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Atlántica XXII

Falo Marcos: “Muchos de los problemas del mundo se resolverían si no hubiera ejércitos”

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Falo Marcos: “Muchos de los problemas del mundo se resolverían si no hubiera ejércitos”

Falo Marcos. Foto / Patricia Simón.

GALERÍA DE HETERODOXOS/AS

Falo Marcos (Mieres, 1966) podría presumir de conocer de primera mano muchos de los submundos que el Paraíso Natural evita reconocer, si no fuera porque su carácter es la antítesis de la presunción y el postureo. Trabajador social, cronista de la Asturias rebelde a través de Radio Kras, activista y ahora también testigo de la guerra que libramos contra los 80.000 refugiados que la UE mantiene presos en Grecia. Pero, sobre todo, un ejemplo de cómo la lucha por las que algunos consideran causas perdidas consigue, a veces, convertirlas en derechos.

Patricia Simón / Periodista.

Empecemos por su experiencia más reciente, sus dos viajes como voluntario a los campos de refugiados en Grecia. ¿Por qué decide este verano ir hasta allí?

Hace unos años fui con la Charanga Ventolín –a la que pertenezco– y Asturias Laica a conmemorar el 1 de mayo a un campo de refugiados republicanos españoles que habían huido de la Guerra Civil y de la represión franquista, situado en Montauban, cerca de Toulouse. Allí nos encontramos con personas que habían estado presas en él siendo niños y niñas y nos contaron las terribles condiciones en las que habían vivido, a la intemperie y sin mayor asistencia que la que les había prestado alguna gente de los pueblos de alrededor.

Cuando supe lo que estaba pasando en Grecia con los refugiados, recordé cómo hace ochenta años había sido la ciudadanía la que había dado soporte a estas personas y pensé en hacer algo en este sentido. Además está una cuestión ideológica, que es la denuncia de las políticas europeas de cierre de fronteras, más mi militancia en el antimilitarismo. Y esto no deja de ser consecuencia del militarismo. Todo esto me hizo ir allí para ver en qué podía participar, además de hacer difusión de lo que viera.

Una vez en Grecia, intentas no implicarte emocionalmente en exceso, porque conoces cómo funcionan los mecanismos en estas situaciones y sabes que tienes que poner barreras, pero obviamente hay momentos en que se derrumban, sobre todo con los críos, que son muy afectivos y en seguida se te tiran encima. Ahora toca volver a la realidad, a la superficialidad en la que a veces vivimos y es difícil.

¿Como gestionó emocionalmente esta experiencia?

Por mi trabajo, vas echando callo. No puedes perder la perspectiva de dónde estás tú y dónde están ellos, que son las víctimas de un sistema del que somos corresponsables. Pero hay momentos en los que los sentimientos te acongojan, como en los campamentos de Hara y BP, donde la situación es terrible, de mucha pobreza, con los críos sin ganas de nada, ni siquiera de salir de las tiendas de campaña. También tienes que pensar en lo que va a suponer tu partida para las personas con las que estableces mucha relación, especialmente para los críos.

¿Ha notado una evolución en el estado anímico de los refugiados entre su primer viaje en julio y el de septiembre?

En las personas con las que he vuelto a coincidir he visto que han perdido la alegría y energía que tenían. Los rostros son mucho más serios, más cansados. Hay mucha desesperación porque no saben cuándo van a poder salir de allí, mientras las inundaciones son cada vez más habituales, la comida que les entrega el Ejército es terrible. Me decían que se están volviendo locos. Hay gente que se está planteando volver a Siria.

¿Qué cree que no estamos consiguiendo transmitir sobre esta situación en España?

Es muy gráfico cómo los medios de comunicación utilizan estos hechos para que estén muy presentes en un momento dado –como con la foto de Aylan– para hacerlos desaparecer después. Hay una parte que no termino de encajar y es por qué no somos capaces de que haya más reacciones. Me cabrea mucho la hipocresía de los mandatarios, escuchar a Felipe VI diciendo que estamos siendo un ejemplo en nuestra acogida de los refugiados, para enseguida pasar a decir que ahora son ellos los que tienen que asumir los valores de los países de acogida. Este tipo de discursos falsos es lo que mucha gente asume. He intentado darle mucha difusión a esta cuestión en Radio Kras, pero la mayoría de la gente que nos escucha es la que ya está sensibilizada. Es muy difícil llegar a otros públicos.

De todas formas, la labor que están haciendo miles de voluntarios, gastándose su dinero y su tiempo, es mucho mayor que la de grandes organizaciones como ACNUR. Hay gente que está pagando pisos para que los refugiados no tengan que vivir en tiendas de campaña, otros que están llevando comida a la gente que está viviendo en parques y en la calles. Pequeños grupos que se organizan para hacer comida para 200 personas todos los días. Otros montando cines, entregando bicicletas…

Antimilitarismo y feminismo

Decía que estos viajes están también relacionados con su antimilitarismo, con el que se inició en el activismo. ¿Cómo fue?

