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Claudio Ramos, el represor eficaz
El nombre de Claudio Ramos aún provoca un cierto morbo en Asturias y casi terror entre los luchadores antifranquistas que cayeron en las manos del que fuera jefe de la siniestra Brigada Político-Social. Su eficacia en la represión es innegable, tanto como la vileza de los métodos empleados para garantizarla. Y aunque en ello estuvo a la altura de represores como Roberto Conesa o Manuel Ballesteros, que siguieron siendo superpolicías con la democracia, Ramos no pudo seguir progresando en su carrera tras la muerte de Franco, aunque nunca fue depurado.
Rubén Vega / Historiador.
Claudio Ramos Tejedor no llegó a obtener los honores de los que se sentía merecedor y todo indica que se consideró maltratado y escasamente reconocido por los Gobiernos de la Transición. Tras su larga ejecutoria como artífice de la represión política en Asturias y dos destinos más cortos en el País Vasco, ejerció un trabajo burocrático en la Dirección General de Seguridad antes de ser nombrado jefe superior de Policía en Canarias, un cargo que le dura tan solo unos meses antes de ser cesado y pasar a una especie de retiro dorado y sin duda bien remunerado: jefe de Seguridad del Metro en Madrid. Su dilatada experiencia al servicio de la razón de Estado le servirá también para acabar ofreciendo sus habilidades en el mercado de la información a través de la agencia Eurofebo, que dirige hasta su muerte en Madrid en agosto de 1997 (Fernando RUEDA y Elena PRADAS, Espías: Escuchas, dossiers, montajes… El mercado negro de la información en España, 1997).
Nacido en Arrabalde (Zamora), participa muy joven en la Guerra Civil. En 1945 ingresa en el Cuerpo Superior de Policía, con destino inicial en Lérida. Al año siguiente pide ser trasladado a Asturias y se incorpora a la Brigada de Investigación Social (popularmente denominada Brigada Político-Social), lo que marca su especialización profesional en la represión de la disidencia política. Con un breve ínterin entre 1971 y 1972, su vinculación con Asturias se prolongará hasta 1974, de tal modo que varias generaciones de antifranquistas hubieron de sufrir la saña de su persecución. Sus éxitos en esta labor le habían hecho acreedor de la medalla al Mérito Policial en 1960. Destinado a San Sebastián en 1971 y a Bilbao en 1974, se preciará de haber introducido en ETA sendos confidentes (“Cocoliso” y “El Lobo”) y llegará incluso a convencerse de que, con plenos poderes y más tiempo, hubiera sido capaz de acabar con la banda. No parece, sin embargo, que su análisis estuviera a la altura de sus habilidades en materia de extorsión si atendemos a las declaraciones que realiza en 1976, afirmando que ETA desaparecerá antes de quince años y que apenas cuenta con el apoyo de un 1 por 1.000 de la población vasca (ABC, 26-III-1976).
Como sucede con otros insignes exponentes de la policía política de la dictadura, su adaptación al nuevo escenario democrático se basa en una combinación de presunta asepsia profesional (la obediencia debida que justifica su labor, no importa al servicio de qué ni a costa de quiénes) y experiencia contraterrorista. Su llegada a Canarias se apoya en esta carta de presentación: capacidad para combatir al MPAIAC tras haber hecho lo propio con ETA y deseo de “trabajar porque la paz, la convivencia ciudadana y la autenticidad de la democracia fuesen una realidad” (Diario de Avisos, 19-XI-77). Como si toda su vida anterior no hubiera estado dedicada a impedir por todos los medios que la democracia fuese una realidad. Aunque sus amigos denunciarán con especial énfasis el cese, alegando que una labor eficaz se veía abortada sin motivo, empañando injustamente su prestigio y buen nombre, otras fuentes dan cuenta de cuál puede haber sido la causa, relacionándolo con que sus hijas hubieran insultado al teniente general Gutiérrez Mellado (El País, 14-X-1979).
