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Charo González Arias: “Los Gobiernos tienen miedo a los que no lo tenemos”
GALERÍA DE HETERODOXOS/AS. Charo González Arias (Madrid, 1967) es una abogada feminista. Se siente asturiana del mundo y vive desde hace diez años en Querétaro (México), donde imparte clases en la universidad. Valiente, inteligente y polémica, siempre ha estado en la brecha. Empezó defendiendo a los insumisos en Asturias y siguió con los presos, los inmigrantes, las mujeres maltratadas y los ecologistas… Sentó en el banquillo a Gabino de Lorenzo y a algún funcionario “intocable” de la cárcel de Villabona. Hoy, cansada de litigar, aprende enseñando.
Fernando Romero / Periodista.
¿Cómo se ve la situación social y política de España desde México?
Allí llega mucha información de España y la gente está muy interesada por lo que está ocurriendo y me dicen “¡qué mal lo están pasando los españoles!”. Y es que el panorama es de un país que se hunde, que está en caída libre. En México lo tienen muy claro y recuerdan una imagen de Peña Nieto, recién nombrado presidente, con el entonces rey, diciendo que él iba a salvar la economía española con las inversiones. Es como dar la vuelta al antiguo colonialismo y ahora son las antiguas colonias con sus economías emergentes las que “salvan” a las metrópolis.
Corrupción, nuevos movimientos sociales tras el 15-M, nuevo panorama electoral tras las elecciones europeas… ¿mucho que valorar de esta última década ausente de su tierra?
Este proceso electoral me cogió por sorpresa totalmente. Me enteré después del avance de Podemos y del hundimiento del bipartidismo ancestral del PP y PSOE. Del 15-M estoy más al tanto. Suelo venir una vez al año a Asturias y participé en algunas de las manifestaciones que a nivel internacional coincidieron con el movimiento Occupy Wall Street. Yo en aquel momento estaba en Inglaterra pero me gustó mucho sentir que desde México a Inglaterra, pasando por Asturias, había un movimiento articulado a nivel global y era esperanzador. Supongo que los resultados de las europeas son su traslado a lo político. Pero en ese momento era especial, en la calle, al margen de los partidos.
Abogada en activo y colegiada en Oviedo, cuando llega a México se dedica a la docencia. ¿Qué es mejor, enseñar o defender causas?
Mil veces mejor la docencia. Yo antes de ir a México estaba en un momento de queme y cierto cansancio de vivir litigando. Exige mucha energía a nivel vital. Si tienes cierta sensibilidad social, el tema te puede. En mi última etapa me había ido dedicando a la conciliación y llegué a la conclusión de que no merece la pena litigar y ya está bien de dejar en manos de terceros la decisión de cosas vitales, con la judicialización de todo, como hacen los estadounidenses. La docencia es muy gratificante y te permite crecer en lo personal muchísimo e interactuar con los estudiantes. Para mí es un reto intelectual. He aprendido más estos años enseñando que litigando. Decía Pluvio del derecho romano: si quieres aprender algo, enséñalo.
¿Qué enseña en Querétaro?
Cosas muy bonitas. La universidad latinoamericana está libre de los corsés de la universidad europea. Aquí los márgenes para la creación y la investigación son muy estrechos. En México hay temas tan bonitos como cuerpo, cultura y biopolítica, por ejemplo, epistemología, metodología de investigación, derechos humanos y diversidad cultural… Ahora voy a empezar una materia sobre masculinidades y teoría queer. Me muevo entre el derecho, la antropología y las ciencias sociales.
¿De aquellos jóvenes insumisos que defendió hace veinte años a los de ahora, hay muchas diferencias?
Me cuesta hacer esa comparación. El movimiento por la insumisión al Ejército fue extraordinario. Luego viví el movimiento por el 0,7%, el de los indignados y ahora el que hay contra los desahucios con una base juvenil muy fuerte. Es como la energía, ni se crea ni se destruye, se transforma y la juventud tiene una energía arrolladora, que va buscando los huecos, transformándose y tratando de transformar este mundo de manera creativa.
¿Ha sentado en el banquillo a gente muy poderosa o a gente que parecía intocable en su época como abogada en Asturias?
Por supuesto no los senté yo, sino el sistema de justicia. Y los que inician los procesos son los particulares y los grupos que llevan a cabo las acciones legales. Yo he llevado temas sociales, de racismo, violencia de género… Me tocó llevar juicios de la cárcel de Villabona por abusos contra presos. En su momento litigué en nombre del grupo municipal de Oviedo de IU, me tocó presentar algunas querellas criminales contra Gabino de Lorenzo. En alguna ocasión tuvo que ir a declarar, aunque lo normal es que esas querellas se archivaran.
Y de sus pleitos en Asturias, ¿cuál recuerda especialmente?
