Santiago Alba Rico / El “barómetro” del CIS del pasado mes de agosto hay que tomarlo con enormes reservas. Parece construido con el propósito de combatir una percepción cada vez más asentada en la ciudadanía: la de que el bipartidismo está acabado. Aún más: se diría que está expresamente “amañado” para sostener el bipartidismo, induciendo la ilusión de que no se puede escapar a él. Aunque convierte a Podemos en la tercera fuerza política del arco político español, su ascenso no pondría en peligro la hegemonía del PP y el PSOE, partidos que seguirían muy por encima de los demás. Las encuestas, lo sabemos, son performativas y ésta está claramente orientada a imponer el bipartidimo como un hecho irremediable; es un llamamiento a la resignación, a la abstención o al voto útil de todos aquéllos que votarían para cambiar las cosas, arrastrados por el entusiasmo de una eventual victoria electoral.
Pero más allá de las lecturas manipuladas de los datos, la encuesta del CIS deja algunas evidencias mayores sobre el perfil de los votantes: Podemos sería la primera fuerza política en la franja comprendida entre los 18 y los 54 años mientras que, a partir de los 64, PP y PSOE recibirían la abrumadora mayoría de los apoyos. De la misma manera, a mayor formación intelectual y profesional más aumenta la simpatía por Podemos y, a la inversa, a menor formación más se inclina el voto en favor de uno de los dos grandes partidos. En resumen: el voto de Podemos es joven y culto; el del PP y PSOE viejo y menos consciente. Si atendemos a este último hecho, es fácil comprender la inconsistencia de las acusaciones de “populismo” dirigidas a la formación encabezada por Pablo Iglesias. El electoralismo, que es la forma mercantil del populismo, ha sido y sigue siendo, al contrario, la rutina de esos dos grandes partidos que han aprovechado la vulnerabilidad de sus “caladeros” electorales (elocuente término) para anunciar e incumplir grandes medidas irrealizables, jugando sin parar con el paro, las pensiones, los impuestos y el terrorismo, y compensando sus mentiras, una vez en el Gobierno, con Bodas Reales y promesas de Olimpiadas. Todos los votos valen por igual y la gente de más edad y menor formación tiene los mismos derechos que los demás, pero conviene retener estos datos a la hora de juzgar el contenido político y retórico del “electoralismo” del PP y del PSOE, que recuerda mucho al acoso comercial telefónico de que son objeto los sectores más vulnerables (ancianos o enfermos) por parte de las grandes compañías de telecomunicación.
Del hecho de que hasta los 54 años Podemos aparezca como la fuerza más votada y a partir de los 64 se impongan de manera aplastante los dos partidos hegemónicos se puede concluir, con arreglo al tópico, que la juventud es revolucionaria y la vejez conservadora. No es el caso. En primer lugar porque Podemos no es un partido revolucionario sino conservador: pretende conservar la democracia, el Estado de Derecho, la sanidad, la educación, la soberanía popular. Pero es que, además, la mayor parte de los votantes del PSOE se sienten, frente a los del PP, progresistas y hasta socialistas. Es decir, lo que tienen en común los votantes del PP y los del PSOE no es la visión del mundo sino la edad. ¿Y qué es esa edad? ¿Un dato biológico? No, un recorrido histórico. Lo que comparten los mayores de 64 años, nacidos a partir de 1950, es la experiencia del franquismo, a favor o en contra, y la resignación o entusiasmo frente al Régimen del 78 y la “transición democrática”. Su visión del mundo y su voto están determinados por una constelación de temores y dependencias (temor, sobre todo, a un pasado poblado de amenazas reales o ficticias y pequeñas dependencias de orden económico y casi clientelar) que los vuelven inercialmente refractarios, con independencia de lo que piensen, a cualquier cambio real.
Lo malo es que, al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en el mundo árabe, la población española es vieja y son los más mayores los que deciden finalmente el resultado electoral. Mientras no se modifique el sentido del voto de los mayores de 64 años ninguna alternativa transformadora (realmente conservadora) podrá imponerse. Por eso, hace unos días, en la asamblea de un círculo de Podemos que debatía la encuesta del CIS, se tomaba conciencia de esta paradoja y se proponía una solución. Si los más jóvenes y más formados están a favor del cambio, pero son los más viejos y menos formados los que ganan las elecciones, es necesario que los primeros eduquen y persuadan a los segundos. Los más viejos y menos formados, como sabemos, se informan a través de la televisión, que está en manos del bipartidismo aún dominante. Mientras esos jóvenes formados no tengan acceso a los medios de comunicación, solo podrán interpelar a los más viejos y menos formados en el ámbito familiar. Por suerte la familia aún existe y ocurre a menudo, en el marco de la crisis, que hasta tres generaciones comparten el espacio doméstico. Son los nietos, en definitiva, los que tienen que hacer la campaña electoral contra el bipartidismo en la sala de estar. “Habla con tus abuelos” es una fórmula que sintetiza muy bien el tipo de esfuerzo que se requiere y que se inscribe además en la recuperación del tejido social y familiar devastado por el capitalismo. La relación abuelo-nieto (los hijos más bien perturban) es la garantía, al mismo tiempo, de la dignificación de los mayores, que están cada vez más solos, y del fin del Régimen del 78.
PP y PSOE no deben olvidar, en todo caso, que sus privilegios de “casta” no tienen más legitimidad que los votos válidos, honrados y equivocados de ciudadanos viejos y poco formados que no vivirán mucho tiempo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 34, SEPTIEMBRE DE 2014
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