Aunque el gobernador civil de Tenerife, Luis Mardones, se deshace en elogios hacia “un policía profesional que honra al cuerpo” y que en su corto paso por “la isla se había granjeado un respeto y valor que añadir a su importante currículum vitae y a los intereses generales de la patria”, añadiendo que “condicionado al servicio de la ley, la justicia, el pueblo y la nación (…) el cuerpo general de policía tendrá que tener entre sus hombres más destacados a Claudio Ramos” (Diario de Avisos, 4-IV-78), lo cierto es que su salida como jefe superior de Canarias marca el fin de su carrera policial. El azar quiso que este cese se produjera al mismo tiempo que el nombramiento para su antiguo cargo de jefe superior de Bilbao de otro “especialista” de dilatada trayectoria que también había dejado su huella en Asturias: José Sainz. Aunque nunca estuvo destinado en Asturias, se desplazó en el verano de 1946 para ponerse al mando de una gran redada de militantes comunistas. Como resultado de las torturas perpetradas en la comisaría de Gijón murieron Casto García Roza y Ángel Sánchez. Antonino Hermosilla, también torturado en aquellas fechas, recordó toda su vida a Sainz como un torturador metódico, que anunciaba el dolor y lo dosificaba con frialdad. Al parecer, había aprendido estas técnicas de los nazis. Su carrera culminará, ya en democracia, con el nombramiento como director general de Policía hasta que en 1980 se retira, cargado de condecoraciones y recibiendo homenajes y distinciones como la de Montañés del Año que le otorga el Ateneo de Santander.
Que semejantes especímenes merecieran la máxima confianza para hacerse cargo de la lucha antiterrorista y proteger las frágiles libertades democráticas recién estrenadas seguramente debería hacer reflexionar sobre hasta qué punto la Transición no contribuyó a perpetuar la violencia política en el País Vasco. Los métodos policiales de la democracia son muy difíciles de diferenciar de los de la dictadura cuando persisten las torturas, se practica el terrorismo de Estado y la responsabilidad sigue recayendo sobre conocidos violadores de los Derechos Humanos. La estancia de Ramos en Bilbao había coincidido con el estado de excepción de abril de 1975, un momento en el que se producen detenciones masivas e indiscriminadas y se practican métodos brutales: “Las torturas fueron horribles y entre los caneados estaban todos los nuevos del PCE, Roberto, Julen Arribas, Cotera. Y el entonces padre Tasio Erkizia, que estuvo a punto de morir. Pericás fue el único abogado que se atrevió a salir de la clandestinidad y presentó la denuncia (que fue amnistiada en 1977). Y Ramos Tejedor era el jefe superior”, según el testimonio de José Antonio Etxaniz.
Torturas en Canarias
El paso por Canarias tampoco estará ausente de denuncias por tortura bajo sus órdenes. En febrero de 1978, seis militantes de la Confederación Canaria de Trabajadores y dos abogados laboralistas son detenidos. La misma prensa que glosará las virtudes de Ramos en el momento de su cese informa que uno de ellos había sido presa “de ataques de histerismo que le llevaron a golpearse contra puertas y paredes” (El Día, 28-II-1978). Los nacionalistas canarios ofrecen, sin embargo, otra versión. El sindicalista Carlos Fuentes aparece fotografiado en la prensa con evidentes contusiones en el rostro y declara haber sido torturado mediante “puñetazos al rostro, patadas en el estómago y los testículos, etc.” (Nación Canaria, nº 1, mayo 1978). De ahí que, al denunciar la persistencia de la tortura en las comisarías y el mantenimiento “en sus cargos dentro de la Policía de todos los elementos de la ultraderecha, que siguen utilizando los mismos métodos de siempre”, celebren el traslado de Claudio Ramos a la península (Nación Canaria, nº 3, julio-agosto 1978).
Ramos no ha carecido, sin embargo, de admiradores que glosan sus virtudes, no ya profesionales sino también humanas. José Ramón Gómez-Fouz es el principal, pero no el único. Entre los amigos que dejó en Canarias, Antonio Tapia lo recuerda en términos de adhesión incondicional: “Quiero destacar la enorme figura humana de D. Claudio Ramos Tejedor. Impresionante como persona, formidable como profesional, con una gran capacidad de trabajo, que solo sabe desarrollar quien ama su trabajo. Fácil de trato, de educación exquisita, correcto, creyente, de una Fe que queda uno anonadado, empequeñecido. Todos los que conocimos a D. Claudio Ramos no tenemos más que motivos de alabanza. Persona de fácil dialogo, entrañable, siempre con la verdad por delante. Honrado”.
