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Editorial: El choque de trenes entre la FSA y Podemos

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Editorial: El choque de trenes entre la FSA y Podemos

Podemos gobierna con el PSOE en el Ayuntamiento de Oviedo, pero en Asturias sus relaciones son pésimas. Rubén Rosón (Somos-Podemos) entrega el bastón de mando al alcalde ovetense Wenceslao López (PSOE). Foto / Pablo Lorenzana.

Podemos gobierna con el PSOE en el Ayuntamiento de Oviedo, pero en Asturias sus relaciones son pésimas. Rubén Rosón (Somos-Podemos) entrega el bastón de mando al alcalde ovetense Wenceslao López (PSOE). Foto / Pablo Lorenzana.

Tras las recientes elecciones autonómicas y municipales el cambio que se vislumbraba en la política española se ha confirmado. Se abre paso un nuevo ciclo que se inició con el 15-M, se prolongó con la aparición de Podemos, tuvo un nuevo capítulo con el vertiginoso despegue electoral de Ciudadanos y definitivamente despeja las dudas sobre su continuidad con el éxito de estos dos partidos en los comicios de mayo.

Vivimos ya una segunda Transición que quiere acabar con las limitaciones de la primera. Asistimos al nacimiento en España de una nueva cultura política que pretende fortalecer la democracia y llega acompañada de un cambio generacional. La ciudadanía exige reformas y cuestiona un modelo democrático caduco, donde no goza de cauces de participación ni mecanismos de control de los gobernantes. Buena parte de la opinión pública ya no soporta este sistema democrático “por delegación”, en el que los políticos profesionales deciden por la gente sin atenerse a los intereses generales, sino a los propios, lo que hace crecer la endogamia y el clientelismo donde debería prevalecer la meritocracia y la calidad en la gestión. Y parecen mayoría los ciudadanos que piensan que ahí está la raíz de la crisis económica y la corrupción, dos fenómenos estrechamente ligados.

Los resultados del 24-M no solo cuestionan el modelo democrático, sino también los instrumentos básicos en su funcionamiento, que son los partidos políticos. En las elecciones retrocedieron de nuevo, en una carrera que no parece concluir, los dos grandes y tradicionales partidos, el PP y el PSOE, mientras crecían los emergentes, convertidos en árbitros de la gobernabilidad. Pero sobre todo, y mucho más que estos, plataformas ciudadanas que superan a los desprestigiados partidos políticos, aunque incluyan en sus filas a muchos de ellos. Los éxitos de Manuela Carmena con Ahora Madrid y Ada Colau con Barcelona en Comú lo delatan, pero también parecidos resultados de candidaturas similares en otros lugares.

Algunos partidos ya parecen reflexionar sobre ello, como Podemos e Izquierda Unida, inmersos en un proceso de confluencia con otros como Equo y con diferentes colectivos sociales.

Como en el resto del Estado, en Asturias las elecciones supusieron un giro a la izquierda, con el PP sin lograr despegar, Foro Asturias en caída libre y una tímida aparición de Ciudadanos, con solo tres diputados. El triunfo de la izquierda se debe a la irrupción de Podemos con nueve diputados, porque el PSOE sigue retrocediendo, aunque revalida victoria, e Izquierda Unida ha hecho de Asturias su fortín, al conservar Gaspar Llamazares sus cinco escaños.

Esta nueva situación política en Asturias, como en toda España, pero de forma más marcada, ha supuesto, nada más constituirse las nuevas instituciones, un verdadero choque de trenes entre la vieja política de los partidos tradicionales y Podemos. Se nota especialmente en la Junta General, donde la presencia de los jóvenes diputados de la formación morada ha provocado una cierta conmoción. Influye en ello la estética, con comportamientos y gestos hasta ahora inéditos en las instituciones, pero más aún la ética, desde el momento en que el nuevo partido comenzó planteando rebajas de sueldos y partidas presupuestarias.

Y sobre todo el factor de tensión que ha llegado con Podemos es su planteamiento político, que equipara a PP y PSOE, a los que culpa de mantener una “entente cordial” negativa para la sociedad asturiana, algo que recuerda, desde otra trinchera ideológica, a la denuncia del famoso “pacto del duernu” que esgrimía Francisco Álvarez-Cascos, el gran derrotado en el 24-M.

En contraste con lo ocurrido en otras Autonomías, esta ofensiva política de Podemos, que empezó la legislatura llevando la iniciativa, le enfrenta radicalmente al PSOE, que desde la sesión de apertura de la Junta General se ha acercado a IU y a Ciudadanos, en busca de socios que le den estabilidad a Javier Fernández al frente de un Gobierno muy débil.

El primer encontronazo de este choque de trenes tuvo lugar en Gijón, donde la marca local de Podemos facilitó que la forista Carmen Moriyón revalidara la alcaldía al no apoyar al candidato socialista. En venganza, la Federación Socialista Asturiana (FSA) decidió presentar a su candidato en Oviedo, Wenceslao López, a la Alcaldía, rompiendo el acuerdo con la marca local de Podemos e Izquierda Unida. Una hábil salida de Somos Oviedo, cediendo la Alcaldía a Wenceslao, evitó que siguiera gobernando en la capital el PP tras 24 años. Esa operación, de gran inteligencia política, desconcertó a los socialistas y puede que suponga en Asturias el inicio de una nueva época donde los viejos vicios de la partitocracia no parecen tener sitio.

Lo ocurrido en Oviedo indica la necesidad de renovación de la FSA, un partido fosilizado, ajeno a los cambios sociales y políticos y rehén de la cultura que extendió a toda la organización en Asturias el SOMA-UGT de José Ángel Fernández Villa, que no es precisamente un ejemplo democrático. La FSA es aún una maquinaria de poder bien engrasada, pero cada vez más desconectada de la sociedad, lo que explica la progresiva erosión electoral de los socialistas.

Este choque de trenes entre dos conceptos diametralmente diferentes de la democracia y la vida pública, entre la vieja y la nueva política, y hasta entre la generación de la primera y esta segunda Transición, puede contribuir a que salgamos del tedio de unas instituciones necesitadas de reformas y aires nuevos. Pero también puede ser un peligro para la gobernabilidad, la recuperación del empleo y la economía, y el consenso social que es garantía de progreso y modernidad.

No sobra la audacia, pero a la nueva política, como atisban los más pesimistas, le podría faltar flexibilidad y pragmatismo para, sin renunciar a sus esencias y deseos de cambio, encontrar acuerdos y puntos de encuentro donde prime el interés general. Porque los grandes asuntos que tiene pendientes Asturias –como la caída demográfica, el paro y la emigración joven o el mantenimiento de la industria– no pueden esperar más por soluciones eficaces y mucho menos agravarse por estériles enfrentamientos políticos.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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