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Diego Díaz: ¿Dónde está mi ayuda a la no movilidad?

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Diego Díaz: ¿Dónde está mi ayuda a la no movilidad?

Diego DíazRealmente algo va mal en un país cuando instituciones y patronos se preocupan tanto por que los jóvenes (y los no tan jóvenes), sobre todo los más cualificados, hagamos las maletas. Las tentaciones para que nos demos el piro no faltan y parece como si las Administraciones compitiesen por ofrecernos cada día mejores condiciones para planificar la fuga. Becas de movilidad por aquí y por allá para que ampliemos formación en Stuttgart, Liverpool o Laponia, ayudas para aprender los idiomas de los países con más oportunidades laborales, buscadores informáticos de las mejores ofertas de empleo en el mundo mundial, prácticas laborales en empresas de la UE, lectorados y posdoctorales en departamentos de Universidades exóticas y lejanas, Erasmus para ir preparando el terreno a un futuro asentamiento en el lugar donde se estudia el último o penúltimo año de carrera y voluntariados europeos o puestos de cooperante en los países empobrecidos, a ser posible sin billete de vuelta… componen un variado abanico de posibilidades para el fomento de la movilidad, que es como en la neolengua neoliberal se llama a la emigración pura y dura de toda la vida. Por si fuera poco, todo ello sazonado con el bombardeo de unos medios de comunicación mayoritariamente empeñados en endulzarnos el éxodo económico, en presentarlo como algo positivo y no como el resultado de un diseño económico injusto e insostenible que concentra la riqueza en cada vez menos manos y menos territorios. Ya saben que de un tiempo a esta parte han venido proliferando ese tipo de programas en los que se resalta el espíritu aventurero y emprendedor de esos inmigrantes asentados en otros países, felices y realizados con su trabajo de arquitectas en Estocolmo o de ingenieros en Dubai, aunque de vez en cuando les entre la morriña y echen de menos la tortilla de patata o el cocido de garbanzos de sus madres.

Qué duda cabe que el impulso de moverse, viajar, experimentar y descubrir nuevos mundos forma parte de la condición humana, pero tanto como los sentimientos de pertenencia y arraigo a una comunidad y el deseo de echar raíces en ella. El problema no es la movilidad en sí misma, que puede ser una experiencia apasionante y enriquecedora cuando es elegida, sino el hecho de que el neoliberalismo nos la esté imponiendo por decreto, solo porque responde a los intereses económicos de la clase social que nos gobierna. Y es que vivir un periodo de bohemia y romanticismo en Lisboa o descubrir que tu lugar en el mundo está en la Cochabamba boliviana puede ser maravilloso, pero ser obligados a emigrar por culpa de una crisis que no hemos provocado nosotros, o a elegir entre el desempleo o un traslado forzoso, como la plantilla de Coca-Cola, no tiene nada de bohemio, de romántico ni de maravilloso.

Los voceros de este sistema, que produce desigualdad social, territorial y de género al por mayor, llevan años insistiéndonos en que estamos demasiado atados a nuestros terruños, que somos unos vagos y unos cómodos por querer puestos de empleo al lado de casa, pero su movilidad de ida y vuelta en clase business y tren de alta velocidad poco tiene que ver con la nuestra. Con la de quienes tienen que someter sus vidas a la tensión de una separación forzosa, de mantener una relación de pareja a caballo entre dos países, de tener que volver a empezar de nuevo, en todos los sentidos, o de vivir a miles de kilómetros de sus seres queridos, con la angustia de no estar cuidando a unos padres mayores o enfermos. Fue Vicente Álvarez Areces el que se refirió a la emigración juvenil asturiana como una “leyenda urbana”, rumores que se inventaba la gente, que es muy mala, muy tonta o un mix de ambas. Cosas de la vida, él terminaría siendo también una “leyenda urbana” en Madrid, pero en el Senado, con un holgado sueldo y jugosas dietas. Una situación muy diferente a la de miles de jóvenes asturianos obligados a emigrar por la falta de oportunidades en una tierra que desaprovecha año tras año a quienes más podrían contribuir a su progreso, su dinamismo y su vitalidad. El autismo o la ligereza de la casta regional con respecto a este feo asunto es alarmante. En lugar de plantearse medidas urgentes para consolidar población joven en Asturias, facilitar el retorno de quienes quieren regresar o incluso atraer a otras personas que quieran instalarse por estos lares, aún parece como si lo “moderno” fuese seguir alentando que nos marchemos.

Al igual que muchos colectivos de apoyo a las personas sin papeles defienden el derecho a la no emigración, a frenar el expolio de los países del Sur, que es el que provoca las migraciones masivas, es decir, el “efecto pobreza”, y no el “efecto llamada” del que tanto nos hablan los xenófobos, en la empobrecida Europa meridional, y más concretamente en esta Asturias tan envejecida, los resistentes que por ahora nos negamos a hacer las maletas deberíamos reclamar también ese derecho a no ser emigrantes forzosos. Yo no descartaría incluso solicitar una beca o un subsidio por ello. Alguien tendrá que subvencionarnos a los pieles rojas que nos quedemos a cuidar de la reserva india. Mariano, Javier, vayan aflojando la pasta, ¿dónde está mi ayuda a la no movilidad?

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 33, JULIO DE 2014

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