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Atlántica XXII

Hambre, derroche y economía irracional

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Hambre, derroche y economía irracional

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Fotografía de Maxi Tachas

Fernando Romero/ Periodista

La mitad de los alimentos que se producen en todo el mundo, equivalente a 2.000 millones de toneladas, va a la basura, según un informe del Instituto de Ingenieros Mecánicos. Desde Malthus, los conservadores de todas las escuelas han venido sosteniendo que la miseria no es debida al reparto injusto de la riqueza sino a la limitación de la producción o a la insuficiencia de la industria humana. Esta teoría hace años que ha sido también asumida por la socialdemocracia. Pero ya vemos que no es cierto.

El director de energía y medioambiente del mencionado instituto, Tim Fox, dice que la cantidad de comida desperdiciada en todo el mundo es asombrosa y que podría ser utilizada para alimentar a una creciente población mundial, así como a los que hoy pasan hambre. Pero además, añade, es un innecesario desperdicio de tierra, agua y recursos energéticos utilizados en la producción, proceso y distribución de los alimentos. A este derroche hay que sumarle  los 500.000 millones de metros cúbicos de agua que es utilizada para cultivos que nunca llegan a consumirse. La ONU estima que para el año 2075 habrá 3.000 millones de personas más que habrá que alimentar en el mundo debido a que la población llegará a los 9.500 millones.

Hace cien años  Errico Malatesta escribía esto: “La competencia que se hacen los capitalistas y la ignorancia de cada uno sobre la cantidad de productos que los demás pueden arrojar sobre el mercado en un momento dado, el espíritu de especulación, la sed de ganancia, y las falaces previsiones pueden engendrar y muy menudo engendran, sobre todo en la industria manufacturera, cuyo poder productivo es el más elástico, una considerable diferencia entre la oferta y la demanda; pero entonces no tarda en producirse la crisis, la suspensión del trabajo viene a restablecer el equilibrio y, en fin de cuentas, no se produce sino lo que se consume. El consumo regula la producción y no al contrario”.

El brillante y tan ajustado a la realidad análisis del pensador italiano parece escrito en nuestros días. Y es que, en el fondo, el modelo económico sigue siendo el mismo y se basa en lo que se ha denominado la sociedad de consumo, en donde todo el potencial económico de los países se vuelca en la producción de mercancías innecesarias. Pero cuando lo que se produce es un bien de necesidad, como el alimento, se hace de manera irracional y se prefiere tirar a distribuir porque lo importante no es satisfacer las necesidades de la población sino la ganancia del empresario, y cuando digo empresario hablo también del Estado.

¿Falla entonces la producción? ¿No hay recursos para todos? No. Lo que falla es la distribución de la riqueza, algo que es evidente desde hace muchos años pero los que los poderes económicos y políticos no quieren ver porque el capitalismo no tiene interés en desarrollar la producción más allá de cierto límite. El truco es muy viejo, se trata de mantener la carestía relativa. Aumenta la producción mientras aumentan sus beneficios, pero en cuanto detecta que para vender hay que rebajar el precio y que la abundancia engendraría una disminución del beneficio, detiene la producción y, como en el caso citado, destruye una parte de los productos disponibles para que aumente el valor de la parte restante, no vaya a ser que alguien se aproveche.

 

 

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