A los dieciocho años estaba en un grupo ecopacifista de La Calzada, cuando se inició la campaña contra el ingreso en la OTAN. Estudiaba formación profesional de electrónica industrial. El resultado del referéndum me marcó en dos sentidos: por una parte, el hecho de que todo el montaje mediático y del PSOE consiguiera cambiar la opinión mayoritaria de rechazo al ingreso en la OTAN me inició en la visión crítica sobre el papel de los medios de comunicación. Y, por otra parte, afianzó mi ideología antimilitarista.

Es entonces cuando me hago objetor de conciencia y entro en el Grupo de Objeción y No Violencia de Gijón (GONG), que participaba en el movimiento estatal, el MOC. En 1988 montamos –con colectivos como MILIKAKA, el anarquista Bandera Negra y otra gente que iba por libre– la Coordinadora Asturiana por la Insumisión. Empezamos a tener gente presa y nos metimos muy a fondo en la campaña contra la represión y a pedir la abolición del servicio militar. Fueron años de mucha actividad.

Como estábamos en contra de hacer un prestación social sustitutoria a la mili, antes de aprobar la Ley de Objeción de Conciencia, a los 12.000 objetores nos pasaron a una supuesta reserva del servicio sustitutorio, una vía para quitarse de en medio a los que estábamos más concienciados políticamente y enfrentados con el Estado. Así que un grupo amplio mandamos un escrito en el que nos mostrábamos arrepentidos y pedíamos hacer la mili, para que nos llamaran y poder convertirnos así en insumisos para ser cuantos más mejor en la campaña de desobediencia civil. Obviamente, nos ignoraron.

El antimilitarismo es el origen del feminismo moderno, cuando en el siglo XIX las mujeres empiezan a organizarse porque no están dispuestas a parir hijos para que sean asesinados en la guerra. ¿Cómo entra en contacto con el feminismo y cómo ha evolucionado como hombre feminista?

En el Movimiento de Objeción de Conciencia siempre existió una comisión de la mujer. Ahí nos formamos precisamente en experiencias de luchas feministas antimilitaristas, a hablar en femenino, utilizar un lenguaje inclusivo y no sexista… Luego, cuando empecé la carrera de Trabajo Social, de las 84 personas que éramos en el aula, 81 eran mujeres. Casi siempre trabajé con mujeres, pero nunca me gustó ser el hombre enrollado dentro de un grupo de compañeras, sino que mi aspiración siempre fue que me consideren una más. Y eso lo he conseguido. Pero me considero aprendiz del feminismo, porque siempre siento que tengo que profundizar más.

El antimilitarismo siempre lo entendimos como un planteamiento de vida: ecologismo, feminismo, educación para la paz… Y hemos visto cómo algunas de aquellas utopías se han ido normalizando, lo que demuestra que no eran tonterías lo que defendíamos cuando teníamos veinte años. Muchos de los problemas que hay hoy en el mundo se resolverían si no existieran los Ejércitos, ni la industria armamentística –que es una de las mayores barbaridades de la humanidad– ni los lobbies e intereses que hay detrás que provocan situaciones como las que estamos viviendo con los refugiados.

¿Y qué pasó con la electrónica industrial?

Que no me gustaba. A los catorce años no tienes capacidad de discernir qué quieres hacer toda la vida. Pero con veinte años, en 1986, se montó un grupo de parados y paradas en La Calzada, donde conocí a trabajadores sociales. Me interesó, así que tuve que hacer el COU nocturno el mismo año en el que tuvieron lugar las huelgas de enseñanzas medias. Luego, mientras estudiaba la carrera, trabajé en Ensidesa como peón especialista.

¿Y qué aprendió del mundo obrero?

Que aunque los demás no tuvieran razón, había que obedecer. El Comité de Empresa nos dio la bienvenida en un acto en el que nos dijeron que estaban ahí para lo que necesitáramos, pero que si alguien te daba una orden, por absurda o peligrosa que te pareciera, debías cumplirla y luego quejarte en el Comité. En aquellos tiempos, la vida en la fábrica era muy triste, mucha rutina, mucho alcohol.

Pero no duró mucho.

No, un año y medio después me ofrecieron trabajar en Proyecto Hombre en un piso para gente que no tenía familia o apoyo para hacerle seguimiento. Vivía con ellos. Después empecé a trabajar como terapeuta. Estuve doce años, hasta que sentí que no podía dar más.

¿Por qué?

Siempre decíamos que trabajábamos con personas, no apretando tornillos en una fábrica. El trabajo suponía una implicación emocional fuerte y no quería seguir sin energía para aportar, así que lo dejé decidido a no volver a trabajar en lo social. Pero terminé volviendo porque, como dice un amigo, “no sirves para otra cosa”.

Lleva treinta años en la radio comunitaria de Gijón, Radio Kras. ¿Qué le aporta comunicar para que no lo haya dejado en tres décadas?

La radio siempre ha sido el aliciente y la razón fundamental es poder dar voz a personas y movimientos sociales que tienen menos posibilidades de difundir sus ideas y actividades en los medios de comunicación tradicionales. También el que otras personas puedan hacer programas culturales, musicales… Cosas distintas que demuestren nuestro lema, que “Otra comunicación es posible”.

