
La repetición de las elecciones generales ha puesto en marcha ya la maquinaria electoral de los partidos. Foto / Pablo Lorenzana.
Luis García Oliveira.
La expresión puede resultar algo frívola, incluso deshumanizada, pero está reiteradamente demostrado que es desde una perspectiva puramente mercantil cómo al menos los partidos tradicionales ven a la población potencialmente votante antes de cada cita electoral.
Y son siempre los más incuestionables beneficiarios de los procesos electorales –los mejor situados en las respectivas candidaturas– los primeros que se lanzan al ruedo escénico para vender su “mercancía”.
La derecha política, tanto la confesa como la que trata de camuflar su verdadera identidad, va a tener en ese ya próximo periodo un duro ejercicio de persuasión ante unas mayoritarias capas sociales que, en realidad, nada tienen que agradecerles.
Explicar la complejidad del mecanismo mediante el que esa derecha –clasista y excluyente– logra atraer el incomprensible voto de gentes de “a pie”, quizás sea tarea más propia de expertos en cuestiones paranormales que de quien trate de establecer vínculos de consecuencia.
Y es un extraño mérito, pero mérito en todo caso, que, hallándose en el epicentro de barrizal de corrupción en que se encuentra empantanado el Partido Popular, las encuestas de intención de voto vuelvan a señalarle como partido ganador el próximo 26 de junio.
A falta de toda virtud real que exhibir en la próxima campaña, al PP solo le quedan tres “herramientas” para trabajar el terreno electoral, aunque a la vista de sus potenciales frutos haya que reconocerles una extrema maestría en su manejo: el más descarado cinismo argumental, una hipocresía sin límites y el discurso del miedo; ese al que, en mayor o menor medida, casi todos somos irracionalmente sensibles y con el que tan bien les va a sus promotores.
De otra parte, la anémica y desnortada socialdemocracia de este país, presa ya de los nervios por los resultados que se les presagian, parece no saber qué palo tocar para evitar lo que sería un muy justificado descalabro electoral. Ver y oír a Pedro Sánchez repetir como un papagayo el viejo eslogan suarista del “puedo prometer y prometo” fue algo realmente patético.
Si a ello se suma el burdo lenguaje criminalizador y la saña descalificadora que el cuestionado líder socialista –y sus palmeros adjuntos– recurrentemente le dispensan a cuanto se mueva a su izquierda, además de la pública “bajada de pantalones” que protagonizó firmando basculados acuerdos con la nueva derecha emergente, el panorama poselectoral tiene que resultarle algo más que preocupante.
Respecto de quienes dicen haber tomado en herencia ideológica el espíritu del 15-M, vertebrándose políticamente a través de Podemos, esperemos que –además de hacia afuera– sepan revertir también hacia adentro ese espíritu inspirador, democratizando definitivamente los accesos a la representación del variado espectro social en que se sustentan los apoyos de la formación.
El actual “sistema de listas” es escasamente respetuoso con ese espíritu, por lo que si quienes ahora ostentan las principales titularidades en Podemos aspiran a que dicha formación tenga una sólida credibilidad, un apoyo social sostenido y un horizonte político de largo recorrido, deberían de sentirse obligados a corregir –sin injustificadas demoras– ese trascendente déficit democrático; tal vez, hoy día, el talón de Aquiles de la formación morada y su más vulnerable flanco crítico.
La izquierda social de este país, vivero y sustento de la verdadera –y escasa– izquierda política, ya no está dispuesta a entregar cheques en blanco absolutamente a nadie, y menos aún quienes pertenecen al ámbito de las nuevas generaciones.
Otro fraude político como el que el PSOE le brindó a su electorado –y a todo el país– a partir del momento en que accedió al poder, en 1982, es algo que de ningún modo se puede repetir ni consentir; sencillamente porque hay una mayoría social que se juega demasiado en este envite y que no se puede volver a permitir otro descarrilamiento político de tan brutales consecuencias sociales como las que devinieron de aquel monumental embauque.
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