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Covadonga de Silva: «Las mujeres no podemos bajar la guardia»
Entrevista a una mujer que siempre ha estado vinculada a Gijón. Música, poeta y psicóloga, Cova es pionera del ‘indie’ español.

Covadonga de Silva. Música, poeta y psicóloga. Foto / Álex Zapico.
Aunque Covadonga de Silva Marbán (Gijón, 1970) tiene ese acento cantarín tan típico de los gijoneses, lo cierto es que su labor musical no ha sido la de la clásica vocalista con grupo detrás, sino que siempre ha estado en el sillín de la batería. Psicóloga clínica en ejercicio, poeta desde la primera juventud (Premio Asturias Joven 1991), Cova es pionera del ‘indie’ español con Penélope Trip y Nosoträsh, y actualmente toca y compone en Petit Pop, grupo de pop familiar formado por veteranos de la quinta del ‘Xixón Sound’. Siempre ha estado vinculada con fuerza a Gijón, tanto por esa línea genealógica que la une con la familia Jovellanos (su padre es el expresidente regional Pedro de Silva) como porque en su trabajo y en su vida la ciudad es una constante: a veces como telón de fondo de sus vivencias, otras como un personaje más de las inconfundibles canciones a las que pone letra.
Rafa Balbuena / periodista
Como niña del baby boom, ¿qué recuerdos tiene de ese Gijón industrial de finales de los setenta que casi ya no existe?
Me quedan sensaciones, más que nada. Recuerdo un Gijón con poca luz, bastante sucio, donde casi siempre llovía, con tardes un poco en blanco y negro, en el salón de casa viendo la televisión en familia… No es un recuerdo que me produzca tristeza, porque esa oscuridad también implica mucho carácter y muy marcado. Pero sí tenía ese poso triste, un poco como lo refleja esa canción de Nacho Vegas, «Ciudad vampira». Y aunque ha cambiado para bien en muchos aspectos, desde 1978 o 1980, sigue teniendo ese atractivo de las ciudades con poca luz.
¿Mamó la política en su casa? ¿Le interesa?
Lo vivimos como algo natural con lo que crecimos, primero de pequeños acudiendo a mítines y disfrutando de la parte más festiva, corriendo y jugando por las fiestas de prao. Luego en la adolescencia, etapa ya de por sí complicada, coincidió con la reconversión industrial. Delante de casa, en el barrio del Coto, se quemaban neumáticos, se organizaban protestas y caceroladas. Era difícil de entender porque supuestamente éramos de izquierdas. La situación social no era fácil y mis hermanos y yo no lo pasamos bien en aquella época tan confusa y llena de contradicciones, pero no podíamos quejarnos porque había familias que, evidentemente, lo estaban pasando peor. Creo que todo aquello, junto a cierto desencanto cuando mi padre dejó la política, no restó mi interés por ella pero sí generó cierto rechazo y desconfianza en las formas en que se ejercía. De otra manera, política e ideológicamente me sitúa la historia de mi abuela materna, que perdió a su madre y la mitad de sus hermanos durante el bombardeo de Barcelona en la Guerra Civil y luego huyó a Francia.
¿Queda todavía algo de ese Gijón de la reconversión, áspero y difícil?
Quedan muchos rincones de esos, sí. Mira, paseando con mis hijos, que tienen 8 y 10 años, a veces vamos por sitios como El Llano o Pumarín y el pequeño me pregunta: «Mamá, ¿esto es Gijón?» [ríe]. Ese contraste del Gijón de hoy con lo que queda del de antes me gusta, no es una sensación desagradable. Al contrario, que se conserven partes de la ciudad tal y como estaban entonces es precioso, aunque no sean zonas turísticas precisamente.
¿Muchos «Gijones» dentro de un mismo Gijón?
Mira, sobre este asunto se puede hacer un… «ejercicio», por llamarlo así, que es el que cuenta una canción de Nosoträsh, que no grabamos pero que habla de ir a un bar de La Guía, del Natahoyo o del Polígono, donde nadie te conoce y donde no conoces a nadie, y sentarte ahí a escuchar. Puedes ver la cantidad de historias que pasan aquí al lado, en paralelo a la vida de todo el mundo, y de las que normalmente no te das ni cuenta. A ver, cuando estás agobiado tienes la naturaleza y el monte andando a dos pasos, o a la playa, pero tampoco te hace falta salir de la ciudad. Aparte de la arquitectura caótica, aquí hay un montón de rincones para estar solo y apartado si te hace falta.
Gijón ya no es una ciudad fundamentalmente obrera, sino de servicios, y hay quien relaciona eso con la crisis de la izquierda. ¿Lo ve así?
Pues no seré yo la que haga el análisis, en todo caso creo que habrá que plantearse también que no en todas las ciudades el cambio al sector servicios se ha realizado de manera similar, con la misma filosofía, ideología y objetivos que en Gijón.
