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El trabajo es el padre y la tierra la madre

El contraste de la modernidad. Foto de Iván Martínez.
Por Eduardo Menéndez. Geólogo. Ecoloxistes N´Acción. La actual crisis ecológica-oculta por la económica pero íntimamente relacionada con ella, y ambas retroalimentándose mutuamente-presenta dos caras. La primera contempla los recursos cada día más escasos, a pesar de que solamente una pequeña parte de la humanidad ha podido beneficiarse de ellos. La otra es la de los residuos, que además de contaminar las aguas y el aire está generando los mayores y más graves problemas a los que ha de enfrentarse la humanidad, como son la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la amenaza nuclear. Todo ello nos obliga a desmontar algunas ideas, como son la idea de progreso y desarrollo, que nos han acompañado, al menos, durante los dos últimos siglos.
La idea de progreso, que hunde sus raíces en la Ilustración, también está en crisis. Definida por Nicolás de Condorcet ha llegado hasta nosotr@s apenas sin variación y es concebida como un proceso lineal, acumulativo e irreversible al que cualquier país o sociedad ha de aspirar para lograr mayor bienestar material y moral. Está vinculada al nacimiento de la ciencia moderna que reemplazando a la religión de la anterior etapa medieval tiene en la academia el sustituto del templo. La idea recurre a una fe ciega en los nuevos principios racionales para conjurar y así resolver tanto las nuevas dificultades surgidas en torno al medioambiente, como las viejas no resueltas de la desigual distribución de la riqueza social o la desigualdad de sexo.
Progreso y desarrollo
Otra idea, íntimamente relacionada con la de progreso, es la de desarrollo, que como dice José Manuel Naredo es un término biológico que se transfiere a la esfera social a finales del XIX, aunque será durante el siguiente siglo cuando esa metáfora adquirirá todo su vigor. Se concibe también cómo un proceso lineal y positivo acorde con la idea de progreso. Ambas han formado desde las últimas décadas del siglo XX un todo indiscutible unido íntimamente al concepto de competitividad, que adquirió en la ciencia económica la categoría de dogma según el cual todos los países y por tanto sus políticas económicas han de ir encaminadas a conseguir altos niveles de competitividad para desarrollarse y así conseguir el anhelado progreso. Se persigue recorrer la senda que hay desde el subdesarrollo hacia el desarrollo como si “todos los países del mundo pudieran mejorar a la vez su relación de intercambio o pudieran atraer a la mayor parte de los turistas, o que todos se conviertan a la vez en atractores del ahorro mundial, o en emisores de dinero financiero que les permita erigirse en compradores netos del resto del mundo”.
A principios del siglo XX Patrick Geddes, considerado uno de los padres del urbanismo moderno, reflexionó en Ciudades en evolución sobre las graves y negativas consecuencias que la etapa industrial había supuesto para el territorio, y propugnó el necesario tránsito de una economía dominada por el uso del carbón (que producía la gran polución del aire y del agua y que provocaba las emisiones de humos y productos nocivos de las grandes industrias) y a la que llamó “era paleotécnica”, por otra limpia que utilizaría cómo energía la electricidad y que denominó “era neotécnica”. Más tarde Lewis Mumford desarrollo estas ideas.
Los primeros síntomas de la crisis ecológica, que se remontan al último cuarto del siglo XX obligan a elaborar un nuevo discurso que dé solución a esas contradicciones, enfrentar el antropocentrismo vigente, producto trasmutado del providencialismo medieval, que aliado a la ciencia y a la técnica somete a la naturaleza al servicio de la especie humana para su desarrollo y progreso. Por eso el desarrollo científico-técnico es reclamado por todos lo gobiernos, independientemente de su color, como medio para superar la crisis, sin advertir que ahora muchos países “desarrollados” como España están iniciando el camino inverso hacia el subdesarrollo.

