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Fernando «el del Paragües»: la atalaya social detrás de la barra

Fernando Lorenzo, en Somines/ Foto Irma Collín
Pocos observatorios sociales mejores en España que los que se ubican
detrás de las barras de los bares. Y pocos chigreros ( dependientes o
dueños de bares en asturiano) tan observadores y lúcidos como Fernando
«El del Paragües», así denominado porque regentó durante muchos años
un pub muy pop en la plaza del mismo nombre en el corazón del casco
viejo de Oviedo, que continúa abierto. Por allí pasaron políticos,
escritores, intelectuales y bohemios, pero pocos tan originales como
el propio Fernando, que se ha jubilado de la hostelería y se ha
trasladado al campo. ATLÁNTICA XXII lo entrevistó en su número 18, en
enero de 2012. La entrevista de Diego Díaz la reproducimos a
continuación.
La transición noctámbula
Fernando Lorenzo (Grao, 1938) no inventó la noche ovetense, pero contribuyó a hacerla mucho más divertida. Más conocido como Fernando “el del Paraguas”, regentó durante dos décadas ese legendario establecimiento del Oviedo Antiguo, que fue punto de encuentro de la bohemia y la progresía local en los primeros años de la democracia. Se trasladó a una aldea de Grao desde 2003, cuando tuvo la mala suerte de que una constructora se fijara en el edificio en el que vivía desde hacía años en Oviedo. Desahuciado por la inmobiliaria, y con una modesta pensión, optó por hacer de la necesidad virtud y realizar el viejo proyecto de un plácido retiro en el campo. En los últimos tiempos ha retomado la poesía y sigue con atención una actualidad política que no le da más que disgustos.

Fernando Lorenzo/Foto de Irma Collín
Diego Díaz
Inauguró El Paraguas con treinta y ocho años, y en plena transición.
Yo era delegado de Seix Barral en Asturias. No se ganaba un duro, pero trabajaba entre libros, me regalaban las novedades y además todos los años me invitaban a un congreso a Barcelona donde conocí a los escritores catalanes de la editorial. Por cierto, hice amistad con muchos de ellos y ninguno era nacionalista excluyente, tipo CiU o Esquerra. Por las noches iba al Oviedo Antiguo a chumar y fumar algún canuto. Alternaba en el Ñeru la Curuxa, el Tigre Juan y otros, y debieron de hacer una encuesta en el Antiguo, porque, cuando a alguien se le ocurrió alquilar una carbonera en la plaza del Paraguas para montar un bar, se empeñaron en que yo era la persona ideal para llevarlo. Al principio me resistí, pero me camelaron bien y me ofrecieron sociedad sin contribuir con un solo duro, así que acepté después de exigir control ambiental absoluto. Enseguida, tras un acuerdo, me quedé solo ante el envite.
¿Fue el hostelero de la gauche divine ovetense?
Es cierto que en El Paraguas predominaba una cierta elite cultural, pero no en exclusiva. Se inauguró el 20 de enero de 1978 y la gente también pasaba por allí a festejar la democracia. Era el bar más pequeño de Europa, pero había mezcolanza de ambientes: bohemios, surrealistas, profesionales, políticos, que tenían allí sus cenáculos… Incluso en ocasiones se acercaban pijos, como del Club de Tenis o así, fascinados porque habían leído la novela de Ricardo Vázquez-Prada Tomar café en Peñalva, donde se decía que en El Paraguas se organizaban orgías de todo tipo. Hombre, se había formado un ambiente que comunicaba, pero no hasta tal punto, nin. Acudía gente no solo de Oviedo, sino también de Asturias, y de fuera, artistas que venían a la ciudad, jurados de los Premios Príncipe, y muchos de los invitados de las charlas de Tribuna Ciudadana, que acompañaban a mi amigo Juan Benito Argüelles.
¿Y qué ritmos sonaban en El Paraguas?
