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Dudas con el nuevo hospital: La sábana que oculta al HUCA
Con el traslado de Radioterapia el nuevo Hospital Central de Asturias entró en servicio en enero. El Gobierno asturiano confía en su excelencia, lo que supondría para el PSOE una gran baza política. Los profesionales son por el contrario cautelosos y críticos.
Javier Fernández y Xuan Cándano.
Como si lo cubriera una inmensa sábana, el nuevo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) que empezó a funcionar en enero es un gran misterio. Lo es para médicos, enfermeras y el resto del personal, que no participaron en su diseño y su organización interna. Y sobre todo para los ciudadanos, que serán sus usuarios. Incluso para la Consejería de Sanidad, para la que el nuevo HUCA es un político regalo de Reyes que piensa rentabilizar al máximo, intentando que la mayor inversión de la historia reciente de Asturias sea un balón de oxígeno para el asfixiado y solitario Gobierno del socialista Javier Fernández.
Las instalaciones que ha levantado el Gobierno asturiano, con un coste de 500 millones de euros (y unos sobrecostes de más de 90), comenzarán a registrar actividad en los próximos días, nueve años después de que se colocara la primera piedra. Las previsiones de la Consejería pasan por alcanzar el pleno rendimiento a mediados de año. Será en ese momento, una vez sobre el terreno, cuando se conozca con exactitud si el nuevo edificio tiene el diseño apropiado para que en su interior se desarrolle adecuadamente la vida hospitalaria, con sus idas y venidas de camas y enfermeras, sus entradas, estancias y salidas de enfermos, sus operaciones quirúrgicas, sus consultas, sus trabajos de mantenimiento…
La espectacularidad del macroedificio de los arquitectos Navarro Baldeweg y Fernández Alba está fuera de toda duda, pero no precisamente su funcionalidad, que es más importante para la calidad de vida de los asturianos del siglo XXI. Hay opiniones de todo tipo, pero algunas parecen gozar de un cierto consenso entre los profesionales: el HUCA se construyó sin contar con ellos y supeditando el contenido al continente, muy en la línea de la arquitectura fastuosa que fue el símbolo de los excesos del capitalismo de finales del siglo XX, que precedieron a la gran crisis que aún padecemos.
“Cuando vi los planos me quedé acojonado. Está lleno de pequeños habitáculos y todo con unas dimensiones brutales que lo que consiguen es crear distancias. Es muy poco funcional”. Quien así habla es Carlos Ponte, ex jefe de la UCI del viejo Hospital General; y lo hace con la libertad de un recién jubilado, aunque también es cierto que este veterano activista de izquierdas, ya desde el franquismo, y actual portavoz de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública, nunca se cayó la boca. “Con los planos en la mano hicimos modificados mínimos, que no aceptaron, excepto en casos tan absurdos que no tuvieron más remedio”, añade Ponte.
La necesidad impuso las modificaciones necesarias en la última fase de la construcción del complejo de La Cadellada y las más relevantes fueron precisamente en la UCI, que requirió una especial atención por parte de los albañiles. Contará con 79 boxes que permitirán albergar a más enfermos y mejorar su comodidad. Pero tal y como se construyó ya evidenciaba en un principio los problemas que apunta Ponte, por dos motivos fundamentales que ahora obligaron a derribar tabiques: las puertas eran demasiado estrechas y las paredes impedían una correcta vigilancia de los ingresados. Margarita Rodríguez es enfermera en la UCI y detalla esos errores de la construcción original. Los boxes están cerrados y en esta unidad “la observación es básica”. Es por ello que se ha tenido que acristalar la zona para permitir el contacto visual ya que, aunque los muros y la posibilidad de cerrar la puerta mejoran la intimidad del paciente, dificultan y entorpecen su cuidado. La atención es lo primero.
El principal problema que encuentra Margarita Rodríguez, sin embargo, no se ha solucionado: “No hay luz natural directa y eso es muy negativo”. “Contradice las recomendaciones sanitarias”, añade Francisco Menéndez, presidente de la Junta de Personal del HUCA. La claridad que llega a los boxes o bien es artificial o proviene de claraboyas, lo que tiene un impacto inmediato en la evolución de los ingresados y su estado de ánimo.
Las modificaciones de última hora, tan a la española, no son patrimonio de la UCI. “Se están realizando cambios constantemente”, destaca Francisco Menéndez, quien critica que las visitas que realizan los profesionales al que será su centro de trabajo son “casi de cortesía” y que, por lo tanto, una vez que la plantilla haga el desembarco puede encontrarse más barreras arquitectónicas que dificulten su labor. “Las cocinas, por ejemplo, ni siquiera nos las han enseñado”, lamenta. Por el momento, dice, “se han tenido que derribar muchas puertas porque eran muy estrechas y las camas no pasaban” y se ha constatado que los espacios son “en muchos casos superreducidos”: “Hay habitaciones que son demasiado pequeñas para albergar dos camas y eso generará problemas a la hora de mover a los pacientes”. Reconoce el evidente avance con respecto a las instalaciones de El Cristo, pero recalca que, después del gasto que ha supuesto levantar el complejo de La Cadellada, este tipo de problemas no tendrían que estar solucionándose o lamentándose ahora, a golpe de crítica y reforma, sino que deberían haberse resuelto cuando se realizó el diseño.