Los espacios naturales no solo están degradados por la industria. Foto de Iván Martínez.
Esa visión de duro antropocentrismo, o más bien androcentrismo, ha de ser sustituida por un antropocentrismo “biocéntrico” que nos obligue a mirarnos como una especie más en la naturaleza, porque dependemos de la buena salud de los ecosistemas naturales y compartimos los recursos con otras especies, por lo que nuestro sistema económico ha de ser un subsistema de la biosfera subordinado a ella. Todas las nuevas actividades han de ser analizadas a la luz de estas ideas y cualquier proceso productivo que satisfaga necesidades sociales debería intentar imitar los procesos naturales (mímesis) tratando de que los residuos de un proceso sean utilizados como materia prima por otro y de modificar el análisis económico que se hace de los productos de modo que incluya todos los elementos que forman parte de su producción desde la “cuna” a la “sepultura”, es decir, desde las materias primas iniciales hasta los residuos generados al final del proceso.
Ciencia con la gente
Hay que repensar viejas ideas económicas, como las de Quesnay o W. Petty, que veían la riqueza como producto del trabajo y la tierra (el trabajo es el padre y la tierra la madre), contraponiéndolas a la tan extendida y admitida por la academia hoy día de que es el capital el que genera la riqueza y por lo tanto la atracción de inversiones (mercados) ha de constituir el objetivo prioritario. Si se hiciera un análisis económico materialista y se consideraran, además de los flujos monetarios (la vara de medir la riqueza), los flujos de materia y energía, entonces la viabilidad y la eficiencia de una determinada actividad productiva sería muy diferente. Seguramente, en la mayoría de los casos, la producción cercana sería la recomendable, sobre todo porque la energía de origen fósil que se utiliza para trasladar a grandes distancias los productos y mercancía desde cualquier lugar del planeta, es y será cada vez más escasa y sus residuos generan contaminación además de gases de efecto invernadero. Es necesario priorizar el cambio hacia un modelo energético basado en las energías renovables, lo que implica a su vez buscar la eficiencia en el uso además de la reducción del consumo, junto con la reconversión del actual metabolismo económico, lo que no está exento de dificultades ya que numerosos sectores de trabajadores y empresas se verían afectados por ello. La reconversión se hace ineludible para la sociedad pero no pueden ser los trabajadores quienes paguen los costes como ha venido ocurriendo hasta ahora en las que se hicieron, siempre por interés del capital. Si la reconversión es de interés público ha de ser la sociedad en su conjunto quien asuma sus costes.
Por ser el empleo la mayor preocupación que hoy tiene la clase trabajadora, el capital y sus representantes políticos chantajean constantemente con la necesaria implantación de actividades que solamente a ellos benefician y las defienden con informes técnicos supuestamente neutrales. Hemos asistido en los últimos años a la concentración de recursos y trabajo en la elaboración de bienes que más tarde no han tenido uso pero que han proporcionado grandes beneficios, tanto a las empresas que los elaboraron como a los políticos que los facilitaron. Todo se realizaba con el asesoramiento de expertos y técnicos que ejercían de sumos sacerdotes del conocimiento científico, actuando con arrogancia y desprecio hacia las posturas críticas del ecologismo. Aquellos conocimientos científicos que provienen de la ciencia básica y que tienen un alto grado de certidumbre se discuten en la comunidad de expertos, pero los conocimientos en que se superponen varias disciplinas científicas, como sucede con la mayoría de los problemas medioambientales (geología, toxicología, biología, química, etc.), el grado de incertidumbre aumenta y las decisiones han de ser tomadas por la sociedad informada en su conjunto. Estaríamos ante lo que algunos autores califican como ciencia posnormal y podríamos hablar de lo que Silvio O. Funtowicz llama “ciencia con la gente”. “La idea de ciencia posnormal implica una comunidad extendida de pares, es decir, una discusión en un plano de igualdad de los problemas tecnológicos o ecológicos que abarca a personas que no son expertos científicos”. De esto se trata cuando hablamos de actividades como el fracking, la explotación de una mina, la construcción de un AVE, la captación de dióxido de carbono de las centrales térmicas, o de un superpuerto. No son actividades que se puedan calificar de neutrales, puesto que pueden tener importantes repercusiones negativas en la vida de las personas y están asentados en un modelo productivo que ha caducado. Aunque los ciudadanos críticos que ejercen la democracia sigan soportando demagógicas acusaciones de oponerse al desarrollo y el progreso.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 27, JULIO DE 2013.

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