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El PP y la picaresca española

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El PP y la picaresca española

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Xuan Cándano. / Director de ATLÁNTICA XXII.

Los periodistas valemos más por lo que callamos que por lo que publicamos. Por eso no desvelaré jamás el nombre de un político al que no hace mucho los dueños de un establecimiento público sorprendieron robando. Como ya tenían sospechas previas, un día extremaron la vigilancia y la cámara que todo lo ve se las confirmó. En la grabación aparecía el político con las manos en la masa. Lo más cutre es que los productos que robaba costaban un euro. Abochornados, los dueños nunca le dijeron nada.

Lo malo de los tópicos es que suelen ser ciertos y lo peor de las generalizaciones es que suelen ser falsas. Dice el tópico que todos los políticos son iguales, pero se considera injusto generalizar con el argumento de que la mayoría de los profesionales de la cosa pública son honrados, aunque el prestigio del gremio esté por los suelos por los excesos de algunos chorizos.

Bonita forma de engañarnos, a pesar de las intuiciones o las evidencias que nos ofrece una desapasionada visión de la realidad.

No seamos ingenuos: a la política se viene a pillar (dinero sobre todo), a vivir bien sin tener que someterse al duro mundo laboral del común de los mortales o a disfrutar del sensual ejercicio del poder (“presta más mandar que joder”, resumió un alcalde con grosera lucidez).

Claro que hay excepciones y gente que llega a la política para servir y no ser servido. Hasta la nueva política trae a España partidos que aún están vírgenes de esos pecados. Pero, sinceramente, ¿cuántos políticos conoce usted que hayan llegado a las instituciones por vocación de servicio público, por idealismo, esa pasión sin la que acceder a un cargo resulta sospechoso?

Y si obrara el milagro y empezaran a inundar las organizaciones políticas ciudadanos generosos y altruistas dispuestos a sacrificarse por el progreso social, ya se encargarían los partidos de impedir que prosperasen sus iniciativas. Así fue siempre, porque toda organización está expuesta a las contradicciones de la condición humana, pero en los partidos políticos estos vicios son casi naturales, porque su fin primordial es la obtención del poder.

Sigue totalmente en vigor la descripción del fenómeno que hizo en 1911 el sociólogo alemán Robert Michels, militante del Partido Socialdemócrata, en su libro Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Más de un siglo después, en la democracia moderna del siglo XXI, nada ha cambiado y, como dice el historiador Luis Aurelio González Prieto, “soñar con que la clase dominadora de los partidos políticos que controlan el poder abandone su comportamiento oligárquico es lo mismo que esperar que el agua sometida a calor no se evapore” (ATLÁNTICA XXII número 9).

Otra importante aportación empírica al papel y al comportamiento de partidos y políticos es La neurosis del poder (1992) de Piero Rocchini, un ensayo basado en su propia experiencia profesional. Rocchini fue durante nueve años psicólogo del Parlamento italiano y su libro se alimenta de las consultas de sus pacientes. Sus conclusiones son demoledoras. La inmensa mayoría llega a la política por dinero, vanidad o ambas cosas. Y casi todos acaban padeciendo lo que Rocchini llama “neurosis narcisista”, la incapacidad de ver la realidad sin el filtro de sus intereses o ambiciones personales.

Las tendencias oligárquicas de los partidos y la neurosis narcisista de los políticos han ido en aumento hasta convertirse en una amenaza para la democracia, una paradoja si tenemos en cuenta que los representantes públicos y sus organizaciones son (o eran) la esencia del sistema democrático.

Los partidos se han convertido en monstruosas maquinarias de poder, empresas de influencias donde se milita para favorecer la ascensión social o simplemente para obtener un empleo seguro y bien remunerado, ya sea mediante un cargo público o a través de la tupida red clientelar de la que no escapa organización alguna cuando alcanza el Gobierno.

Como esto lo sabe todo el mundo, los que se benefician de ello, los que lo consienten y la sufrida ciudadanía que lo padece, causa estupor la aparente sorpresa y el victimismo de Rajoy y los dirigentes del PP ante la oleada de casos de corrupción en su partido.

Para el pícaro, esa figura tan apreciada en España, incluso en la literatura, los partidos políticos son un chollo y de ellos están todos invadidos en matemática relación con el poder que ocupan. Al oportunista y al vividor le interesa sobre todo el partido de gobierno, que tiene mucho y más que repartir, porque si no fuera así parecería tonto en vez de pícaro.

Y súmese al inmenso poder que acumuló el PP en los últimos años (mayoría absoluta, corrupción absoluta) ese pragmatismo y esa laxitud moral de la derecha, tan condescendiente con el autoritarismo y la acumulación de riqueza en unas pocas manos, para entender por qué el PP se ha convertido en una escuela de formación de delincuentes y en el primer partido imputado judicialmente en la historia de España.

Me temo que no será el único. La gente solo aspira a que pase el siguiente.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 43, MARZO DE 2016

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