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Denuncian esclavismo tras las barras

Ilustración / Alberto Cimadevilla.
CNT denuncia esclavismo laboral en varias cafeterías de Gijón. En los pasacalles llevados a cabo para denunciarlo, la tensión ha llegado a derivar en peleas físicas con los empresarios, que rechazan tajantemente las acusaciones y acusan a CNT de comportarse como un sindicato del crimen.
Pablo Batalla Cueto / Periodista.
Ainhoa R. asegura que su jefe, Andrés Gómez, le dijo que le iba a hacer contrato, pero que nunca llegó a hacérselo durante los cinco meses que trabajó para él en la cafetería Lautrec de Gijón y que le respondía con cajas destempladas cuando se lo reclamaba. Ainhoa R. dice que Gómez le dijo que su jornada laboral iba a ser de nueve horas, pero que un día llegó a trabajar catorce, no era infrecuente que trabajara doce, la norma era que trabajara diez y hubo una semana en que trabajó setenta horas en total, el doble de las 35 que han sido reivindicación histórica del movimiento obrero. Le dijo, cuenta Ainhoa R. de su jefe, que iba a cobrar mil euros al mes, pero cobraba cuatrocientos, los cobraba tarde y mal, y su casero acabó expulsándola de la habitación que alquilaba en el centro de Gijón, porque esas irregularidades la hacían incapaz de pagar al día.
Dice Ainhoa que sus horarios de trabajo podían cambiar de la noche a la mañana, que tenía que estar permanentemente atenta al WhatsApp por si se le pedía que corriera inmediatamente al bar desde allí donde se encontrase, que no podía hacer planes de ninguna clase y que cuando se quejaba de todas estas indignidades su jefe le decía que en aquella cervecería que la había contratado a través de JobsToday todos eran una pequeña familia, y que por la familia uno debe sacrificarse cuanto haga falta. Siempre según su versión, Ainhoa acabó siendo despedida por WhatsApp y acto seguido denunció a Gómez, primero en Inspección de Trabajo y después judicialmente, y alcanzó con él una conciliación laboral por la cual las partes accedieron a firmar una indemnización 2.000 euros en concepto de horas extra impagadas —la petición inicial de Ainhoa eran 5.500—.
CNT se moviliza
El caso de Ainhoa es uno de los cinco de presunta explotación laboral en establecimientos hosteleros gijoneses en torno a los cuales la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) mantiene desde hace algunos meses una activísima movilización. La ciudad ha ido llenándose en este tiempo de carteles en los que los anarquistas señalan con dureza a esos bares, restaurantes, cafeterías y cervecerías cuyas prácticas laborales, denunciadas por algunos de sus empleados, no dudan en calificar de esclavistas. Los cinco se cuentan entre los más conocidos y de más solera de Gijón. Son la cervecería El Convento, el restaurante La Santina, el asiático Hong Kong y otras dos veteranas cafeterías gestionadas por la misma empresa y cuyo conflicto es en consecuencia el mismo: el Lautrec, en la calle Capua, y el Transporte, en Marqués de San Esteban.
El dueño de La Santina niega tajantemente las acusaciones que se hacen contra él; con El Convento esta revista no ha conseguido ponerse en contacto, pese a intentarlo, y un empleado del restaurante Hong Kong recogió el recado asegurando que su jefe devolvería la llamada a Atlántica XXII, pero finalmente no lo hizo. Por lo demás, según explica el secretario de organización del sindicato, Héctor González, CNT prevé añadir próximamente a su lista negra de la hostelería gijonesa otros dos, quizá tres y posiblemente hasta cuatro nuevos bares. Si lo que todos estos trabajadores aseguran es cierto, los padecimientos laborales de Ainhoa no son ni mucho menos una excepción en Gijón, sino un ejemplo representativo de cómo son las cosas en buena parte del sector hostelero español.
En uno de esos carteles de denuncia, que CNT ha ido fijando en farolas, paredes, contenedores y otros soportes por todo Gijón, Tony el Gordo, el capo mafioso de Los Simpson, sostiene con una mano una bandeja de camarero en la que porta las características comunes que, por encima de los detalles particulares, CNT considera que comparten todos los casos de supuesta explotación que el sindicato denuncia: despidos, precariedad, acoso, y abusos.
Héctor González hace una enumeración más detallada: «Estar asegurados menos horas de las que se trabaja: en general los contratos son bien por horas, bien a media jornada trabajando la jornada completa, y también hay gente trabajando directamente sin contrato. Realizarse más horas de las que se deberían realizar e incluso de las que conforman una jornada completa. Que las horas extra sean obligatorias y se paguen en negro o no se paguen. Que no se cumpla el convenio de hostelería: sueldos inferiores a los que marca el convenio, que no se avise con tiempo suficiente de los turnos, que no se cobre nocturnidad, que no haya vacaciones o que no se respeten las categorías, con cocineros figurando como ayudantes de cocina, camareros figurando como ayudantes de camarero, etcétera. En el caso de los repartidores, motos que no cumplen los requisitos adecuados. En suma, que a la gente se le joda la puta vida. Y todo esto se conjuga con una relación muy deteriorada entre jefe y empleado en la mayor parte de los casos, con el empleador tratando a sus subordinados con crudeza en el mejor de los casos, y en el peor directamente como basura».