Sinceramente, nunca fue mi fuerte la música al uso. Si hubiera podido habría puesto solo música clásica, que es la que escucho yo, y la que mejor favorece la conversación, pero claro, tenía que poner lo que me pidieran en ese momento: Beatles, Rolling Stones, Supertramp, Dire Straits y otras bandas de culto, teniendo como tope el reggae. Entrada la noche solía poner a Los Panchos, animando a la gente a despedirse bailando…
¿Se ligaba?
Personalmente siempre fui monógamo sucesivo, según me iban descartando. Pero en el bar se formaron muchas relaciones, como en todo el contorno que enmarcaba la Zona. La gente estaba en la calle y había una euforia inusitada desde la muerte del carismático Generalísimo (risas).
¿Cómo era aquel Oviedo Antiguo?
No había un solo ambiente, sino básicamente dos: uno del corte del Tigre Juan, con el recordado Belarmino al frente, que, dentro de la informalidad característica de la Zona, era el más integrado, el más literario, y el del Matías, el Casa María y el Cecchini, que eran más punkies, más rompedores. En 1987 me convencieron para dar el pregón de San Mateo, con Antonio Masip de alcalde, el mejor abrazador del mundo. Pronuncié un discurso muy crítico, pero sin salirme de las fiestas ni del Oviedo Antiguo, y defendí los chiringuitos, que a mí no me daban nada a ganar, pero que habían revitalizado las fiestas de San Mateo, que en aquellos años se hallaban en decadencia. Pero la Asociación de Hostelería estaba en contra de los chiringuitos, manipulaban la ciudad de Oviedo como un grupo de presión de corte corporativo. Comenzaron a lloverme los problemas. Por cierto que esa Asociación, al alimón con Alianza Popular, auspició la entrada en política de Ismael Rey y Gabino de Lorenzo.
¿El Paraguas era un buen negocio?
La edad dorada del Paraguas fue desde su inicio en 1978 hasta el pronunciamiento del pregón. Se hacían unas cajas suculentas, sobre todo a partir de la inauguración de la terraza, con Milio´l del Nido, mi brazo derecho en aquellos años, y luego cuando le volví a llamar para contar cuentos y relanzar el bar, tras un paréntesis obligado por ciertas circunstancias. Con anterioridad había abierto también un restaurante en Lloriana, en la antigua casa del cura. Un sitio relajante. Ahí fue el primer lugar donde pensé retirarme a leer, escribir y llevar una vida tranquila, asentándome en la parte alta de la casona. Sin embargo acabé agobiado y lleno de problemas. La falta de descanso me minó, no podía con todo y no supe elegir, renunciando a la aventura de Lloriana, que hoy muchos recuerdan con nostalgia. La verdad es que yo no era un hombre de negocios y nunca supe manejar los intríngulis empresariales. Ante los acosos de la Policía, que a partir del pregón acudía todas las noches a pedirme papeles que no existían (un día me confesaron que lo hacían obligados por un concejal que de Alianza Popular se había pasado al Grupo Mixto, convirtiéndose en llave del Ayuntamiento), muy estresado, tomé la decisión de delegar, y lo hice en gente inadecuada. A través de una intrincada operación político-judicial, me pusieron en la puta calle.
¿Cómo eran esos “intríngulis empresariales” que tanto le costaba manejar?
El banco no paraba de mandarme cartas y yo les decía que si me mandaban cartas no las abría, que si las abría no las leía, y que si las leía no las entendía. Y decían, ¿pero es que tú no sabes sumar? Es una patología que reconozco, como la de esa gente que no puede subir a un avión o al ascensor. Siempre he lamentado que mi madre no me pariese con secretario adjunto. Yo ni con ordenador me ordeno. Ahora echo de menos el dinero, pero no para comprarme joyas o correrme juergas, probe de mí, sino para ganar tiempo. Siempre pienso en lo que decía Pasolini: no le tengo miedo a la pobreza, sólo a la miseria.