Yo me muevo mucho más cómoda en lo social. El movimiento por la insumisión para mí fue un aprendizaje extraordinario. Fue lúdico, político… recuerdo juicios en la Audiencia Provincial donde los chicos llegaban con zancos, disfrazados, y hacíamos performances. El juicio de César Rendueles, sus padres autoinculpándose y hasta su profesor de instituto… aquello me generaba mucha satisfacción y compensaba las amarguras de otros procedimientos. Defender mujeres, como feminista, ha sido fundamental, aunque sean casos muy duros. Temas ecologistas he llevado también… es en donde más disfrutaba.
Eran campos que también podían ser muy conflictivos y arriesgados. ¿Se sintió amenazada o tuvo miedo en alguno de sus casos?
No tengo ninguna evidencia, pero estoy segura de que tenía el teléfono pinchado. La policía me estuvo siguiendo por la calle de una manera descarada. En Villabona tuve un momento crítico cuando los funcionarios no me querían dejar salir, después de visitar a un preso. Más allá de eso, no.
Justicia de clase
¿Llegaba a las cárceles el Estado de Derecho?
Lo dijo Michel Foucault en 1977 con su libro Vigilar y castigar, en donde decía que las prisiones son la región más sombría del aparato de justicia. Estoy totalmente convencida de que en las cárceles no hay derechos humanos. Los abogados no pueden entrar hasta el fondo de la prisión, no les dejan. Esto ocurre en España y en todas partes. Creo, como Foucault, que hay una justicia de clase. La cárcel es un lugar de control social selectivo. A la cárcel va gente que tiene un perfil social determinado. Los que roban millones no van. Eso facilita abusos. Hay una violación clarísima de los derechos humanos y la gente que está dentro es gente vulnerable porque es gente pobre, que no tiene títulos universitarios, que no tiene contactos y que, por lo tanto, está en un limbo jurídico. Por eso creo que es muy importante la labor de los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria. Desgraciadamente no siempre ayudan y otras veces son una extensión más de ese sistema.
¿La inmigración es un problema o una consecuencia de una manera de organizar el mundo?
Mi admirado Tomás Ibáñez decía que muy mal estamos como sociedad si hemos convertido en un problema el hecho de que alguien cambie de país para buscar un mejor trabajo. La inmigración no puede considerarse un problema cuya solución es siempre la policíaca y el cierre de fronteras. No nos tendríamos que preguntar por qué viene la gente aquí sino por qué la gente se ve forzada a salir de su país de origen y para mí la explicación es el neocolonialismo. El sistema colonial sigue vigente hoy día. Siguen siendo las antiguas metrópolis de occidente las que están reviviendo oleadas de gente de países tercermundializados, que están poniendo en riesgo su vida por conseguir simplemente tener un trabajo y una vivienda digna. El sistema colonial, junto al capitalismo, hace un sistema tan depredador y voraz cuya conjunción explica la situación actual. España es un país receptor que se ha convertido en el cancerbero de Europa por su situación geográfica y geopolítica. Están cerrando fronteras incluso a ciudadanos latinoamericanos. Parece increíble que España no tenga memoria histórica de todo lo que hizo América Latina por los españoles y que estén pidiendo visados. En ese sentido me parece muy bien lo que hizo Lula cuando gobernaba en Brasil, el suyo fue el único país que empezó a pedir visados a los estadounidenses. ¿Qué sería de Europa y de Estados Unidos sin los emigrantes? Hay una película que habla de ellos, Un día sin mexicanos, en donde se colapsa el país. El trabajo que hacen los inmigrantes para España es enriquecedor no solo en términos económicos, sino culturalmente. No se puede tapar el sol con un dedo. La gente va a seguir aspirando a algo mejor. Los políticos deben cambiar su visión y si quieren ayudar de verdad que empiecen por invertir en los países que exportan mano de obra, por ejemplo condonando la deuda externa, subiendo el porcentaje de apoyo al desarrollo y estableciendo relaciones de cooperación y no de extracción de recursos. Hoy el colonialismo se llama Banco Santander, BBVA, Repsol…
Se fue hace diez años a México pero viene mucho a Asturias por diversas razones. Una de ellas es su tesis doctoral. ¿Qué está investigando?
Estoy en el tramo final de un proyecto que me ha ocupado los cuatro últimos años de mi vida. El tema es estudiar las políticas públicas que se crearon contra la violencia de género en España, desde una revisión crítica.
Parece que cada vez hay más política de intervención pública en violencia de género pero también hay más casos de maltrato. ¿Qué está fallando?
