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Atlántica XXII

Cheni Uría: “En la izquierda siempre funcionó mucho la chapuza”

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Cheni Uría: “En la izquierda siempre funcionó mucho la chapuza”

Cheni Uría ante un cartel de una exposición sobre el MCA que se pudo ver en Oviedo esta primavera. Foto / Paco Paredes.

Cheni Uría ante un cartel de una exposición sobre el MCA que se pudo ver en Oviedo esta primavera. Foto / Paco Paredes.

GALERÍA DE HETERODOXOS/AS / José ‘Cheni’ Uría (Oviedo, 1949) forma parte de la historia de esa otra izquierda que no llegó a las instituciones, lo cual no significa que no haya contribuido decisivamente a cambiar el mundo, aunque fuera sin tomar el poder. Militante antifranquista desde muy temprana edad, fue uno de los fundadores en Asturias del Frente de Liberación Popular (FLP) y posteriormente del Movimiento Comunista, una pequeña pero influyente organización, pionera en el impulso a movimientos sociales como el pacifismo, el ecologismo y el feminismo y a reivindicaciones como el asturiano, la República o los derechos de gays y lesbianas. Jubilado de la docencia y del activismo, sigue muy atento y esperanzado el nuevo escenario político del país.

Diego Díaz / Historiador.

Nace en el Oviedo burgués. ¿Cómo recuerda aquel Oviedo de los vencedores de la guerra?

Nací en el Sanatorio Miñor, que era donde nacían los hijos de la burguesía ovetense y me crié en la calle Uría, en el seno de una familia burguesa, culta y liberal. Mi padre era de derechas, pero no franquista. Por ejemplo se escuchaban las emisiones para España de la BBC y de Radio París, así que recuerdo por ejemplo las noticias sobre las huelgas mineras del 62. Mi abuelo había sido republicano y masón. Recuerdo también acompañar a mi padre a la tertulia de mi tío el historiador Juan Uría. Era una familia peculiar dentro del Oviedo de los vencedores, aunque no la única, había más casos parecidos de enclaves de la burguesía ilustrada ovetense que habían sobrevivido en medio de aquel mundo tan siniestro. Les tengo que agradecer además a mi familia que no me enviaran a un colegio de frailes sino al Instituto Alfonso II, donde tuve magníficos profesores e hice algunas amistades que he conservado hasta el día de hoy.

¿Y cuándo comienza su activismo político?

A través de mi hermana mayor, Paloma, que tuvo una gran influencia en mí. Estudiando en Madrid  Paloma entró en el Frente de Liberación Popular, pero la expedientaron por actividades políticas y tuvo que volver a Oviedo. En 1966 fundamos el FLP en Asturias. Yo estaba todavía en el instituto y montamos en el Alfonso una célula clandestina del sindicato estudiantil.

El FLP fue el semillero de muchos futuros dirigentes políticos como Nicolás Sartorius o Pasqual Maragall e intelectuales de izquierdas como Manuel Vázquez Montalbán o Manuel Castells. ¿Qué tipo de organización era?

Estaba por un lado muy inspirada en las guerrillas y los frentes de liberación nacional del Tercer Mundo, y por otro en aquello que se había dado en llamar por Lenin la Internacional 2 y media, es decir, el intento de construir una tercera vía entre la socialdemocracia y el comunismo. Un socialismo de izquierdas como podía ser el Partido Socialista Unificado en Francia o el Partido Socialista de Unidad Proletaria en Italia. En realidad solo en Cataluña, donde el FLP se llamaba Front Obrer de Catalunya, la organización se había dotado de una base trabajadora importante. En Asturias todos éramos estudiantes excepto un obrero de La Camocha.

Y en esto se produce Mayo del 68…

El año 68 estaba haciendo Filosofía y Letras en Oviedo y las repercusiones de aquello fueron enormes para nosotros. Claro está, sobre las minorías politizadas que éramos un pequeño círculo al margen de la mayoría de la sociedad, ya que aquí había una dictadura muy represiva y la mayor parte de la gente no se involucraba en nada. Curiosamente, por aquel entonces el mundo antifranquista era muy pequeño, y a la vez muy radical. Creíamos firmemente en la posibilidad de una salida revolucionaria de la dictadura. Aunque éramos pocos estábamos muy atentos a los cambios que se estaban dando en el mundo, y considerábamos que nosotros éramos una parte más de lo que ya estaba pasando en el resto del planeta, sobre todo en el Tercer Mundo.

