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Atlántica XXII

Cudillero tendrá un alcalde del PSOE que no iba en la lista electoral

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Cudillero tendrá un alcalde del PSOE que no iba en la lista electoral

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Francisco González, cuando era alcalde, en uno de los homenajes a los jubilados de Cudillero que organizaba
El modelo «Monti», o el acceso a cargos públicos de políticos que no están refrendados por las urnas, tiene también una dimensión municipal en España con la elección en Cudillero (Asturias) de un alcalde que ni siquiera figuraba en la lista electoral de su partido, el PSOE. Ignacio Fernández será elegido alcalde el próximo día 26 gracias a la mayoría absoluta socialista en Cudillero, tras una operación orquestada por el exalcalde y secretario general del partido en el concejo, Francisco González. Para permitir el acceso de Ignacio González a la alcaldía renunciaron a este puesto todos los concejales socialistas y los tres suplentes que iban en la lista electoral. Actualmente la alcaldía de Cudillero está vacante tras la dimisión el pasado 30 de diciembre de Gabriel López, que había sustituido a Francisco González cuando éste accedió a un escaño de diputado autonómico en la Junta General del Principado. Cudillero va a tener por tanto tres alcaldes en año y medio. Esta posibilidad de nombrar a un alcalde que no es candidato electoral la contempla la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG) desde la época de la presidencia de José María Aznar, Entonces se modificó la ley para permitir en el País Vasco el acceso a cargos públicos de personas sin relación con sus electores, en plena ofensiva institucional contra la izquierda abertzale. Francisco González («Quico») gobernó en Cudillero durante 21 años, casi siempre con mayoría absoluta. Su marcha al Parlamento asturiano, donde está aforado, coincidió con su implicación judicial en un asunto aún no resuelto donde es acusado de prevaricación. La oposición municipal lo acusa de clientelismo, caciquismo y dedocracia. Cudillero no llega a 6000 vecinos, pero tiene más de un centenar de empleados municipales. Uno de ellos es precisamente Ignacio González, que hasta ahora figuraba como asesor de la alcaldesa en funciones, Nuria Álvarez. El PP de Cudillero sostiene que la contratación de Ignacio González fue «a dedo». El caso de Francisco González puede ser una muestra elocuente de los estragos que provoca la profesionalización de la política y la falta de límite temporal para los cargos públicos. Simpático y populachero, Quico solo tuvo relación política en los primeros años de la Transición con la extrema derecha e incluso consta su vinculación a los Guerrilleros de Cristo Rey. Más tarde se afilió al PSOE de la mano del exalcalde de Valdés, Jesús Landeira. Accedió a la alcaldía tras un eficaz trabajo en el movimiento vecinal, desalojando del poder a la derecha tradicionalmente hegemónica en Cudillero, y en sus primeros años al frente del Ayuntamiento demostró energía y una gran capacidad de trabajo. Pero con el tiempo fue adquiriendo hábitos autoritarios y tejiendo una red clientelar de una inmensa eficacia electoral. ATLÁNTICA XXII ya se ocupó del neocaciquismo en Asturias, con especial atención al caso de Cudillero, en varios números de la revista. La primera vez en su número 3, en julio de 2009. Poco ha cambiado la situación local desde entonces, aunque ahora los trabajadores locales son menos. Hace cuatro años eran 120. Reproducimos ahora el artículo elaborado por Rafael S. Avello.

El pequeño tamaño de algunos municipios hace pervivir una nefasta práctica política en los Ayuntamientos asturianos

ALCALDES: LOS NUEVOS CACIQUES

 

Rafael S. Avello/ Periodista

“Saben lo que se vota en cada casa e, incluso, dentro de cada casa, qué vota cada uno. Y esto lo sé, porque yo tengo familia que milita en el PSOE y un día les pregunté a cara de perro que cómo lo sabían, y me sacaron el mapa de Cudillero con las casas pintadas de colores, y solo había una o dos con una interrogación…”

Kiko Cuideiru LV

Francisco González rodeado de empleados municipales en un homenaje
que le tributaron cuando dejó la alcaldía.

Quien así se expresa es Nacho Llope, siquiatra y uno de los infatigables luchadores contra la pervivencia del caciquismo en la sociedad rural asturiana. Porque ¿alguien duda que en el Ayuntamiento sepan quién es el único vecino que votó a IU en Peñamellera Alta, o a Sosa Wagner en Illano, en las recientes elecciones europeas?, o ¿quiénes son los cinco votantes de IU en Somiedo, e incluso los 32 que votaron al PP en Santo Adriano, o los 38 del PSOE en Yernes y Tameza?.

