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Atlántica XXII

Homenaje a Catalunya

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Homenaje a Catalunya

Diego DíazDiego Díaz / Catalunya es un sensor. Si hay problemas en España es allí donde primero saltan las alarmas. Así lo fue en el 98, tras la pérdida de Cuba y Filipinas, origen del movimiento catalanista. También en la crisis de la Restauración, en 1917, cuando confluyeron en Barcelona las protestas de la burguesía regionalista, del movimiento obrero y de las clases medias republicanas. Catalunya fue vanguardia en la lucha por la libertades democráticas y la autonomía, ambas siempre inseparables, en los estertores de la dictadura de Primo de Rivera y lo volvió a ser en el tardofranquismo y la Transición. Ni la República del 14 de abril de 1931 ni el Estado de las Autonomías son comprensibles sin la aportación catalana. Hoy Catalunya vuelve a ser el epicentro del terremoto político que sacude los cimientos del Régimen del 78. Las movilizaciones del 15-M fueron tan importantes en Barcelona como en Madrid, incluso aún más, porque de la mano de CiU la tijera del gasto social llegó antes a Catalunya que al resto de España. Solo la enorme habilidad de Artur Mas para explotar en su beneficio las pasiones patrióticas catalanas, unida a la extrema torpeza del PP y su agit-prop para manejar la pluralidad nacional española, permitieron la resurrección de quien era un cadáver político en el momento más alto de las protestas contra los recortes y las políticas económicas a favor de los ricos.

En comparación con algo tan cutre y casposo como el poder político y judicial español, un villano neoliberal como Artur Mas puede terminar pareciendo un héroe democrático. Sin embargo, las cosas podrían cambiar con una España que no esté en manos de fundamentalistas del nacionalismo español más paranoico, de los que creen que los catalanes hablan en su lengua solo por joder. Catalunya no ha sido nunca mayoritariamente independentista, sí en cambio abrumadoramente anticentralista y antinacionalista española. La mayoría de catalanes y catalanas no tienen problema en ser españoles siempre y cuando se les deje serlo a su manera. La mejor prueba de ese rechazo a todo lo que huela a centralismo madrileño es el fracaso de UPyD en Catalunya, frente al éxito de un producto anticatalanista, pero al mismo tiempo 100% catalán, como Ciudadanos. Es decir, ni siquiera los que más rechazan el nacionalismo catalán están dispuestos a renunciar a su Autonomía y dejarse gobernar sumisamente por Madrid. ¿Se imaginan a Albert Rivera yendo a negociar pactos postelectorales de la manita de Rosa Díez, como aquí en cambio veíamos a Ignacio Prendes en la Xunta asturiana? Catalunya es un territorio demasiado grande y demasiado denso, social, cultural y políticamente, como para aceptar el mismo nivel de autonomía que la mayoría de las Comunidades Autónomas españolas. Es una cuestión que tiene que ver con la historia y con el tamaño.

Decía Lluis Llach que el independentismo en Catalunya y Podemos en España eran dos expresiones distintas  de un mismo cabreo. La posición de quienes queremos una España distinta, republicana y no sometida a la Troika, por ejemplo, no puede ser alinearnos con el bando del NO, el de Rajoy y Pedro Sánchez, sino apoyar el derecho democrático a decidir y tejer complicidades para que la Catalunya progresista se transforme en un aliado del cambio social y político en España. Hacer converger el malestar catalán y el malestar español, construir un sentimiento común de solidaridad frente al expolio, en lugar de aislarnos y enfrentarnos, como buscan los gobernantes de uno y otro lado del Ebro, es vital para que aquí pueda pasar algo. El cambio en Catalunya necesita a España. El cambio en España todavía mucho más a Catalunya.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 40, SEPTIEMBRE DE 2015

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