
Alexander Gauland y Leif-Erik Holm, miembros de Alternativa para Alemania (AfD), partido de la extrema derecha xenófoba, celebran haber superado a la CDU de Angela Merkel en su propio distrito electoral el pasado domingo. Foto / AP.
Carlos Barral Álvarez / Poeta y ciudadano europeo.
No calibro a diagnosticar si Europa está sangrando más de lo real o si, por el contrario, su hemorragia es mayor de lo que aparenta. Ninguna cuestión es fácil de colegir especialmente para un lego en los fondos abisales de la política internacional, para un analista mediocre de las medias verdades, para un miope incapaz de desenredar la madeja que los poderes fácticos entretejen por conveniencia, por convicción o por mandato. La maraña es tremendamente compleja.
En este preciso tiempo Europa tiene infinidad de retos por delante aunque la velocidad de los acontecimientos y la marabunta tecnológica (alienista y totalizadora) operan como factores trascendentales del momento histórico los cuales nos empujan a todos hacia un abismo, con excepción de al presidente del Gobierno de España que, a base de construir un personaje imbatible, nos ha confundido a todos. Sube cuando vemos que baja, miente cuando dice que calla y nos ridiculiza a empellones catódicos cuando se decide a hablar. Acabará por seguir gobernando la perfecta destrucción del sistema (de pensiones, de la educación, de los derechos de los trabajadores) desde la inacción impecablemente diseñada.
La Comunidad Europea está en una encrucijada compleja cuando mira hacia su propia composición tanto como cuando escruta lo exterior: un mundo que se contrapone allá, extraño y distante.
Europa en la encrucijada para sobreponerse a las crisis económicas, para enfrentarse a las crisis migratorias, para resolver sus crisis de identidad, para valorar su peso y su fuerza en el contexto global, para convivir con la crisis del existir, para acometer medidas contra el calentamiento global, para frenar el auge del fascismo que muestra sus fauces en las zonas más degradadas como chavs tirando de su perros pitbull.
Transitamos de mala manera, lentos, crueles y desmembrados, ante prácticamente todos los problemas pero me permito preguntar, ¿hay alguien que lo esté haciendo mejor, que esté haciendo más, o quizá en otra dinámica que debiéramos emular? Que levante la mano que no le veo.
Resulta que vengo a hablar de Europa y preferiría entonar una oda en vez de un réquiem. Porque, ¿acaso puede uno sentir optimismo en este barrizal, en este deshielo, en este mar de cadáveres flotando?
¿Puede uno desear el Premio Asturias de Cooperación para todos los que están sobre el terreno (de carne o de agua) salvando, sosteniendo la dignidad de la especie humana en este mar Mediterráneo, cuna ancestral de la rapiña y de la guerra?
Quiero pedir para toda esa subespecie que nos aligera a los demás al tiempo que nos señala por egoístas y por mezquinos, por escoria, porque son ellos los que nos miran desde el interior de nuestro espejo portando una determinante superioridad ética.
¿Sería entonces deseable un rearme espiritual europeo -una iluminación fresca del paisanaje, un canto humilde a la urbanidad, un clamor sobrio de los territorios- en vez de uno literal? Me figuro que sí. Resulta que algunos, más que espiritualidad, lo que esgrimen es una religión totalitaria cargada de explosivos al tiempo que, otros, apostados en su atalaya de hechuras semejantes, combaten al laicismo porque entienden que su vocación es destructora cuando la realidad es que cuestiona a sus privilegios históricos, plagados de desmesura e injusticia proverbial. Es un disparate que puede resultar evocador para algunos pero que redunda de falsedad y rebuzna de mala baba. Y habría que morder en cuando que se le oyera.
¿Por qué razón no somos capaces de seducir a otros territorios -¿habríamos quizá de seducirnos primero hacia adentro?- con los emblemas de nuestro ADN actual (sanidad gratuita y universal para casi todos, educación prácticamente gratuita y general para todos, red de servicios culturales y sociales para todos)?
¿Acaso no continuamos siendo la Europa de la razón, de los derechos, de los servicios públicos, de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad? En parte sí, pero también lo somos de las troikas, de la banca reflotada con nuestro sudor, de las transacciones frescas y de los paraísos fiscales, de las fábricas de armas, de las geopolíticas más ruines.
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