Esa es la paradoja. Yo me muevo en ese punto. Hay una batería legislativa y de intervenciones y luego los datos de estadísticas arrojan una cantidad de feminicidios terrible. ¿Qué está pasando? A lo mejor no se está acertando en la dirección adecuada. A mí personalmente, como abogada, me parece que no deberían existir leyes específicas para proteger a las mujeres pero lamentablemente mientras el patriarcado siga dando esas señales de misioginia tan salvaje tienen que estar ahí las leyes.
¿Pero las leyes pueden cambiar conductas culturales como las patriarcales, tan integradas en la sociedad?
No puedes a golpe de decreto cambiar una cultura, pero con leyes se puede afinar más. El objetivo es ampliar el marco, no centrarse solamente en la violencia de pareja. No se hace nada con las mujeres que son violadas cuando salen por la noche a tomar algo, nada en el acoso laboral, ni en el acoso escolar e incluso a nivel institucional hay una discriminación brutal, por ejemplo en la Corona, una institución claramente misógina. Es difícil cambiar los patrones culturales si a nivel institucional vivimos eso. Una señora, ama de casa, que no tiene ni trabajo ni estudios, se encuentra una auténtica carrera de obstáculos para garantizar su derecho a una vida libre de violencia. Las leyes están pensadas para cuando la violencia ya aconteció, no como medida preventiva.
Dignidad rebelde
¿Qué opina de la clase política?
No les deseo nada malo. Eso sí, les metería a todos en un barco y les mandaría a una isla desierta a que vivan de su trabajo, como hacemos los demás. Esta partitocracia tiene un coste terrible que mantenemos entre todos. Mi referente político es el zapatismo en México, un mundo en el que caben muchos mundos. Los compañeros zapatistas indígenas nos están dando el ejemplo de cómo se construye la autonomía, la autogestión, al margen de las instituciones y en la más absoluta pobreza, ignorancia y discriminación han sido capaces de construir escuelas, hospitales, universidades. Son un ejemplo de dignidad rebelde. Soy adherente de la VI Declaración de la Selva Lacandona y estoy en un comité latinoamericano para la defensa de los derechos de las mujeres, un organismo de abogadas feministas. Hemos llevado a Estados y Gobiernos a juicio. Somos un órgano consultivo ante la ONU y la Unesco.
La nueva ley de seguridad ciudadana, llamada Ley Mordaza, parece que trata de criminalizar a los movimientos sociales. ¿Hacia dónde va España en ese aspecto?
Lo terrible es que no es solo en el Estado español. Es internacional. En México salió una ley idéntica que aprobó Peña Nieto y su equipo. Estados Unidos puso su ejemplo con lo de tolerancia cero, control social absoluto y sistemas policíacos como métodos de control social, contra cualquier disidencia. España se suma a esa corriente internacional imparable en donde ya no puedes ni grabar a un policía ante un abuso, donde eres sospechoso por estar protestando en la calle o llevar una pancarta. Las cárceles se van a saturar. Los Gobiernos tienen miedo a los que no tenemos miedo. Están tan asustados que tienen que blindarse para defenderse de la ciudadanía.
Represión física ¿y económica?
Efectivamente, con elevadas sanciones. De nuevo la justicia de clase para que los que no tengan recursos acaben en la cárcel. Creo que hay que buscar formas alternativas de resistencia, de organización. Los que gobiernan son élites, auténticas dinastías y hay una brecha brutal entre los que supuestamente nos representan y el resto del pueblo.
¿Piensa regresar a Asturias?
Sí. Espero que sí. Vengo con frecuencia, me encanta ver las cosas que cambian y lo que permanece. Volveré, aunque me veo viajando por otros lugares. Me gusta el nomadismo y la trashumancia.
Compromiso con la incertidumbre
Se considera feminista pero ya no hay un feminismo, hay muchos, y algunos enfrentados. ¿Cómo ve la evolución del movimiento feminista? ¿A qué feminismo pertenece?
Yo evito etiquetarme. Tengo un compromiso con la incertidumbre, que me da un margen de libertad. Los feminismos han evolucionado de una manera extraordinaria. A partir de los años noventa surge la teoría queer, que viene a desestabilizar el feminismo clásico, blanco, académico, occidental y lo pone un poco patas arriba. Me identifico con un feminismo que no es de libre mercado, de cara al escaparate, que no es heterosexual, que apuesta por la diversidad, que no cree en un orden social binario de hombre y mujer: porque hay otros sujetos que ya no se pueden concebir de manera tan cartesiana y plana. Es un feminismo anticapitalista, al margen de partidos, transformador y crítico. Trata de romper un poco ese discurso oficial de la igualdad de la mujer blanca, de clase media, títulos académicos y poder adquisitivo… ¿Y qué pasa con las prostituidas, las minusválidas, las inmigrantes, las mujeres rurales…?
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 34, SEPTIEMBRE DE 2014

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