Ejemplo pragmático aportado por un funcionario que, -algo común al caciquismo-, no quiere ser identificado, es el de un alcalde del Oriente de Asturias, que se declara experto autodidacta en temas informáticos, y se jacta en público de tener diseñado un programa propio que, a la hora de poner en los encabezados de las cartas los nombres de los destinatarios,  distingue el trato a los vecinos entre «querido» y «estimado», según la intención de voto del mismo.

Un voto, pues, poco secreto, que implica el conocimiento de quién sí y quién no “es de los míos” y que acaba guardando relación directa con las inversiones locales, a juicio de Llope, quien asegura que se llega a “cosas tan nimias como: si tú tienes delante de casa la farola, está claro, yes de los míos”.

        De los incas a las elecciones europeas

Cuando los españoles descubrieron el imperio inca, constataron la existencia de una administración perfectamente organizada que, a nivel local, incluía a los curacas o “señores principales”, que velaban por el rendimiento del trabajo y controlaban el pago de tributos. Garcilaso los rebautizó en sus escritos como “caciques”, y esa expresión fue la que se utilizó a partir de entonces para designar a los jefecillos de las comunidades locales. El uso de esos “controladores locales” para intervenir en los resultados electorales a favor del candidato designado por los pertinentes grupos oligárquicos, -y que se generalizó en España durante el siglo XIX y comienzos del XX-, es lo que denominamos caciquismo. Pero, aunque tuvo su esplendor durante la época de la restauración, no es un fenómeno exclusivamente decimonónico sino que, adaptándose a los tiempos, ha pervivido hasta nuestros días. Tampoco es un fenómeno identificable en exclusiva con el tópico de la Galicia profunda del último siglo. Nuestra sociedad, la asturiana, y específicamente la rural, cultiva aún ese hábito pervertidor de la democracia.

Una perversión que, hace un siglo, servía para amañar los resultados electorales con el objetivo de perpetuar el sistema de alternancia en el gobierno de los dos grandes partidos. El encargado por el Rey de formar gobierno, elaboraba las “casillas” con los diputados que tenían que salir en cada circunscripción, con el beneplácito de la oposición, y los caciques de ambas formaciones se encargaban de que así “cuadrara”, de acuerdo al pacto.

Era una forma de defensa de las grandes oligarquías (en las Cortes de 1.912, once familias sumaban entre sus miembros 56 diputados), y su eficacia era la de una máquina de precisión (en las elecciones de 1907, el Duque de Alba obtenía su acta por el distrito de Illescas con 10.382 votos, contra cuatro de los candidatos oponentes). Unas cifras que pueden hacer parecer una pequeñez resultados como los de los recientes comicios europeos, donde los números más llamativos son los del 67% de votos socialistas en Santo Adriano (un contundente 92-33) y el mismo porcentaje al otro lado del espejo, en Villayón, con 425 para el PP y 174 para el PSOE.

Los mecanismos del caciquismo

La desmovilización del electorado, y la construcción social “de arriba abajo”, eran la base del caciquismo, que tenía diversos escalones, desde el gobernador civil al señorito terrateniente.

Hoy, se dan aún circunstancias similares, (en especial la desmovilización de los electores), que favorecen la pervivencia de esas prácticas, de forma más marcada en el mundo rural asturiano. Gobernador y patrono han sido sustituidos, a juicio de quienes denuncian la existencia de esa perversión democrática, por alcaldes y concejales y otros personajes con influencia vecinal, como algunos agentes de desarrollo local.

Y es que, a falta de economía productiva, las empresas, en los pequeños concejos, han sido sustituidas por los Ayuntamientos, y el empresario por el alcalde. El empleo, pues, depende en muchos casos de voluntades políticas o personales. Así, a título de ejemplo, en Cudillero, el Ayuntamiento es probablemente la mayor “empresa” del concejo, con más de 120 trabajadores. Y en muchos concejos no hay más empresa que el Ayuntamiento.  Y el puesto de trabajo era, hace un siglo, y tanto o más ahora, una prebenda con la que es muy fácil comerciar con votos.

Otro mecanismo para fabricar mayorías es el reparto de promesas, algo que es ya un tópico en la política, pero que funciona más si la promesa está hecha por alguien cercano, por un cacique al que se le supone capacidad de influencia suficiente para mandar hacer algo.

Jose Feito Fernández, auditor de cuentas en excedencia y experto en desarrollo local, constata ese fenómeno desde la paradoja de la cercanía y el alejamiento, en su aldea de Salas: “Por aquí, cuando hay elecciones, -muy especialmente en las municipales-, se difunde el latiguillo: ¡es el momento de pedir!; y vale pedir de todo, individualmente y en grupo; aquí, además de los múltiples supuestos «negocios» individuales, un grupo cambió el voto en las últimas municipales por el arreglo de una parte de la carretera, aunque aún no la arreglaron”.