Similares opiniones expresaron sus amigos asturianos con ocasión de su muerte: “Claudio fue un hombre hogareño, ferviente en su fe y en sus convicciones, padre de siete hijos, esposo, padre, amigo, camarada y jefe, con una enorme carga de bondad no exenta de rectitud de conciencia, de amor al servicio y de firmeza ante tantos avatares” (La Nueva España, 27-VIII-1997). Por no hablar de “su condición cristiana, su pragmatismo romano y su estética griega”.

Intervención policial en El Entrego en 1976. Foto / Pedro Alberto Marcos. Archivo Fundación Juan Muñiz Zapico.
La visión de Gómez-Fouz, en cierto modo su biógrafo y amigo personal, concuerda con las anteriores. Según asegura, no ha conocido a nadie -ni amigo, ni compañero, ni subordinado- que le hablara mal de Ramos. De tanta unanimidad no cabe sino colegir la bonhomía del personaje, dotado además de cualidades excepcionales como policía. En cuanto a la posibilidad de que empleara la tortura, la respuesta se basa, por una parte, en la relativización del propio significado del término y, por otra, en la falta de credibilidad de quienes aseguran haber sido torturados. Admitiendo que hubiera casos de malos tratos en los que algunos golpes se perdían, esto no llegaría a merecer la consideración de tortura y debe ser entendido, además, en el contexto de unos tiempos en los que era normal. Añade a ello la deducción de que si nunca se produjo un caso irreparable con ningún detenido sería porque no se cometían en realidad los excesos que ahora se cuentan. Así que aquellos que dicen haber sufrido torturas de su mano o bajo sus órdenes exagerarían o mentirían, buscando con ello realzar su papel en la clandestinidad antifranquista. Cuando no se trata de “resentidos que, una vez llegada la democracia, no pudieron presumir de haber sido detenidos e interrogados por él” (Clandestinos, pág. 31), es decir, poco más o menos, acusadores que no le perdonan no haber sido realmente torturados.
En realidad, caso de ser cierto que en Oviedo los miembros de la Brigada Social franquista no empleaban la tortura, este hecho constituiría en sí mismo un misterio digno de investigar: el de la única comisaría de toda España donde los policías respetaban a los detenidos. Precisamente en una zona como Asturias que se distinguía por la especial actividad de las organizaciones clandestinas y en un país en el cual la tortura era práctica habitual sin que jamás fuera investigada o perseguida. Inverosímil.
Por otra parte, resulta llamativo que la exaltación de las virtudes morales y los valores religiosos de Ramos sea realizada desde una posición profundamente amoral que prescinde por completo no ya de los métodos sino de la naturaleza de su trabajo. Al parecer, vigilar, perseguir, extorsionar y enviar a la cárcel a personas por sus ideas resultaría éticamente lícito. Irrelevante a la hora de considerar la altura moral y la bondad humana de quien se entrega con entusiasmo a esa tarea. Basta con omitir o negar que haya sido un torturador. Las vidas truncadas, las libertades violadas, los años de cárcel, las víctimas en definitiva carecerían de importancia, ensombrecidas por el gran hombre que dedica todas sus capacidades y desvelos a cumplir con su trabajo, aunque su trabajo consista en algo indigno y miserable, en violar cada día los Derechos Humanos para preservar una dictadura. Como semejante ejercicio de prestidigitación ha tenido lugar también con muchos otros eximios servidores de la dictadura, no cabe sino preguntarnos qué clase de memoria democrática hemos construido y en qué esquemas de valores nos movemos.
