
Natalio Grueso en su comparecencia ayer ante la Comisión de Investigación del Centro Niemeyer en la Junta General del Principado. Foto / Iván Martínez.
Luis Feás Costilla / Periodista. La Comisión de Investigación sobre el Centro Niemeyer que se celebra estos días en la Junta General del Principado no está incidiendo lo suficiente en lo fundamental: que Natalio Grueso y sus ayudantes no son gestores culturales sino profesionales de las relaciones públicas y especialistas en gestión de marca corporativa. Todo era marketing, puro humo, un gran contenedor vacío destinado a la promoción turística y a la mayor gloria de los dirigentes políticos que impulsaron la operación, sin que importaran los contenidos.
Por ahora solo se ha hecho mención al asunto en la comparecencia del anterior consejero de Cultura del Principado, el forista Emilo Marcos Vallaure, principal responsable de la voladura del proyecto. En el Centro Niemeyer primaba lo que se podría denominar el famoseo, porque bastaba con que uno fuera famoso para que pudiera desplegar allí sus aficiones: el cantautor se exhibía como pintor, el cineasta como clarinetista o comisario de exposiciones, la estrella de Hollywood como fotógrafa o como arquitecto (porque a Brad Pitt, que vino acompañado por su equipo de profesionales de la arquitectura, se le tentó con la posibilidad de hacer algo en la Isla de la Innovación al lado de la obra de su admirado Oscar Niemeyer, estoy convencido de ello).
El mayor reproche que se le podría hacer al primer Centro Niemeyer es la insistencia en coger el rábano por las hojas y llevar a Avilés a los famosos no por aquello por lo que lo son sino por sus extensiones artísticas, en las que raramente sobrepasan el nivel de aficionados. Se hacía quizá para halagar su vanidad y conseguir de ellos algo de mayor sustancia posteriormente, pero la sensación que producía era un tanto frívola y superficial, porque parecía que daban lo mismo Kapuscinski o Norman Mailer que Paulo Coelho.
En lo único en lo que verdaderamente se alcanzó la excelencia fue en las artes escénicas, aunque significativamente lo principal de la programación no se desarrolló en el Centro Niemeyer sino en el mucho más serio Teatro Palacio Valdés de Avilés, que desde hace muchos años es uno de los mejores de España. La colaboración con el Old Vic de Kevin Spacey no hubiera sido posible sin la experiencia de los técnicos y profesionales de este más humilde teatro avilesino, a cuyo frente estaba Antonio Ripoll, que ahora lleva la nueva programación escénica del Centro Niemeyer.
Ambición de poder
Probablemente ignoraban los anteriores programadores del Centro Niemeyer, meses antes de que se desatara el enfrentamiento en el centro avilesino, la pertinencia de representar en Avilés el Ricardo III de William Shakespeare, que trata precisamente de los extremos de hipocresía, crueldad y sinrazón a los que puede llevar la ambición de poder, encarnada en el citado rey de Inglaterra, un ser deforme por fuera pero sobre todo por dentro, capaz de matar a su hermano, a sus sobrinos o a sus más cercanos colaboradores con tal de hacerse con la corona o mantener el reino en sus manos.
Tenía seguramente razón Natalio Grueso en su comparecencia de ayer al afirmar que sus señorías “no saben diferenciar al rey Lear del rey León”, pero lo triste es que lo hizo en una declaración desencajada en la que se comparó con Fidias y con Quevedo ante la Inquisición e introdujo perlas como que fue el creador del “mejor centro cultural del mundo”, que él lo sabe “todo” sobre gestión cultural y el resto “nada”, que en la actualidad es el responsable “de toda la cultura de Madrid” o que Hugo Fontela es “el pintor que más vende en Nueva York”.
Grueso afirmó que el Niemeyer nació “con un pecado capital, que es que no se sometió a ningún poder fáctico de esta región”, a pesar de que desde un principio el centro se planteó, y él bien lo sabe, como mausoleo del anterior presidente del Principado, el socialista Vicente Álvarez Areces, con el que tenía trato directo y que fue su principal valedor. No repararon en gastos, sin ningún tipo de control político o económico, ante el desinterés absoluto del Patronato. El nuevo Gobierno de Foro Asturias arremetió contra eso pero lo hizo con la arrogancia de los novatos, convocando una reunión a la que no tenían derecho, como reconoció Marcos Vallaure ante la Comisión de Investigación. Se desató así una guerra política cuyos efectos siguen causando estragos todavía.
El resultado: un juguete roto, en palabras del anterior subdirector del Centro Niemeyer, Joan Picanyol, que acabaron echándose en cara unos a otros. A ver ahora cómo lo recomponemos entre todos para convertirlo en un verdadero centro cultural internacional que no ignore (y desprecie) lo local.
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