Psicópatas de cuello blanco
Sostiene que vivimos en un mundo gobernado por psicópatas. ¿Tan mal estamos?
Tan así lo creo que uno de mis poemarios publicables llevará el título de Psicopatocracia. ¿Es comprensible un mundo en que hay millones de personas viviendo con un euro diario, bebiendo de charcas y muriéndose de inanición, mientras grandes fortunas se concentran en contadas manos? Desde la globalización esta ignominia se aproxima a nuestro estulto modelo de vida. Si en cada biblioteca de casa, mejor, en cada mesita de noche, hubiese un libro que explicase cómo reconocer a un psicópata, la sociedad estaría menos indefensa. No me refiero a los psicópatas que asesinan gente y la guardan troceada en el congelador, o la encierran en el sótano de casa para cometer abusos sexuales dantescos. No hablo de ese tipo de psicópatas evidentes, reflejados en El Silencio de los Corderos, que también existen. Los psicópatas socialmente más peligrosos son los de cuello blanco, los integrados, los que es difícil reconocer, enmascarados en hipócritas capas de fingimiento e incluso en sofisticada cortesía. Suelen refugiarse en la política, en las finanzas, en la vida judicial, en todos los reductos del poder, son gentes -un 3% de la población- sin escrúpulos ni conciencia, que aprovechan todos los resortes a su alcance para dañar. Hay quien dice que son inteligentes, pero yo creo que solo son astutos, porque la inteligencia, si no cursa con bondad, es otra cosa.
¿Y entonces cómo se les puede reconocer?
Te encontrarás con psicópatas que parecen angelinos, esa es una de sus características, artistas de la simulación. Que incluso te invitan a un vasu y te apuñalan por la espalda. Hay mucha variedad de psicópatas. Su denominador común es que no tienen empatía, ni escrúpulos, son megalómanos revestidos de falsa humildad, cosifican a la gente y nunca se arrepienten de lo que hacen, por muy monstruoso que sea. Pueden ser muy seductores y embaucar a sus víctimas, que somos casi todos. Pero he descubierto otra casta aún más horrible. Me refiero a los llamados intelectuales orgánicos, de cualquier signo, cómplices que maniobran en el sitio oculto donde se cuecen todas las maldades.
¿Los intelectuales de El País?
El grupo PRISA es un claro ejemplo de empresa psicopática. Mientras gobernó Felipe González los que dirigían el cotarro nacional eran Jesús Polanco, Javier Pradera y Cebrián, y el PSOE su siervo. Por El País circularon plumas ilustres, es verdad, imprescindibles en el decorado, pero todo se acababa ajustando a intereses mezquinos, entreteniendo los problemas reales o distorsionándolos. Echo de menos Teleasturias, donde había un director de contenidos, Alfonso Suárez, que garantizaba libertad sin trabas. Desgraciadamente el hoy senador, qué escarnio, otro que tal baila, Tini Areces, nos hurtó esa libertad, para dársela a Polanco, el liberticida, con la desaparecida Localia.
¿Felipe González encaja en su definición de psicópata?
¿El diseñador de joyas, conferenciante y conseguidor del hombre más rico del mundo? ¿José Luis Rodríguez Zapatero, supervisor de nubes y malversador de fondos públicos y otras vilezas? Éste se lo montó con Roures y Milikito. El más paradigmático es Garzón, que tiene seducida a la progresía, pero al que lo único que le preocupa es el dinero y ganar el premio Nobel de la Paz (ya tenía la plataforma petitoria organizada), aunque, dado el currículum acumulado, ya lo tiene muy jodido. Es un gran protagonista de lo poco que queda del Estado de Derecho.
¿Decepcionado con los socialistas?
En la cúpula del PSOE no se vislumbra socialista alguno. Les voté en 1982 para que no saliese la derecha, y recuerdo haber llorado cuando Miterrand perdió las elecciones ante Giscard d’Estaing en 1974. Yo era así de de ingenuo entonces.