Hay más instrumentos caciquiles que alcaldes y concejales pueden utilizar. El carácter “graciable” por parte del Ayuntamiento, de muchos tipos de “ayudas”, configura una espléndida red clientelar, a título personal y entre colectivos. Grupos sociales perfectamente definidos, como pueden ser los gitanos en algunos municipios en los que tienen alta presencia demográfica, son presa de estas prácticas. Un exconcejal en un concejo del Occidente, la zona de Asturias más afectada por el neocaciquismo, lo tiene comprobado: “El voto gitano en ese municipio supone uno o dos concejales;  yo tengo visto a un alcalde llevarles a votar en su propia furgoneta”.

Subvenciones a colectivos y asociaciones, tramitación de pensiones no contributivas…, son armas que el caciquismo usa desde la fortaleza de un Ayuntamiento o un partido en algún gobierno. Según opina Llope “para la población, los conseguidores siguen siendo los caciques; antes iban a Madrid a conseguir una escuela o una pensión, y ahora van a Oviedo. Es una estructura clientelar alimentada con dinero público, básicamente europeo, y hay un consenso social, que yo llamo “de la infamia”, por el cual la población lo ve como normal”.

Las denuncias de Maura o Silvela contra el caciquismo a principios del pasado siglo, incluían  lo que llamaban “cuba abierta”, invitaciones a grupos de electores, donde el alcohol también tenía un importante papel. Una costumbre, -la de las invitaciones-, que se mantiene hoy, aunque sustituye la “cuba abierta” por las “fartures”. Nacho Llope pone el ejemplo de su concejo: “en Cudillero hay, al menos, tres farturas al año, con los jubilaos, con los pescadores y con los dueños de los montes”.

El miedo físico era uno de los métodos favoritos de los caciques de antaño, que contaban con grupos de matones, e incluso con las fuerzas de orden público. Eran las llamadas “partidas de porra”. Hoy, sería impensable; pero aún perviven temores y comportamientos. Silvia Alvarez es concejal independiente en Muros:  Uno de los temas que más miedo me da , es el  de las amenazas  por teléfono o por correo o incluso, sin ningún recato, a la puerta del colegio electoral, tanto a adversarios políticos, familiares de éstos, o a cualquier ciudadano de ideología contraria.

 

Nuevas oligarquías, nuevo caciquismo

No es, sin embargo, el objetivo de ganar las elecciones, la única razón de ser del neocaciquismo. Pervive su fin inicial, el de servir a las oligarquías para sus fines. Ya no se trata de grandes terratenientes, sino de grandes empresas o de grandes objetivos económicos. El cacique, en esos casos, usa la técnica del palo y la zanahoria. Un ejemplo común citado por esas mismas fuentes, son los parques eólicos. Así, Llope señala el caso de un concejal de  Los Oscos, amenazado físicamente por su oposición a los molinos de viento, o de un dirigente de una plataforma opositora, en Allande, retirado de esa lucha por las presiones sufridas. Una denuncia de , cuando menos, “irregularidades”, que Feito cita también en Salas, señalando a un alcalde y un teniente de alcalde.

En otros casos, son intereses inmobiliarios; Llope retorna a su concejo: “el alcalde reunió a los vecinos de mi aldea, Villademar, para convencerles de que vendieran sus tierras por debajo de su precio de mercado, “por el progreso del municipio”, antes de recalificar esos terrenos”.

Maura se estrelló contra el Parlamento en su intento de “descuajar el caciquismo”. Ahora, los grandes partidos tampoco están por la labor. “Consolidar el caciquismo, -dice Nacho Llope-, es la única razón para mantener en Asturias las tres circunscripciones electorales, que no tienen mayor explicación que la de prospeccionar mejor las redes clientelares” . El envejecimiento en el medio rural también le hace ser pesimista incluso a medio plazo: “Esto tiene muy mala solución, por la crisis demográfica. Salvo excepciones, un paisano de 65 años lo que quiere es que le dejen en paz; y no hay gente joven, con inclinación, incluso biológica, a la rebeldía”.

Una solución podía ser la que, en su día proponía, y aún sostiene, el actual director de urbanismo, Guillermo Morales: reducir el número de concejos asturianos, de 78 a 40, para darles mayor tamaño; pero encuentra las mismas pegas que Maura o Silvela.

Tampoco invita al optimismo una constatación empírica: cuantos más años en el poder, mayor posibilidad de triunfo electoral, por consolidación de la red clientelar. Y es que no hay más interlocutores en la sociedad civil asturiana que la FSA y, subsidiariamente, el PP; ni siquiera los sindicatos.

Al final, igual cuaja la opinión que Clarín tenía del caciquismo: “una enfermedad étnica, propia de las razas latinas y, por tanto, muy difícil de erradicar”.

 

 

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