Entre los lugares que decía antes ¿estaría el Instituto Calderón de la Barca?
Con su arquitectura, sí, que recuerda a una penitenciaría [ríe]. En serio, aunque sea un poco lóbrego, fue un sitio muy importante y yo tuve la suerte de estudiar ahí el Bachillerato. No creo que en otros institutos de Gijón, allá por 1986-87, se pudiera estudiar Imagen y Sonido. Nosotros allí sí pudimos, gracias a profesores como Paco Granda aprendimos nociones de fotografía… en mi caso eso fue muy importante. Yo venía de una EGB en colegios donde no estaba contenta con muchas cosas, y el BUP fue un poco como una liberación. Ahora eso no pasa porque en el instituto se entra a edades más tempranas, pero para mí fue una sensación de aceptación enorme que con 14 años me trataran como a una persona adulta.
¿Conoció allí a toda aquella primera hornada de lo que se llamó ‘Xixón Sound’?
Sí… bueno, a Nacho Vegas lo conozco desde la infancia, pero allí nos reencontramos. A Tito, David y Juan Carlos [núcleo original de Penelope Trip] los conocí allí. Precisamente haciéndoles fotos es como acabé entrando en Penelope Trip. Me propusieron tocar la batería y lo hice, sin ninguna experiencia previa.
El peso de las cintas grabadas
¿Qué le aportó Penelope Trip?
Sobre todo, que se pueden hacer cosas sin grandes conocimientos técnicos. Ese sentimiento un poco punk de hacer música con pocos medios… pero sobre todo el ir «todos a una» con una canción, esa sensación mágica de compenetración entre todos, casi de comunión con los demás. Eso no se puede explicar, se nota en el grupo o no se nota, aunque no siempre se transmita.
En su momento fue un grupo rompedor y pionero: muy ruidosos, con canciones sin letras, una imaginería naïf y aquella música estruendosa pero llena de melodía.
Pioneros, pioneros… [duda]. No sé…
Hombre, a rebufo de Penelope Trip surgieron Eliminator Jr. y toda aquella escena: Manta Ray, Medication, Kactus Jack…
Bueno, sí. Ahora que lo pienso, me viene un recuerdo muy guapo, tocando en un concierto la versión que hacíamos de «All tomorrow’s parties«: me acuerdo de ver a Xabel Vegas, que entonces era casi un niño, menos que adolescente, haciendo con las manos al borde del escenario ese ritmo tipo Último Resorte que le dábamos a la canción. A partir de ahí empezaría a tocar, luego sería batería de Eliminator y Manta Ray. Debía de ser en 1991 o así. Aunque al principio hay gente igual de importante que la de los grupos, gente que mueve toda esa escena aunque no se le reconozca o no se hable de ellos.
¿Como Luis Mayo? [músico y periodista, que nos sonríe desde la otra esquina del Café Toma 3, donde se realiza la entrevista].
Sí, Luis era una de esas personas, aunque tenía su grupo de garage, era un catalizador de todas las escenas de entonces. Y Maika Pérez y su hermana Marta, que tenían un programa en Radio Kras de música alternativa y «noise», porque la palabra ‘indie’ no se usaría hasta unos años después. Pedro Balmaseda, que es mi pareja actual, nos diseñaba carteles. Marco Recuero, también… O Michel ‘Memorabilia’, que traía de Londres discos imposibles de conseguir y nos los grababa. Recuerdo que Tito, cantante de Penelope, me regaló unas navidades una cinta con Felt por una cara y Cocteau Twins por la otra, que para mí era un tesoro. Hay que valorar el peso que tuvieron las casetes grabadas para esa escena [sonríe].
Feminismo, poesía y pop
Estamos en el mes de las mujeres y ante movilizaciones feministas históricas. ¿Comparte el ideario feminista?
Por supuesto, aunque desde luego hay cosas que han cambiado queda mucho por hacer y no podemos bajar la guardia. La corresponsabilidad en el ámbito del trabajo doméstico y el cuidado de personas dependientes, la mejora de los convenios en trabajos tradicionalmente ocupados por mujeres (limpieza, ámbito de cuidados…), la igualdad salarial, la prevención de la violencia de género, la transmisión de otros modelos de afecto y relaciones… Si avanzamos en todos estos aspectos, generaremos un contexto en el que las mujeres podremos empoderarnos, romper el techo de cristal y alcanzar nuestro derecho a participar en igualdad de condiciones.
Hablemos de letras. Sabiendo que sigue escribiendo, y tras ganar uno de los primeros premios Asturias Joven de poesía, ¿por qué no ha vuelto a publicar nada más?