¿Y el último PSOE?
Una banda de buenistas que en el fondo son más malos que Dios.
Por cierto, ¿cree en Dios?
Soy agnóstico y no piso la Iglesia más que cuando voy a un funeral. A veces ni eso, porque, siguiendo una fea costumbre muy arraigada, me quedo en la puerta charlando con los amigos que están echando un pitu, pero en verdad me siento cristiano, al menos filosóficamente hablando, aunque también he de reconocer que sin siquiera proponérmelo albergo ilusiones metafísicas. Sí, creo que soy más cristiano que otra cosa.
¿Es usted un anarquista?
Lo llegué a pensar. Me preguntaba, bueno, como no soy comunista ni fascista, ¿seré anarquista? Y en esto viene Federica Montseny a dar un mitin a la Plaza de Toros de Oviedo, organizado por la CNT. Debía ser en 1977 o así. Fui a verla todo ilusionado, imagínate, acercarme a un auténtico mito viviente. Pensaba: esto por fin va a ser lo mío, y resulta que me agarré una decepción enorme al ver llegar a todo el lumpen a la plaza, a los “perroflautas” de la época. Y que no se me entienda mal, porque son muy queridos y comprendidos por mí, pero me di cuenta que con estos santos no se podía vencer al fascismo, ni se podía cambiar un país. De aquella leí un opúsculo de Fernando Savater donde se diferenciaba anarquía, que respondería al espíritu libre que cuestiona todo el despotismo que se refugia en el poder, y el anarquismo, que es una ideología política más. Así que yo estoy más por la anarquía que por el anarquismo.
¿Y qué tal la vida en Somines?
Mi vida transcurre entre Somines y Nalió, dos aldeas tranquilas y preciosas, donde he sido muy bien acogido, pero está muy mediatizada por mis problemas de salud y las grandes dificultades para navegar por Internet. Pensaba que viniendo a vivir a este paraíso, dejando de beber y de fumar, mejoraría de mis achaques, pero no resultó tan sencillo. Parece como que el cuerpo me pasara factura de golpe. Ahora, después de controlar la hipertensión y haber sido operado de la vesícula, estoy visitando al nutricionista para cambiar los hábitos alimenticios, porque había cosas que me sentaban fatal e ignoraba de dónde procedía tanto malestar. Si mi organismo mejora como parece y la vida me ofrece unos añinos más, espero publicar mis poemas, o dejarlos preparados para que alguien lo haga por mí después de muerto. Antes se me consideraba un poeta ágrafo, ahora solo soy inédito, aunque desde hace un par de meses se empeñaron en publicarme poemas satíricos en una web, Periodista Digital. Como mis aspiraciones y necesidades se reducen a la higiene de mi vida interior, siento que mis fracasos materiales abonan la etapa más importante de mi paso por este maltratado planeta. ¿Habrá algo después?
…………………………………………………………… Psocialismo, de Fernando LorenzoP
Que le pongan otro nombre
a eso que llaman Partido,
en realidad oficina
de colocación, y asilo
de impostores que unas siglas
succionaron con derribo
de sustancia, si es que hubo
antes de final de siglo.
S
Socialista, gran palabra
privada de contenido,
parapeto en que se encubre
un atroz capitalismo,
engendro que se agazapa
al acecho y buen abrigo,
embozado en la bicoca
que le ofrece el travestismo.
O
Obrero, lo que se dice
obrero… más bien ludibrio,
burla, mofa, escarnio, fraude,
retroceso en el camino
que parecía alumbrar
la era del progresismo.
No es obrerista ni es nada
este entuerto advenedizo.
E
Y Español… ¿dónde está España?
Rota por nacionalismos
gobernados a sus anchas
por virreyes al estilo
del que finge en La Moncloa
recomponer los añicos.
Este simulacro abstruso
no es Español… ni es Partido.

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