Los pasacalles de protesta ante varios negocios hosteleros de Gijón se repitieron durante varias semanas.
Pero siempre hay dos versiones, y también para esto. Andrés Gómez asegura que no fue él quien se negó a hacerle contrato a su exempleada Ainhoa R., sino Ainhoa R. la que rechazó trabajar con contrato durante los meses que duró su relación laboral. «Cuando yo le ofrecí contrato a esta chica fue cuando ella se fue. Estaba muy a gusto trabajando sin contrato, y cuando ya cansamos y le dijimos “aquí hay que hacer un contrato porque no se puede trabajar en estas condiciones” fue cuando ella se fue», dice, pero, más allá de esto, rehusa extenderse en rebatir las acusaciones que pesan sobre él y que él considera ya resueltas por la conciliación laboral alcanzada con Ainhoa R. Lo que sí acepta Gómez es aprovechar el altavoz que esta revista le presta para denunciar los métodos empleados por CNT para atacarle a él y a su empresa. Gómez nos cita en la propia cafetería y nos presenta a Emmanuel Benítez-Sosa, un amigo suyo que asegura haber sufrido una aparatosa agresión a manos de activistas del sindicato anarquista durante un pasacalles convocado la pasada Nochevieja.
Cruce de acusaciones
Esto es lo que Benítez-Sosa dice recordar de aquel día: «Eran las seis de la tarde del día de Nochevieja y estábamos aquí despidiéndonos entre amigos, porque no teníamos pensado participar en ninguna fiesta nocturna. A esa hora, yo salí y me encontré a estos señores gritando en la calle y pegando carteles. Les recriminé la actitud, les dije que aquello era impresentable y arranqué uno de los carteles, y a partir de ahí solo llevé golpes por todos lados. Llevé un golpe en la cabeza, en un ojo, caí al suelo, hice la croqueta directamente y solo recibí patadas y puñetazos por todos lados. Vino la Policía Nacional y pidió una ambulancia que me desplazó hasta el hospital, donde tuve que estar dos días». Desde entonces, Benítez-Sosa asegura haber estado un mes con la mandíbula desencajada, sufriendo pérdida de visión en un ojo y con problemas de hígado que obligaron a hacerle varias ecografías. Por estos hechos de los que dice tener pruebas audiovisuales grabadas por las cámaras de seguridad del local ha presentado una denuncia que, al momento de escribir estas líneas, aún está pendiente de sustanciarse en el proceso legal correspondiente.
Gómez y Benítez-Sosa también denuncian que CNT ha fijado carteles y difundido por las redes sociales la fotografía y los datos personales del hostelero, incluidos la dirección y el teléfono móvil. «Yo tengo familia, ¿eh? ¡Es que no hay derecho a esto!», brama el empresario, que denuncia que otra práctica habitual del sindicato es enviar gente a hacer consumiciones en el Lautrec que luego dejan sin pagar y con notas amenazantes. «Este señor», dice Benítez-Sosa señalando a su amigo, «tiene un pequeño negocio y quiere salir adelante, ganarse su pan diario. No estamos hablando de una multinacional, estamos hablando de una pequeña empresa que quiere salir adelante y lógicamente a veces no se hacen las cosas de la mejor manera. Pero hay unos límites de convivencia, y cuando no estás de acuerdo con algo lo expones como un ciudadano normal y si no vas a un juzgado. Todo lo que se salga de esos parámetros es un error». En opinión de Gómez y Benítez-Sosa, CNT utiliza a los trabajadores y la defensa de sus derechos como una simple excusa para practicar la extorsión y el chantaje a establecimientos como el suyo. «El trabajador se la pela, ellos lo que quieren es dinero», dicen.
CNT se desmarca de la acusación de haber pegado por la ciudad carteles con el rostro de Gómez: aunque efectivamente han aparecido carteles con el rostro de Gómez en la ciudad, no incluyen el teléfono del empresario y CNT no sabe quién los difundió. Si fue obra de militantes cenetistas, dice Héctor González, fue a título particular y no como resultado de una decisión asamblearia del sindicato. González también rechaza las acusaciones de Benítez-Sosa: según su versión, hubo efectivamente una pelea entre un pequeño grupo de activistas que repartía panfletos en las cercanías del Lautrec y Gómez, Benítez-Sosa y otro amigo del empresario, que acudieron a enfrentarse a ellos, pero Benítez-Sosa no cayó inconsciente, no fue llevado al hospital en aquel momento y solo tres días después acudió allí a reclamar un parte de lesiones en el que, según González, los médicos vinieron a dejar dicho que Benítez-Sosa «le echaba mucho cuento». Por otro lado, Ainhoa R. denuncia recibir amenazas a su vez: «Me llaman de hija de puta para arriba y han llegado a amenazar a la empresa de mi padre por Facebook», cuenta.
Sea cierta una u otra versión de lo sucedido en torno a la cafetería Lautrec, que el sector hostelero es uno de los más precarios de todo el panorama laboral parece fuera de toda duda. Ésa, al menos, es la opinión del abogado laboralista Evaristo Bango, que considera, conforme a su experiencia, «muy extendidas» las prácticas denunciadas por CNT y no duda en animar a quienes padezcan una de estas situaciones a agarrar el toro por los cuernos y demandar a sus explotadores. Su recomendación con respecto a los pasos a seguir es «reunir tantas pruebas como sea posible, tanto documentales, que son las más importantes, como testificales».
El abanico de pruebas documentales que pueden ser admitidas a juicio, explica, es bastante amplio: «Whatsapps, correos electrónicos, horarios, fotos… Todo eso es perfectamente válido ante la jurisdicción social». En cuanto a las testificales, Bango reconoce que «suelen ser un problema, porque los compañeros de trabajo temen que los despidan si declaran», pero éste, como demuestra el caso de Ainhoa, no es un obstáculo insalvable para que las denuncias prosperen, aunque sea en parte. «Lo fundamental es que el trabajador, primero, sea consciente de sus derechos, y después que reúna pruebas», insiste.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 49, MARZO DE 2017

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