En 1967 y en 1968, a pesar de la dictadura, también hubo dos manifestaciones en Oviedo contra la Guerra de Vietnam, lo cual no deja de ser llamativo para una ciudad pequeña y periférica como era la nuestra.

Las organizamos entre la gente del PCE y la del FLP y tuvieron mucho eco a pesar de la represión y el silencio informativo. Fueron las dos primeras manifestaciones celebradas en Oviedo después de la Guerra Civil. A mí por ejemplo dejaron de tratarme unos familiares después de enterarse que había participado. La Guerra de Vietnam, Mayo del 68 y las guerrillas latinoamericanas fueron nuestros hitos fundacionales como generación de activistas antifranquistas.

Monseñor Carrillo

En aquel pequeño mundo de la progresía ovetense y asturiana Gustavo Bueno era una suerte de figura totémica. ¿Cómo fueron sus relaciones con él?

Con Bueno muchos tuvimos una rápida desilusión. En medio de una Facultad con muy bajo nivel sus clases eran muy novedosas y los dos primeros años de carrera tuve una relación muy estrecha con él, pero a partir de Mayo del 68 se produjo una ruptura. Bueno quedó horrorizado por aquel movimiento y por sus repercusiones. La Facultad de Oviedo era muy mediocre y comenzamos a organizar “juicios críticos” a los profesores. Los profesores que aceptaban se sometían a ser cuestionados en público por la asamblea de estudiantes. Reconozco que a algunos les hicimos pasar un mal trago, pero aguantaron el chaparrón de críticas con mucha entereza. A Gustavo Bueno todo aquello le parecía un ataque intolerable a la autoridad del profesorado. Además, entre medias se mezclaron sus problemas con el profesor Valdés del Toro, al que muchos estudiantes admirábamos y al que Bueno hizo todo lo posible por echar de la Universidad de Oviedo.

Uno de los efectos del 68 fue la implosión del FLP.

Si. A partir del 69 el grupo se radicaliza y se disgrega en varias corrientes, en general de inspiración leninista y mayoritariamente de inspiración trotskista, ya que el sector más radical termina configurando la Liga Comunista Revolucionaria. En Asturias no nos convencía del todo aquello del trotskismo, y en medio de aquel debate teórico apareció una gente de Euskadi que se llamaban Komunistak y que se habían salido de ETA y querían montar un partido en toda España. Nos cayeron bien y aquello se terminó convirtiendo en el Movimiento Comunista de España primero, y luego el MC a secas. El maoísmo siempre nos pareció un poco raro, pero nos atrajo mucho la insistencia que tenían los de Komunistak en el compromiso ético de la militancia. Eso nos terminó de decantar por ellos y no por la LCR u otros grupos.

Una vez le escuché decir que el 68 había sido un movimiento nuevo hablando un lenguaje viejo. Parece una definición perfecta del giro izquierdista que tuvo el movimiento en los años siguientes.

Sí. En los años siguientes hubo una involución con respecto a los inicios. Vivimos un proceso de ultraideologización y se produjo una recuperación del lenguaje de las izquierdas en sus versiones más radicalizadas: trotskismo, maoísmo, anarquismo y otros ismos…

¿Había tiempo para divertirse con tanta política?

Sí. Lo pasamos bien. Es verdad que pasamos mucho miedo, y yo todavía después de morir Franco seguí soñando con registros policiales y con la policía persiguiéndome Campo San Francisco abajo, pero al mismo tiempo éramos jóvenes y teníamos la sensación de vivir un tiempo muy creativo. Las conversaciones eran muy interesantes y se aprendía mucho más fuera de la Universidad, en los cafés, que en las aulas. Era el tiempo del Cine Palladium y comenzaban los pubs diseñados por Chus Quirós. La impresión era que todo iba a mejor. Veías éxitos por todas partes, las dictaduras caían, los americanos se retiraban de Vietnam… El mundo estaba lleno de promesas. Fueron peores los años ochenta y sobre todo los noventa. Ahí tenías la sensación de que todo se había estancado.

