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IU y la casta

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IU y la casta

Xuan CándanoXuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

Que la democracia española tiene una deuda con el PCE lo tengo comprobado personalmente, porque probablemente si no fuera por ese partido no estaría escribiendo ahora de su papel en la historia reciente de España.

Recién muerto Franco, yo y otros muchos imberbes aspirantes a periodistas entramos en la Facultad, que nos daba con la puerta en las narices para admitir solo a doscientos enchufados, gracias a una pareja legendaria de comunistas liberados en Ciencias de la Información, que nos enseñaron el arte de la movilización progresiva que tanto contribuyó a abrir rendijas por las que se colaba la democracia.

No por tópico es innecesario recordar que los comunistas mantuvieron casi en solitario la oposición a la dictadura, aunque aquel partido, bien organizado y con excelentes cuadros, no tuvo por ello recompensa alguna cuando llegó la democracia. Es cierto que pagaron el error de pasear por un país aún con el miedo a la libertad a aquella gerontocracia que copó las listas electorales, con Santiago Carrillo en Madrid y Pasionaria en Asturias de cabezas de cartel, pero los resultados de 1977 fueron injustos con el PCE, que nunca se llegó a recuperar de aquel mazazo.

Confieso que me pregunté muchas veces cómo sería de distinta ahora España si entonces hubiera habido el “sorpasso” que se preveía y la correlación de fuerzas en la izquierda fuese en todos estos años la contraria, con los socialistas de aliados menores, no siempre necesarios, de los comunistas. Creo que ahora tengo la respuesta.

Tras el golpe del 77 comenzó para los comunistas españoles una larga travesía del desierto que aún no tiene fin, aunque parece próximo. Decepcionados, muchos abandonaron la militancia, los más oportunistas recalaron en el PSOE y algunos de los que quedaron se dedicaron al deporte favorito de muchos comunistas, que es devorarse unos a otros con verdadero entusiasmo. Hay que reconocer que en esto del cainismo nadie más español que los comunistas, porque lo de los garrotazos goyescos está en el ADN nacional y en el partido de los de la hoz y el martillo.

Oportunidades para la resurrección no les faltaron, sobre todo con la fundación de Izquierda Unida tras las movilizaciones contra la entrada en la OTAN. El padre de la criatura, Gerardo Iglesias, ideó una organización moderna que superaba a los partidos políticos clásicos, incluido el PCE, para el que se proponía la disolución.

Pero Gerardo Iglesias no sobrevivió a una de las clásicas operaciones internas de acoso y derribo, y regresó a Asturias para volver a la mina. De lo que consideró en su día una segunda defenestración interna en su propia tierra culpa sobre todo a Gaspar Llamazares.

El proyecto original de IU se fue diluyendo hasta convertirse en un partido convencional, controlado por los comunistas, y acabó siendo un apéndice del PSOE allí donde era necesario para garantizar Gobiernos socialistas, como en Asturias.

El último gran error de IU, una organización más del sistema de partidos, con su legión de liberados y su burocracia, fue en vísperas de las elecciones europeas de 2014, cuando sus dirigentes no fueron capaces de vislumbrar la fulgurante irrupción de Podemos y no quisieron confluir en una candidatura con los de Pablo Iglesias. Gaspar Llamazares era uno de los escépticos con Podemos, porque no les veía implantación territorial.

Que aquel fue el último tren al que no se supo subir IU para conectar de nuevo con una cultura política emergente y con generaciones jóvenes que ya no soportan a los viejos y corruptos partidos, a sus liberados, a los políticos profesionales y al desprecio a la meritocracia que representan sus prácticas, parece evidente.

La coalición se desangra día a día y los pésimos resultados electorales de mayo la sitúan al borde del colapso, con la excepción de Asturias, donde el éxito de Gaspar Llamazares resistiendo con sus cinco diputados convierte a la organización asturiana en el último bastión del partido.

Pero, aunque sea por ese aislamiento, resulta difícil entender las causas por las que Llamazares se comporta ahora como un obrero veterano que no soporta la irrupción de unos jóvenes y osados aprendices dispuestos a comerse en mundo, porque interpreta que es a él a quien van a devorar primero.

Defendiendo los sueldos y los privilegios de políticos profesionales y partidos, con más ardor que populares y socialistas, Llamazares se ha mostrado públicamente como el más representativo de los miembros de la casta política asturiana, que resiste el asedio de la calle como los comunistas resistieron al franquismo.

Llamazares fue de los pocos políticos lúcidos que percibió el cambio que llegaba con el 15-M, cuando dijo que los había vuelto viejos de golpe. Pero se ve que no tomó nota. Verlo ahora entregado al PSOE y a su inmovilismo resulta penoso en relación a las glorias pasadas de un partido histórico que ahora se asoma al abismo.

Evidentemente la historia no hubiera cambiado si los españoles hubieran sido más generosos con los comunistas.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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