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Fuera políticos de la política
Luis Feás Costilla / Periodista. Hay que empezar a preguntarse si para cambiarlo todo no habría que ir más allá de Podemos, que, a pesar de ser un partido de nuevo cuño que recoge sin apropiárselas bastantes de las aspiraciones del 15-M, ya nació con muchos de los defectos y contradicciones de la vieja política: promovido desde arriba por una élite de profesores de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, tiene un líder mediático, Pablo Iglesias, una confesada relación con el chavismo venezolano (que no debería ser modelo para nadie) y una trasnochada obsesión por situarse en el espectro ideológico, debido seguramente al poder que tiene en su seno Izquierda Anticapitalista. Por eso en sus mítines sonaba el Hasta siempre, Comandante de Carlos Puebla en vez de Nacho Vegas o los grupos de la Fundación Robo.
En su vertiginosa carrera, que lo ha convertido en la sorpresa de las pasadas elecciones europeas y en la esperanza de tanta gente, se aprecia un esfuerzo por hacer cada vez más transversal su discurso y distanciarse claramente de los partidos políticos tradicionales, sobre todo en lo que respecta a sus métodos de participación y democracia interna, pero en la búsqueda de una mayor eficacia parece condenado a repetir los esquemas jerárquicos de las organizaciones que tanto detesta. Les pasó lo mismo a los Verdes alemanes, que tuvieron que solventar las diferencias entre fundis y realos con el triunfo de estos últimos: Joschka Fischer, vicecanciller y ministro de Asuntos Exteriores. La irrupción de Podemos ha tenido efectos claramente revulsivos en la política española, pero su opción de constituirse como partido político -aunque sea “por imperativo legal” y sin carnés ni militantes, solo círculos- y la evidente ambición de gobernar de sus dirigentes no le van a ahorrar sufrimientos ni van a impedir que tenga que enfrentarse a las situaciones más desagradables. Por muchas simpatías que nos despierte.
Epicuro decía que “el sabio no se meterá en política”. Para Max Weber, “la singularidad de todos los problemas éticos de la política está determinada sola y exclusivamente por su medio específico, la violencia legítima en manos de las asociaciones humanas. Quien de cualquier modo pacte con este medio y para cualquier fin que lo haga, y esto es lo que todo político hace, está condenado a sufrir sus consecuencias específicas”. Y Robert Michels estableció, en referencia al partido socialdemócrata alemán, que era el suyo, lo que se denominaría la ley de hierro de los partidos políticos: “Quien dice organización, dice oligarquía”. Estas tres fundadas opiniones expresan a la perfección las dificultades de hacer una política sabia sin tener que lidiar con la violencia y sin llegar a convertirse en “casta”, esa minoría que todo lo decide en beneficio de sí misma, excluyendo a los demás y sin que le tiemble la mano a la hora de tomar resoluciones injustas. ¿O acaso no son también “casta” Maduro, Capriles, Correa y compañía?
Irrupción democrática
Sin embargo, no hay que desesperar ni tirar la toalla, porque sí que existe una manera más limpia y sana de hacer política y en España nos la enseñó con claridad el Movimiento 15-M: la que se hace desde fuera de los partidos políticos. Por eso hay que ver como más acorde quizá al espíritu de los indignados la recién aparecida plataforma Guanyem Barcelona (Ganemos Barcelona), promovida por Ada Colau, hasta hace nada portavoz principal de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que ya había mostrado el camino a seguir para cambiar las cosas desde abajo: la iniciativa legislativa popular. El rechazo sin contemplaciones a la que presentaron en el Congreso de los Diputados ha hecho que una treintena de personas del mundo académico, social, vecinal y de la cultura barcelonesa se hayan animado a presentar una candidatura que pretende “recuperar la democracia” y romper “el actual régimen político y económico”.
La voluntad de Guanyem Barcelona no es en ningún caso una alianza electoral entre partidos, sino constituir una verdadera candidatura ciudadana, que implique a amplios sectores de la sociedad. Guanyem trabaja para abrir el proceso a la mayor participación ciudadana posible para construir una opción electoral “de confluencia, con vocación ganadora, de mayorías”, una candidatura “que entusiasme, que tenga presencia en los barrios, en los lugares de trabajo, en el mundo de la cultura, y nos permita transformar las instituciones en beneficio de la gente”, explican en su manifiesto. No quieren formar, y esto es nuevo, ningún partido político, “ni una coalición ni una mera sopa de letras”, sino “rehuir las viejas lógicas” y “construir nuevos espacios que, respetando la identidad de cada uno, vayan más allá de la suma aritmética de las partes que los integran”. Así se entiende que Ada Colau se negara a formar parte de Podemos, al que ha invitado a integrarse en su proyecto.
Su propósito, exportable, sería, más que gobernar, cambiar el sistema desde las bases, comenzando por los Ayuntamientos, para lo que es fundamental conectar con sectores populares indignados con la corrupción y la “gestión oligárquica de la crisis” pero que no se sienten identificados ni con la tradición, los símbolos ni el lenguaje de las izquierdas, como bien señaló en su momento el joven politólogo Iñigo Errejón, luego jefe de campaña de Podemos (véase ATLÁNTICA XXII Nº 29, noviembre de 2013). En España no se espera ninguna Syriza porque IU también es parte de “la casta” y ya tenemos, desde el 15-M, un estricto programa electoral que apoya el 80% de la población y que tiene como objetivo prioritario, precisamente, a los propios partidos políticos (lucha contra la corrupción política y económica, limite de mandatos, sueldos, privilegios), así como a los desahucios. A los que hay que desalojar es a los políticos profesionales, echarles de la banca, las grandes corporaciones, la sanidad, la educación, la cultura e, incluso, de la misma política, para que defiendan de una vez por todas el bien común y los intereses generales. Lo que se impone es una irrupción democrática que establezca con rotundidad en las urnas estos cambios y se retire sigilosamente como las mareas.
Solo así, cambiando radicalmente las reglas de juego, pero sin dejarse enredar por ellas, se podrían aceptar las esperanzadoras palabras con las que el pesimista Max Weber concluía su discurso sobre La política como vocación, al señalar que “la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para lo que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez. Pero para ser capaz de hacer esto no solo hay que ser un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible. Solo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le ofrece; solo quien frente a todo esto es capaz de responder con un ‘sin embargo’, solo un hombre de esta forma construido, tiene ‘vocación’ para la política”.

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