Luego está la magia de la radio, que cualquiera que la haya probado lo sabe. El sueño sería poder dedicar más tiempo a hacer los programas, y no tanto a la gestión de Radio Kras. Sobre todo, porque creo que es necesario vista la carencia de los medios tradicionales.

Volviendo a su faceta como trabajador social, tras Proyecto Hombre, empieza a trabajar con la Asociación Albéniz.

Sí, con un proyecto para jóvenes sin hogar, durante tres años. Y lo dejé también, algo tendría que ver que me iban a hacer fijo. Y después de nuevo con Proyecto Hombre, con menores no acompañados en Mieres, pero no salió bien. Y ahí es cuando vuelvo con Albéniz, al proyecto en el que trabajo desde entonces: un domicilio para madres con hijos en dificultades que la Consejería de Bienestar Social nos hace llegar.

¿Qué es lo que necesitan prioritariamente estas mujeres?

Recursos económicos, porque muchas de las situaciones de negligencias o carencias en la atención a los hijos que se generan vienen dadas por la pobreza en la que están viviendo. Los casos que nos llegan no son de gente rica, siempre son gente pobre, así que por algo será. También requieren un espacio de paz y seguridad porque el hecho de venir a un recurso, porque te dicen que no estás siendo buena madre, no es fácil de aceptar. Y asumir que estás ahí para defender que sí lo eres, independientemente de que tengas cuarenta mil problemas, requiere no tener que estar pensando cómo vas a conseguir el dinero para el alquiler, la comida, y todo lo que arrastran.

Falo Marcos en Radio Kras. Foto / David Vázquez.

“El 15-M continúa”

Fue muy activo en el 15-M de Gijón, donde vive ¿Qué representó para usted?

Una alegría, porque los que llevábamos muchos años en la militancia veíamos que no había una respuesta ciudadana suficiente. Que una eclosión llenara las plazas, y que se organizaran de forma asamblearia, me alegró doblemente porque es el sistema que siempre he defendido, por ser el más justo y real. Que nadie esté por encima de nadie, que nadie represente a nadie. Si hay voluntad se puede demostrar que se puede trabajar así. No tiene que haber un secretario general ni un mandatario, que es lo que se nos intenta inculcar: que se necesita a alguien que mande y a alguien que quiera mandar para que haya enfrentamiento, porque si no la cosa no funciona. Cuando lo guapo es que haya gente que quiera construir cosas conjuntamente. Eso fue lo que intentó por todos los medios el Gobierno cuando las huelgas de enseñanzas medias, que hubiera representantes con los que reunirse. Después de meses lo consiguieron y así se cargaron todo el movimiento. El asamblearismo genera redes informales mucho más difíciles de controlar y de ser absorbidas por el sistema.

Para mí el 15-M continúa. Gente que nos conocimos allí nos juntamos este año para montar la Red VergÜEnza contra las políticas con los refugiados. Esa fue una de las grandezas del 15-M, que sus tentáculos siguen estando en los que decidieron estar en las instituciones, en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), y en otras que a lo mejor retomaron sus propias luchas, pero con otro ánimo. Nos sirvió a todas de revulsivo.

Usted ha conseguido estar en muchos espacios, rompiendo con la dinámica de encasillamiento y endogamia que, a veces, asfixia al activista. ¿Cómo ha conseguido esa heterodoxia sin salir escaldado?

[Se ríe] En cada momento he estado en lo que me parecía más interesante y que no me limitase. Nunca estuve en un partido político, en un sindicato, ni me posicioné con ninguna persona porque fuera de un sector, sino por la idea que estuviera defendiendo. Eso genera cierto respeto y por otra parte ninguneo, porque no eres líder de un sector importante que traer a tu terreno para enfrentarte a otro. Pero, en general, respeto.

Por lo tanto, habrá visto fracasar muchas iniciativas sociales. ¿Cuál cree que es el principal fallo del activismo?

El ego, que lo tenemos todas las personas, porque hacemos las cosas porque estamos convencidas de su necesidad, pero también porque nos sirve para autosatisfacernos. El problema es que hay gente que no tiene límites en su ansia de autosatisfacción. Cuando he estado en espacios donde no se buscaba construir colectivamente, simplemente me he marchado.

El referente del padre

¿Qué personas le han influido más?

Mi padre, que fue electricista, sindicalista y secretario general de la USO muchos años. Me influyó en su forma de apostar por hacer cosas por los demás, su sentido de la militancia, de participación, de estar ahí. Y que para él, ante todo, hubiera que ser honesto, independientemente de los problemas que te pudiera acarrear. También el estar a gusto con uno mismo por lo que estás haciendo, aunque te equivoques, porque lo estás haciendo porque pensabas que era lo justo. Y su lealtad, porque aunque le ofrecieron puestos en otros sindicatos, siempre se mantuvo ahí.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 47, NOVIEMBRE DE 2016

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