Una calurosa pastilla de cristal
Los problemas que apuntan los profesionales también tienen que ver con el tamaño, que para la salud sí importa. La magnitud del edificio y los largos pasillos que lo recorren podrían suponer complicaciones. “Esto también es grande”, comenta Margarita Rodríguez en referencia a las instalaciones actuales, “pero las distancias allí… aquello es mastodóntico”. El nuevo hospital cuenta con cuatro plantas de hospitalización de 300 metros de longitud y en cada una de ellas hay tres puntos de control de enfermería. Esos cien metros de ida y vuelta se antojan demasiado largos en un principio, aunque matiza que “hasta que no empecemos a trabajar allí no podremos comprobarlo” y reconoce que una parte de las quejas se deben a que “nos da miedo lo desconocido”.
Al igual que otras fuentes del personal sanitario consultadas por esta revista, Margarita destaca que hay espacios en los que no se pueden desarrollar con comodidad las labores propias de un hospital. “A las habitaciones dobles les falta medio metro como mínimo y el baño queda muy reducido”. Este problema, sin embargo, no se da en otras estancias, como los cuartos individuales de la planta de ginecología, que “han quedado chapó”.
También hay profesionales que consideran que “la disposición física del edificio no es la adecuada” y cambiarían la forma en que se han distribuido los servicios en su interior si estuviese en su mano. Critican que los quirófanos se han situado en la zona norte “que es mucho más fría” y que la orientación del módulo de hospitalización hacia el sur, que se realizó en busca de un impacto más directo de los rayos del sol, “no va a ser muy funcional en algunas épocas del año”. Sospechan que en verano, debido al acristalamiento exterior del edificio, hará en las habitaciones “un calor tremendo” que podría resultar molesto para trabajadores, pacientes, familiares y amigos.
Ponte es de los que cuenta con esa presión ambiental. Como otros profesionales, denomina a la fachada del HUCA una “pastilla de cristal” y su diagnóstico no es precisamente optimista. “Diseñaron un hospital absurdo. Parece que lo ideal es que los enfermos vean el Naranco desde la cama”.
No todas las previsiones son tan inquietantes y desde la Consejería se trasmite esperanza, justificando las críticas por ese negativismo tan asturiano y tan paralizante. Y también es evidente que el vértigo ante lo desconocido y una plantilla envejecida y muy desmotivada con los recortes sanitarios no contribuyen precisamente a hacer ilusionante un cambio histórico para Asturias.
En la UCI pediátrica hay menos reticencias. Con la mudanza “mejoraremos muchísimo”, dice Corsino Rey Galán, jefe de esta unidad. Recalca que en las nuevas instalaciones “los padres podrán estar mucho más cómodos con sus hijos”, pero reconoce que existen “pequeños detalles a retocar”, como cambios de enchufes, por ejemplo. Descarta, no obstante, que la necesidad de ligeras modificaciones vaya a suponer ningún tipo de problema: “Pasa en todas las obras”.
En la misma línea se muestra Victoriano Cárcaba. “Cuando alguien se muda a una nueva casa también tiene que hacer pequeños arreglos, eso no supone un problema”, expone el jefe del servicio de Medicina Interna.
“Dese por enterado”
La Consejería de Sanidad rehusó precisar a ATLÁNTICA XXII qué obras finales y modificados se estaban realizando en el interior de las instalaciones de La Cadellada y si el coste de éstas lo asumen las empresas que realizaron la construcción o el bolsillo de los asturianos. También si hay empresas que desmontaron instalaciones por impagos, como las lámparas de los quirófanos.
Rechazó asimismo la petición realizada por esta revista para permitir a sus reporteros visitar el nuevo edificio, remitiendo todas las explicaciones a las declaraciones que realizó el titular del departamento, Faustino Blanco, el pasado 12 de diciembre en el parlamento asturiano. En respuesta al diputado de Foro Asturias Albano Longo acerca de las obras de la UCI, el consejero, que presume de gran transparencia, ofreció una respuesta breve: “Cuando hay un edificio nuevo necesita pequeños retoques, imagino que eso es lo que se está haciendo. No le voy a contestar porque quiere llevarme a un terreno embarrado. Ese hospital es magnífico y lo dice todo el mundo salvo usted”. La respuesta no fue suficiente para el parlamentario de la formación que lidera Francisco Álvarez-Cascos: “¿Cuánto cuestan esas obras?”. Blanco, que acudió a la Junta General a presentar el presupuesto para 2014, le dedicó pocas palabras: “Dese por enterado”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 30, ENERO DE 2014

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