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Atlántica XXII

Carta abierta a “un hombre honesto”

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Carta abierta a “un hombre honesto”

Mariano Rajoy en Oviedo. Foto / Mario Rojas.

Luis García Oliveira.

Doy por seguro no haber sido el único al que se le revolverían las tripas al leer sus declaraciones, así que excúseme sr. Rajoy que me tome la libertad de dirigirme a Ud. de esta manera, pero es que jamás imaginé que su atrevimiento y su descaro pudiesen llegar tan lejos, ni tampoco que tuviese en tan baja estima la capacidad para discernir de una inmensa mayoría ciudadana; esa que no le vota nunca, ni a Ud. ni a ninguno de los suyos, en ninguna cita electoral.

Y es que tras saber de sus recientes confesiones a la revista Valores, el brote de un profundo sentimiento de provocación y burla colectiva resultó algo absolutamente irreprimible.

Confiesa en esa publicación su anhelo de pasar a la historia política de este país como “un hombre honesto” –casi nada, encabezando algo tan cuestionado actualmente como su Gobierno– y despacha públicamente sus deseos con esa naturalidad tan propia de la que suelen hacer gala los ilusos, los insensatos y los inconscientes, además de los farsantes. Pero ya que no encaja Ud. en el perfil de ninguno de los tres primeros supuestos, en algún extraño motivo basará esa sorprendente pretensión.

Si nos atenemos a cómo define la RAE a alguien honesto –decente o decoroso, recto y honrado– la verdad es que solo con lo llovido judicialmente sobre un partido tan corrupto como el que Ud. lidera, no parece que su perfil sea el más envidiable para reclamar el reconocimiento de esas virtudes.

Pero embalado ya en pretensiones imposibles, también expresa en la citada revista su deseo de ser recordado como el presidente que “supo sacar lo mejor de España y de los españoles”.

La frasecita se las trae, porque más que ninguna otra cosa la sensación que transmite es de verdadera coña, cuando no de un jocoso humor negro, ya que hubiese sido mucho más propio que hablase de lo que supo saquear, que es un término infinitamente más acertado para referir lo que desde su Gobierno se le ha hecho y consentido hacer a este atribulado país.

Pero no quedaron ahí las cosas en sus delirantes declaraciones, ya que en el summum de la desfachatez más absoluta se propugna Ud. como abanderado para “hacer pedagogía” respecto al uso del dinero público. Permítame que me ahorre aquí los comentarios, pero es que no encuentro palabras para contestarle como realmente merece su osadía.

Ya como corolario a sus fantasiosos desvaríos se reservó una verdadera perla a modo de traca final: “Nos jugamos mucho en la educación, ni más ni menos que nuestro futuro como sociedad…”, para añadir a continuación que “la educación es una de las prioridades del Gobierno”.

Pues menos mal que un área a la que se le podaron 9.000 mil millones de € en los sucesivos escarnios presupuestarios desde que el PP llegó al poder es algo prioritario para Uds., porque si no lo fuese sería pavoroso imaginar cómo la habrían dejado a día de hoy.

Y sí, presidente, sí que este país se juega mucho de su futuro con la calidad de la enseñanza que se le dispense a las generaciones de jóvenes en fase de formación académica, seguro que muchísimo más de lo que a Ud. y al resto de indolentes que pululan en su Gobierno les preocupa esa cuestión.

Con sus descerebradas políticas clasistas, especialmente discriminatorias y dañinas en el ámbito de la enseñanza pública, no hacen otra cosa que propiciar y acrecentar las ya galopantes desigualdades; una verdadera bomba de relojería y germen siempre de las más indeseadas consecuencias sociales.

De otra parte, criminalizar judicialmente la disidencia ciudadana y castigarla con multas desorbitadas –al amparo de las leyes mordaza de 2015– o disponer arbitrarias penas carcelarias para quienes protagonicen o participen en actos que no van más allá del derecho a la libertad de expresión –pero que no le petan a un gobierno tan reaccionario como el suyo– es algo que también le han regalado Uds. a este país.

No sr. Rajoy, lo suyo no cuela, porque no ha acreditado Ud. ante la ciudadanía absolutamente nada de lo que obligaría a reconocerle como un hombre mínimamente honesto ni cosa que se le parezca, así que por favor, ahórrenos el espectáculo y deje de presentarse en la escena pública con ínfulas de santo varón; ese “traje”, por mucho que le apetezca lucirlo, le queda muy, pero que muy grande.

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