La barra y el quirófano
No estará de más escuchar a quienes sufrieron en sus carnes y en sus vidas las consecuencias del buen hacer profesional de Claudio Ramos. Cierto que en la mayoría de los casos no torturaba con sus propias manos. Lógico si tenemos en cuenta que desde 1958 ostentaba el rango de inspector jefe. Contaba bajo su mando con efectivos sobrados para realizar el trabajo sucio de “ablandar” a los detenidos antes de que se vieran sometidos a sus “hábiles” interrogatorios, sin que, al parecer, una vez en su presencia, el sagaz policía advirtiera nunca en ellos signos del trato a que habían sido sometidos. Este sería el caso, entre muchos, de Gerardo Iglesias, quien ha señalado como autor de las torturas sufridas a un subordinado directo de Ramos. Así lo recuerda: “Me pasaron a manos de la Brigada Político-Social, frente al Hotel Reconquista. Allí estaba Pascual Honrado de la Fuente, cuyo nombre era una ironía. Formaba parte del grupo de Claudio Ramos, jefe de la Brigada. Era uno de los torturadores más terribles. Estaba especializado en tumbarte al suelo dándote puñetazos en el hígado. Te daban patadas, hostias de toda clase, sufrías todo tipo de ensañamientos, aparte de humillaciones. El sistema que seguían era darte una buena paliza, bajarte al calabozo, y sin que te hubiera dado tiempo a enfriar, te subían nuevamente”.
Francisco Prado Alberdi relata cómo fue personalmente Ramos quien dio la orden de que le torturaran: “Es algo que todavía recuerdo hoy, parece mentira, pero te pone… te hiela la sangre. Era un tío… joder, qué frío. Se dirige a los agentes y les dice: dejaros de tonterías, éste lleva el veneno del comunismo en la sangre, miradle a los ojos. Y se va. A partir de lo cual, se abre la veda”. Lo que siguen son sesiones interminables de torturas practicadas conforme a técnicas de manual: la barra, el quirófano… sin que apenas le dejaran dormir: “No supe los días que habían pasado hasta que no llegué a la cárcel”.
Pero no siempre el trabajo sucio quedaba a cargo de los subordinados. Interrogar y golpear no eran tareas separadas que no se pudieran simultanear. Nicolás Sartorius, detenido con motivo de las huelgas de 1962, fue interrogado por Ramos durante cuatro días en Oviedo, antes de enviarlo a Madrid. Respecto al trato recibido, cuenta que “no me torturó como a otros, pero me dio de hostias todo lo que quiso. Pero, vamos, no tortura en plan como había hecho con alguna gente”.
También Gerardo Díaz Solís, “el Portu”, pasó por las manos de Ramos: “Bah, a mí suéltame una hostia y como si nada. Pero cogía un palu que tenía allí encima y un tolete y mancábate aquello más que su madre, plin, plan. Pegábate cola porra y col tolete. Después tenía uno allí que era más viejo y venía fumando y empezaba a echate la ceniza así…. yo no me movía y hacíame el fuerte, pero soltábate les ascues toes por les manes. Y luego, a la hora de marchar ¡unos hostiazos!”.
Aunque no era un procedimiento habitual, al menos en Asturias, José Alonso, “el Raxáu”, da cuenta de la aplicación de corrientes eléctricas que provocarán su ingreso en el Hospital Psiquiátrico. “Entró un policía y dixo-y: esti ta cerrau en banda. Ta como cemento armao. Dixo él [se refiere a Ramos]: a esti hay que hace-y un lavao de celiebro pa que diga to lo que sabe. Cámbienme de calabozu y había tres tables de anches como esa baldosa y como pa echase una persona. Échenme allí y mecagon… ¡¡¡¡BRUUUUUUUUUUUM!!! Una descarga, que pa mi yera de corriente o qué sé yo de qué era. El casu ye que yo perdí el conocimientu total. Cuando me sacaron de allí ya yera de noche. Era el mes de agosto. Tiraronme en La Cadellada y ya había pasao per eses otru rapaz. Habíen dao-y muchos palos y cayó en coma. Y a mí fixerenme trasfusiones de sangre y quedé mal, mal, mal”.
Y, para concluir, José Celestino González, “Tino el del Alto”, cuya salud arrastró secuelas hasta su muerte prematura: “Machacáronme después en comisaría que me jodieron la vida pa siempre. En el 66, cuando me metieron en la cárcel, todavía salí de la cárcel echando sangre… y eso da lugar… en los riñones, y estuve echando sangre… tres años, hasta el añu 70 que me operaron y ahora estoy en un pulmón de eso de… diálisis, aguanté tovía, aguanté tovía…”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 33, JULIO DE 2014

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