
Faustino F. Álvarez. Foto / Iván Martínez.
Xuan Cándano. No fui a dar el último adiós a Faustino F. Álvarez porque ambos compartíamos la aversión a los actos sociales; y sobre todo porque había acudido hace unas semanas a aquella despedida en vida, con el maestro ausente, que fue la presentación de su último libro, ilustrado por Manolo Linares.
Faustino era tan irrepetible que fue el primero, y supongo que el último, que protagoniza un funeral en vida. Todos pensamos o soñamos alguna vez con cierto morbo en nuestro propio funeral, con sus presencias y sus ausencias, sus llantos sinceros y sus palmadas hipócritas, tal y como sucede en la cruda realidad. Pero solo Faustino pudo vivir para contarlo, aunque ya le faltaran fuerzas para plasmarlo en uno de sus memorables artículos.
En aquella ceremonia laica presidida por un cura, para completar la paradoja bendecida por el padre Ángel, una multitud de amigos llegados de toda Asturias asistimos a una velada mística donde Carlos Rodríguez puso voz a la despedida poética de Faustino, mientras la tormenta competía en intensidad en la calle con la emoción nada contenida que se desató en aquella sala abarrotada.
Fausto siempre había dicho que moriría con las botas puestas, o sea, pegándole a la tecla, ahora del ordenador, aunque él prefería más la máquina de escribir de una época en la que la tecnología no disimulaba tanto como ahora las carencias y la falta de talento.
Lo que nunca sospechamos era que se iba a despedir de nosotros reuniéndonos en un hotel para escuchar su último artículo, con el que nos hizo llorar diciendo esas cosas sencillas que suenan celestiales cuando quien las expresa posee el genio de la escritura. Vinimos al mundo a querer y ser queridos. En la vida solo importan la amistad, la bondad y la inteligencia.
Escribir esta crónica apresurada sobre la desaparición de Faustino es una auténtica osadía. Era probablemente el periodista asturiano más relevante de la última parte del siglo XX y la primera del XXI. Fue un modelo de literatura periodística, sin nada que envidiar a los grandes maestros que tanto admiró, César González Ruano, Paco Umbral y sobre todo su amigo Cándido.
Ningún tiempo pasado fue mejor, pero hace ya mucho tiempo que se echan en falta periodistas como Fausto, cultos, intuitivos, ingeniosos, con una pasión por su trabajo que se confunde con su vida y los convierte en imprescindibles. Una vida sin pasión no merece la pena ser vivida, dijo con acierto Ernesto Winter, que si conociera la biografía de Faustino la pondría como ejemplo.
Tenía también Fausto un cierto toque canalla que compartió con muchos de su generación, una picaresca que huele a tabaco de pipa y sabe al alcohol duro que envuelve noches de bohemia y despedidas de madrugada que acababan ante una rotativa recogiendo los primeros periódicos de la jornada. “Para el pan como hermanos y para la noticia como gitanos” era su lema, puede que inventado por José Vélez, que llamaba a Faustino “El Rata” con cariñosa malicia, seguro que en honor a alguna exclusiva robada.
Admiré mucho a Faustino por esa facilidad pasmosa y esa genialidad con la que escribía, pero también por su espíritu indomable, por su rebeldía con o sin causa, por su radical independencia ejerciendo el periodismo, aunque también tenía una innata habilidad social para empatizar con algunos de los dueños del dinero. En televisión fue el último director en Asturias que se permitía colgar el teléfono a los políticos, mandar a paseo a los jefes de Madrid y marcar las distancias con los poderes.
La calidad de los enemigos

Retrato de Faustino F. Álvarez realizado por Alberto Cimadevilla para ilustrar sus artículos en ATLÁNTICA XXII.
A un hombre lo retrata la calidad de sus amigos, pero también la de sus enemigos. Fausto eligió muy bien a sus amigos, que son legión, pero aún mejor a sus enemigos, que eran pocos pero poderosos. Algún político era muy reconocible entre ellos porque era objetivo habitual en sus columnas. De algún compañero de gremio por el que se sentía traicionado daba más bien cuenta cuando te sentabas con él frente a un vino en esas tertulias donde también ejerció el magisterio.
A mí personalmente su ausencia me deja un poco más solo y vulnerable en estos tiempos en los que vuelve la caza de brujas y el buen periodismo necesita referentes como Faustino. Cuando nació ATLÁNTICA XXII no me atreví a llamarlo y fue él quien lo hizo de inmediato para incorporarse a una aventura que compartía con entusiasmo y que le recordaba a sus primeros pasos en Asturias Semanal. Celebraba con euforia la salida de cada número y me llamaba para compartirla. Su aliento me llenaba de orgullo y era el mejor exponente de que algo no estábamos haciendo mal. Quiso seguir escribiendo en la revista hasta que las fuerzas no se lo permitieron. Y, cuando ya le faltaban, nunca me faltó su ánimo ante la última ofensiva de los enemigos de la información libre.
Cuando le conté por correo electrónico la denuncia canalla que me habían puesto por las informaciones de un número de la revista me contestó rebajando la tensión, contando una de esas anécdotas que aireaban su cultura y su sentido del humor. Se trataba de un encuentro en la calle del guionista Rafael Azcona y el actor Juan Luis Galiardo, que le soltó una letanía de penas, amorosas, económicas y laborales. Azcona lo escuchó con paciencia y luego le respondió:
– Todo lo que me cuentas no cabe en una línea de Dostoievski.
Aprendí la lección de tal manera que no volví a dar la plasta a nadie con mi banal batallita. Y cuando la denuncia se convirtió en sanción no le comenté nada, siguiendo su sabio consejo de dar a estos asuntos la importancia que merecen, que es muy poca. Pero entonces fue él quien me envió un correo, en el que la serenidad con la que afrontaba su despedida no evitaba la indignación del periodista que sangraba por la herida de un compañero.
Querido Xuan:
Aunque nos lleve al absurdo, hay que reconocer que para que el mundo sea noble es imprescindible el contrapeso de los hijos de puta. A lo largo de la historia, la proporción de buena gente y de estúpidos suele producir un aceptable equilibrio. Pero ahora vivimos tiempos en que la báscula y la brújula enloquecieron.
Aún así, no nos llevarán por delante. Tus días de suspensión de empleo y sueldo son días esbeltos por esperanza de tu ejemplo, y porque has podido comprobar que no estás solo.
Contigo hasta el paredón.
Un fuerte abrazo,
Faustino F. Álvarez
JULIETA
martes, 18 marzo (2014) at 20:22
Atlántica tiene que seguir. Necesitamos periodistas que lo sean. D.E.P. Faustino.