La Transición distó mucho de aquellas expectativas primero revolucionarias y luego rupturistas que la oposición se había hecho en el antifranquismo.

Cuando vimos que había una posibilidad real de derribar la dictadura participamos en los organismos democráticos, siempre con la perspectiva de reforzar dentro de ellos las posiciones rupturistas. Sin embargo, al final nos quedamos en minoría los que defendíamos la ruptura. ¿Podíamos haberla logrado? Tal vez no, pero Monseñor Carrillo no quiso ni siquiera intentarlo. La responsabilidad del PCE en cómo se hizo la Transición fue enorme. Quizá lo que proponíamos otros hubiera costado más sufrimiento, pero también habría valido la pena y podríamos haber tenido una democracia más avanzada.

Balance de la Transición.

Agridulce. Cuando todavía existía La Madreña me invitaron a hablar sobre la Transición, seguramente para que diera caña, y les sorprendió que dijese que el país había mejorado. Decir que las cosas no han cambiado desde 1975 es una tontería. Lo dulce de la Transición es evidente. Está claro que pasamos a una sociedad mucho mejor, con libertades, más bienestar y acceso a la cultura, pero también es verdad que con múltiples adherencias del franquismo y del nacionalcatolicismo a su funcionamiento político, como la monarquía, los privilegios de la Iglesia, el sistema electoral diseñado por los franquistas, la corrupción estructural o ciertos sectores muy retrógrados del sistema judicial…

El MC y otras organizaciones de izquierdas se presentaron a las primeras elecciones de 1977 como Unidad Regionalista, que era algo así como las candidaturas de unidad popular que están tan en auge en estos momentos…

Excepto el PCE el resto de los partidos comunistas éramos ilegales. Eran unas elecciones muy poco democráticas, pensadas y preparadas para asegurar la victoria de la UCD, así que inventamos aquella fórmula de Unidad Regionalista para poder estar presentes. Nosotros ya estábamos entonces muy interesados en la reivindicación de la autonomía y del asturiano. Unidad Regionalista fue un proceso muy interesante, pero al mismo tiempo muy caótico y al final triste, porque llegamos a hacernos muchas ilusiones y cuando no se obtuvo representación aquello se vino abajo. Llenamos la Plaza de Toros de Gijón con un mitin, pero al mismo tiempo recuerdo que la organización fue desastrosa. Todo era pura espontaneidad. Nada estaba planificado. Cada orador decía una barbaridad mayor y ningún discurso tenía que ver con el otro. El caos fue también financiero y al final tuvimos que terminar pagando las deudas los del MC.

En todo caso el MC tiene su “edad de oro” en los años ochenta. Se quedan prácticamente solos en el espacio a la izquierda del PCE e Izquierda Unida y son decisivos en el impulso de los nuevos movimientos sociales.

Los años ochenta fueron los de la eclosión del feminismo, el ecologismo y el pacifismo y nosotros, después del fracaso de las elecciones de 1979, miramos a nuestro alrededor y decidimos volcarnos en impulsar los movimientos sociales e ir abandonando el terreno electoral, donde vimos que no pintábamos mucho. Esa fue nuestra apuesta política. Tuvimos por ejemplo una participación decisiva en las movilizaciones contra la OTAN y en la campaña del NO en el referéndum de 1986. A nivel local en Oviedo tuvimos un papel destacado en el movimiento ciudadano, en algunas asociaciones de vecinos. Impulsamos fiestas populares como las de Pinón Folixa en el Museo del Pueblo de Asturias de Gijón y participamos también en la renovación de San Mateo con nuestro chiringuito. El movimiento por la insumisión, ya a principios de los años noventa, fue seguramente la última gran movilización en la que participamos de un modo muy activo.

Solidaridad con Grecia

Fueron años también de fascinación por la izquierda abertzale. Llegaron a pedir el voto por HB en las primeras elecciones europeas.

