta únicamente junto a los cubos de basura. En 2012 la tasa de pobreza del Principado se situó en el 16,9%, un aumento del 70,7% con respecto al año anterior (9,9%). La Autonomía supera los 100.000 parados y, por muchos golpes que se den en el pecho los miembros del Gobierno de Rajoy cuando hablan de crecimiento y macroeconomía, la situación ha empeorado desde entonces. El 43% de las familias asturianas reconoció en 2013, según datos recogidos por el INE, haber tenido problemas para llegar a fin de mes y el 26,6% no tener capacidad para afrontar gastos imprevistos. No quedan agujeros para seguir apretándose el cinturón y la situación es cada vez más desesperada.
“Yo llevo aquí durmiendo desde agosto. Tengo muy buena relación con el personal del banco y siempre dejo todo recogido”, dice José Ángel López, ovetense de 52 años, que a la hora en la que se colocan los cubos en su ciudad natal se prepara para pasar la noche en un cajero. Tras cotizar 33 años, sin derecho a más prestaciones por desempleo y con la resolución de su petición del salario social pendiente, sobrevive pidiendo limosna y es un usuario habitual de la Cocina Económica. Sus esperanzas de encontrar un empleo son nulas: “He entregado 318 currículos, que son currículos, ¿eh? ‘Ya te llamaré, ya te llamaré…’. No te va a llamar nunca nadie ni nada”.
José Luis no recoge nada de los contenedores pero su situación es tan complicada que “eso no quiere decir que en cualquier momento no lo tenga que hacer. Está la cosa chunga, chunga… chunga, chunga”, sentencia.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 31, MARZO DE 2014
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