Bueno, el poemario Ruido de palabras, que lo gané ex aequo con Moisés González, fue importante para mí, pero luego las cosas han ido por el camino que han ido. Las letras de Nosoträsh han cumplido parte de ese papel, el disco Popemas tiene ese concepto de poesía en canciones pop, desde el título. Pero volvemos a lo de la elasticidad del tiempo. Aunque me organizo y escribo cuando puedo -intento hacerlo temprano por las mañanas-, no es lo mismo lo que escribes con veinte años que con 47 que tengo ahora. Ni las responsabilidades: ahora hay por medio hijos, trabajo, conciliación… Pero todo tiene su ritmo, igual que antes, y aunque estoy tocando y grabando con Petit Pop, que requiere bastantes esfuerzos, también están las canciones que puedan surgir para Nosoträsh, otras que compongo y que no caben ahí y que tendrán que salir de otra forma… y la poesía, también. Todo sigue un cauce y habrá que ver como se materializa cada cosa.
¿Les preocupa en el grupo que la música como asignatura tenga tan poca presencia en los planes de educación?
A mí me preocupa, por supuesto. Aunque Petit Pop es un grupo de pop familiar y un proyecto de ocio, no un proyecto didáctico, y lo digo porque no se trata de que nosotros cubramos ese hueco, ojo. Pero que la música sea una asignatura con tan poco peso en los currículos, sobre todo en Secundaria… dándole un enfoque como psicóloga, el valor de la música como instrumento educativo es enorme. Precisamente Mar ha hecho trabajo en Institutos, dando talleres de creación musical contra la violencia de género. Y entre la gente con la que yo trabajo -me cuesta llamarlos pacientes-, hay muchas personas que saben tocar un instrumento y eso les ayuda a superar problemas que a cualquiera de nosotros, en un momento dado, también nos pueden afectar. Además, hay momentos en los que el exceso de palabras nos agota, y la música nos puede ayudar a encontrar esa tranquilidad sin que tenga que haber silencio.
Si ahora salimos a la calle, veremos mucha gente aislada, oyendo música por auriculares ¿estamos perdiendo el componente social de disfrutar la música en grupo, no ya en un concierto, sino en algo tan simple como oírla por la radio en el autobús?
Puede ser, sí. Lo que me parece extraño, y a veces sintomático, es que haya tan poca variedad en los medios habiendo tantísima oferta de música disponible. O que todos conozcamos la canción que más sonó el año pasado, o que las radios sean casi todas de antiguos éxitos y, a la vez, no haya programas musicales de actualidad en televisión.
Respecto al futuro público potencial de Petit Pop, además de la emigración derivada de la “generación ALSA”, ¿le preocupa el invierno demográfico de Asturias?
No me preocupa… y me atrevo a decir que a mis compañeros tampoco. Por un lado nuestra mayor interés radica en no en vivir de la música, sino en que las canciones de Petit Pop nos trasciendan y puedan escucharlas y disfrutarlas familias de futuras generaciones. Por otro, gran parte de nuestro público se encuentra también fuera de Asturias, en otras Comunidades. El invierno demográfico, en general, me preocupa como ciudadana de cara a aspectos socioeconómicos, y habrá que echarle mucha imaginación, como poco, para que todos podamos sostenernos en el futuro en un contexto de igualdad de oportunidades.
¿Las subvenciones en cultura tapan muchas bocas, más que darles de comer?
Habrá de todo… En mi entorno nos llama la atención la crítica que se hace a las subvenciones culturales cuando, sin embargo, no se hace el mismo hincapié en las que se ofrecen por ejemplo a otros sectores (automóvil, generación de nuevas empresas…). Yo entiendo que las subvenciones están para apoyar puntualmente proyectos que con el tiempo sería ideal que se sostengan por sí mismos y no únicamente a través de ayudas, sin generar excesivas dependencias. Es probable que el problema tenga que ver con que, en cultura, el impacto o resultado de las subvenciones que se otorgan no se pueden estimar tan claramente como “beneficio económico”. La generación de hábitos culturales (que no se estimen únicamente en “hábitos de compra”) también enriquece a la sociedad, en otro sentido.

Covadonga de Silva. Foto / Álex Zapico.
Mujeres que marcan diferencias
Nosoträsh y Undershakers fueron en los noventa los dos «grupos de chicas» de la escena ‘indie’ de Asturias, y el que fueran grupos femeninos era motivo entonces de cierta expectación.
Es que ser un grupo de mujeres es una idea distinta de por sí. Nos ha hecho apoyarnos y trabajar todo el tiempo de otra forma. Las alegrías, los problemas y hasta las discusiones y mosqueos entre nosotras… todo se lleva de otra forma.
Hubo no obstante una critica feroz a un concierto de unas Undershakers casi debutantes, cuando entonces lo habitual era ser condescendiente con cualquier grupo novel, al margen de que lo formaran hombres o mujeres…
Ya, y a Nosoträsh se nos acusó bastante de ñoñas. Alguna vez lo podemos haber sido, pero no siempre. Asumimos que como mujeres nos iba a pasar, que por esa cuestión se nos iba a criticar de modo parecido a Undershakers.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 55, MARZO DE 2018

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