Nos deslumbró la izquierda abertzale. Creo que fue nuestra mayor metedura de pata.

A hacer buenos carteles nadie les ganaba.

En el mundo de la izquierda siempre funcionó mucho la chapuza. Nosotros siempre procurábamos hacer bien las cosas, ya fuera un cartel, un mitin o una fiesta. Queríamos ser buenos profesionales. Y el sentido del humor es una forma de comunicación.

Tenían fama de hedonistas.

Podíamos dar esa imagen festiva, pero más bien éramos puritanos y moralistas. Dábamos mucha importancia a los aspectos éticos y al compromiso militante. Por ejemplo pagábamos cuotas muy altas para mantener la organización.

No sobrevivieron a la caída del Muro de Berlín.

Los años ochenta y noventa fueron años de grandes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales. A lo largo de la década de los ochenta fuimos madurando políticamente un abandono del comunismo y del marxismo como ideología, que no de Marx como un pensador a tener en cuenta entre otros, con ideas muy interesantes. Con la caída del Muro de Berlín se puso de manifiesto que los partidos comunistas ya no servían como herramientas de cambio e impulsamos con la LCR la creación de una nueva organización que se llamó Izquierda Alternativa y que duró muy poco, porque pronto se vio que ellos y nosotros teníamos visiones muy diferentes. Tuvimos muchas broncas internas y a partir de ahí se nos quitaron las ganas de mantener un partido político al uso. Lo que quedó fue una confederación de organizaciones autónomas, como en Asturias Lliberación, unidas por lazos fraternales. Alguna de nuestra gente se unió a título individual a Izquierda Unida, pensando en tender puentes y estrechar lazos con las bases de IU.

El rumbo cada vez más antipopular de la Unión Europea surgida del final de la Guerra Fría parece estar llegando ahora a su máxima expresión con la humillación a la que se está sometiendo a Grecia y en general a todo el sur de Europa.

Lo de Grecia tiene muy mala pinta. No veo que Europa vaya a ceder en nada sustancial, sino que más bien parece que vayan a colocar a Syriza ante la disyuntiva de ceder o romper. Eso va a repercutir en España. Es una amenaza muy grande. Confío en que surja un movimiento de solidaridad de los pueblos de Europa contra esta situación, pero es fundamental que haya también resistencias al neoliberalismo en el Centro y en el Norte. Solo con la Europa del Sur no es suficiente.

La Europa de Maastricht que buena parte de la izquierda europea apoyó era esto.

El Tratado de Maastricht lo denunciamos, pero no teníamos mucha fuerza entonces para impedirlo. El giro a la derecha de la socialdemocracia con la Tercera Vía también explica mucho de lo que estamos viviendo. Como explica Varoufakis en El Minotauro Global hay que poner en cuestión y cambiar todo el modelo europeo.

¿Dónde estaba el 15-M?

En Madrid. Siempre he vivido en Oviedo, pero el 15-M me pilló justamente una temporada que pasé en Madrid, así que me pasé buena parte del mes de mayo en la plaza. Me recordó al ambiente que se vivía en Lisboa en el momento de la revolución, con la gente tirada a la calle hablando de política. Fue una liberación después de tantos años de atonía.

¿Lo de Cataluña va en serio?

La cosa va en serio, y seguramente próximamente también en Euskadi. El modelo autonómico tocó techo. Es necesario plantear un nuevo modelo de Estado sin techos y sin límites, admitiendo la posibilidad de la independencia, aunque no la deseo. Los nacionalismos hoy no tienen sentido. Las banderas y los himnos deberían estar en el museo, pero no se pueden ignorar los sentimientos y los deseos de mucha gente. Hace falta un nuevo pacto territorial.

¿Cómo ve el resultado de las últimas elecciones?

Yo quedé muy contento. La derecha se ha dado un buen golpe y los resultados de Podemos y sobre todo de las candidaturas de unidad popular han sido muy buenos. Es un escenario muy prometedor, aunque el reto es complicado. Gobernar bien los municipios requiere competencias técnicas y para eso hay que formar buenos equipos recurriendo a gente con experiencia y conocimientos.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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