
Pablo Iglesias se ha declarado públicamente ateo, aunque en Sitges eludió dar mayores explicaciones tras la pregunta de un empresario. Foto / Pablo Lorenzana.
Luis García Oliveira.
Sí, la pregunta puede tener mucha miga, ¿verdad? Sobre todo si quien tiene el atrevimiento de deslizarla, en público, es el presidente del Círculo de Economía de Barcelona, y el destinatario es Pablo Iglesias, invitado por los primeros a un “conciliábulo” empresarial en los que no se suelen tratar cuestiones metafísicas.
Desde luego, hay que ser muy atrevido y sentirse muy endiosado –en primerísima persona– para escenificar públicamente una osadía de semejante naturaleza y calado. Endiosado, sobrado y también una absoluta carencia intelectual sobre el más básico significado de la palabra respeto, es la condición que evidenció con la pregunta el voluntarioso confesor empresarial al espetar ese envenenado dardo sobre su más que desconcertado destinatario.
Pero, aunque parezca extraño el “celestial” devaneo de un empresario tan faltoso, quizás tenga una fundada explicación: si ni a él ni a buena parte del colectivo que representa –por no decir a su inmensa mayoría– no les preocupa lo más mínimo las condiciones económico-laborales de los asalariados de los que se sirven para amasar sus patrimonios, hacia algún lado tendrá que orientar sus inquietudes ese colectivo. ¿Y qué mejor y más lucido campo para ello que el de las cuestiones filosófico-existenciales? Pues absolutamente ninguno, ni de lejos.
Sin duda, habrá quien niegue rotundamente esa posibilidad –yo, el primero– pero, ¿y si el empresariado de este país –empezando por el catalán, que siempre fue más vanguardista– ha comenzado a ver “la luz”? En absoluto habría que descartar esa posibilidad si nos tomásemos en serio una pregunta tan aparentemente fuera de contexto.
Pero, aunque uno no quiera chafarle a nadie las esperanzas que se podrían sustanciar de algo tan prometedor, hay que reconocer que la vocación inquisidora del anfitrión empresarial se le fue de las manos: “¿Cree Ud. en la propiedad privada?”, inquirió de nuevo.
Podría haber preguntado a su interlocutor sobre los planteamientos al respecto de la formación política que allí representaba, lo que tendría cierta lógica, dada su propia condición y la de sus representados. Pero no; se trataba de saber si el interrogado compartía ese supremo “mantra” del capitalismo, no si solamente lo respetaba.
Sinceramente, llegado a este punto uno no sabe ya muy bien a qué referencia atenerse; si es que el dios del capo empresarial y toda su corte es el por tantos de ellos idolatrado “Becerro de Oro” o si todo ese elenco de emprendedores –que diría Rajoy– está en pleno proceso de reconversión mística.
Discúlpese mi incredulidad, más que el escepticismo al respecto, pero es que uno aún no ha sido agraciado con el don de la fe.
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