MAXI RODRÍGUEZ / TEATRO PRECARIO
(A juguetea con su teléfono móvil y mira asombrado al tipo que tiene en el asiento de enfrente)
A.-Acojonante.
B.-¿Perdón?
A.-Lleva usted tres cuartos de hora sin levantar la vista del libro.
B.-¿Cómo dice?
A.-Genial, ¡me encanta!
(B sonríe forzadamente y mira a A con cierta desconfianza. Tras una leve pausa, sigue leyendo)
A.-Leer es el único acto soberano que nos queda.
B.-¿Qué?
A.-Muñoz Molina. (Pausa) La frase, que es de Antonio Muñoz Molina. Una cita, ya sabe. Yo… (Sonríe al mirar su celular) Perdón.
(B continúa inmerso en su lectura, A saca un montón de papeles de su mochila y se pone a curiosear. Su móvil no deja de pitar. Tras una larga pausa, A vuelve a revisar su móvil y rompe a llorar)
B.-¿Se encuentra bien?
A.-Antes leía en los buses, en los trenes… Ahora, cierro mi libro y vigilo las redes.
B.-¿Cómo dice?
A.-(Gimotea) Soy incapaz de leer más de diez minutos seguidos sin mirar las redes sociales… ¡Diez minutos, eh! ¡Diez! (Exaltado) ¡Diez putos minutos, joder!
B.-Cálmese, cálmese.
A.-¿Cómo me voy a calmar, coño? ¿Cómo me voy a calmar? Yo antes era como usted, un tipo normal. Y ahora ni siquiera sé leer, joder.
B.-(Le tiende un kleenex) No diga eso, hombre. Además, tampoco tiene tanta importancia.
A.-Ah, ¿no? (Moqueando) ¡Que soy profesor de literatura, coño! ¡Profesor!
(Pausa. A dobla y desdobla compulsivamente su kleenex, B le mira con estupor)
A.-Enseñar a leer con asiduidad y a escribir correctamente deberían ser los objetivos ineludibles de nuestro sistema educativo. ¿No cree?
B.-(Flipando) Sí, bueno, no sé… Si usted lo dice…
A.-Una sociedad que lee poco y escribe mal está abocada al fracaso más absoluto. ¡Se lo digo yo!
B.-¿Y?
A.-Pues que esta mierda (blandiendo su móvil) está modificando nuestra estructura cerebral, ¿comprende? Algo está pasando dentro de nuestra cabeza, algo tenemos aquí, aquí dentro… (Golpeándose compulsivamente en la frente) ¡Aquí! ¡Aquí!
B.-Oiga, se va usted a hacer daño.
A.-(Deja de darse manotazos y mira fijamente a su interlocutor) Cada vez leo menos. Y… (De nuevo, rompe a llorar) cada vez leo peor.
B.-Cálmese, hombre, haga el favor.
A.-¿Cómo me voy a calmar? ¡Que soy profesor de literatura, coño! ¡Profesor!
(B le da otro kleenex a A, quien, mecido por el traqueteo del tren, vuelve a moquear)
B.-¿Quiere tomar algo? El coche-cafetería está aquí al lado.
A.-Mire. (Vacía su mochila sobre el asiento) Aquí llevo un montón de exámenes para corregir, una novela, dos periódicos… Fíjese, hace años me leía un libro y hasta cuatro diarios en los viajes largos…
B.-Ya.
A.-Ahora no puedo concentrarme más de diez minutos. ¡Diez! Sin wifi soy hombre muerto, he caído en las redes de la lectura superficial y la escritura más vacua que existe. ¿Y sabe qué? (Acercándose intrigante) Creo que he perdido la capacidad de análisis. (Pausa) Y eso es jodido, eh. (Estalla en una risotada) Determinante, en los momentos que corren.
B.-(Contrariado) ¿Qué le hace gracia?
A.-Me paso el día requisando móviles en clase y diciendo a mis alumnos que un estudiante que lee mal es un estudiante que piensa peor.
B.-Ya.
A.-Y ahora, se lo juro, siento que me cuesta horrores descubrir las claves de cualquier texto y, joder, esto hace más débiles mis razonamientos.
B.-Vaya. (Pausa) Pues no sé qué decirle.
(Larga pausa. B usa uno de sus kleenex para limpiarse el sudor)
A.-Hace calor, ¿eh? (Señala su móvil) Diecinueve grados, pone.
B.-Quizá el exceso de información nos confunde.
A.-Peor. Banaliza la realidad y nos hace inmunes. Mire, fíjese. (Pasa un dedo por la pantalla de su móvil) ¿Ve? ¿Se da cuenta de lo rápido que va todo? La noticia más importante se resuelve en unas horas de tuits. Y luego se olvida al instante. ¿Ve? No tardará en desaparecer de la pantalla. Como un fantasma. Como si jamás hubiera pasado.
B.-(Displicente) Yo también tengo móvil, eh. Pero no estoy tan enganchado.
A.-No sabe cómo le envidio. (Suspira resignado) Tenemos tantísima información que leemos en diagonal, cogemos apenas la idea pero no nos enteramos de nada. No entendemos lo que leemos.
B.-Pero, vamos a ver. (Enérgico, por primera vez) Si tan consciente es usted de que tiene un problema, por qué no trata de poner remedio. Igual se trata de una adicción o…
A.-Ah. (Picado) ¿Qué piensa, que esto solo me pasa a mí?
B.-Bueno…
A.-(Apocalíptico) Nos estamos yendo a la mierda y nadie parece darse cuenta.
B.-¿Perdón?
A.-El problema no es que la gente lea y escriba cada vez más gilipolleces, sino que hayamos perdido a los clásicos y todo lo que eso supone: el análisis, la reflexión, la capacidad crítica y… (Su móvil vuelve a pitar) ¡Toma, toma, tomaaaaa! ¡Treinta y tres likes en Instagram! (Enarbolándolo) Mire, mire qué foto, qué fotaza, ¿no es de flipar?
(B rehúye el aparato visiblemente enfadado y se pone de pie con ímpetu)
A.-¿Se apea usted aquí?
B.-No. Me voy al coche-cafetería. El que necesita un trago soy yo.
A.-¿Nos hacemos un selfie?
B.-¿Perdón?
A.-Nada, nada. Que vaya usted, vaya. Ahora, voy yo.
(B sale del vagón con cara de pocos amigos mientras A murmura enredando con su móvil)
A.-Sí, sí, tú hazte el duro, cabrón, que ahora te pido amistad en el Facebook, ¡Ja!, vas a saber quién soy yo…
TELÓN
www.maxirodriguez.es
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 44, MAYO DE 2016
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