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Atlántica XXII

Javier Fernández ye un mozu bien formal

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Javier Fernández ye un mozu bien formal

Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

Decía ZP que el PSOE era el partido que más se parecía a España y tenía razón. A la España de la Transición, a la que heredó los miedos de una dictadura que dejó huellas en la sociedad que la consintió con su silencio.

Pero la sociedad española ha cambiado tanto que ahora de lo que podría presumir Javier Fernández es de parecerse al PSOE como nadie.

Javier Fernández viene de una familia de tanta tradición socialista que está emparentado con Llaneza, pero se afilió al PSOE en 1987 (o en 1984, según la biografía que se consulte), cuando el partido ya era una inmensa maquinaria de poder, muy tentadora para profesionales como él y para la legión de vividores que empezaron en esa época a convertirse en profesionales de la política.

Cuando muchos universitarios se enfrentaban al franquismo, padeciendo represión o encarcelamientos, y quien esto escribe publicaba su primer artículo en Renovación, el histórico órgano de las Juventudes Socialistas, dirigido por un compañero de la Facultad, Javier Fernández debía de andar con su loden verde por la elitista Escuela de Minas, ajeno al movimiento estudiantil y a cualquier actividad política, aunque tampoco se puede decir que fuera un alumno destacado. Era un chaval que no se metía en líos.

Le costó trabajo acabar la carrera académica, que sigue siendo un hueso en la Universidad, pero en la política, que parece interesarle mucho más, dada su escasa trayectoria profesional, no ha parado de ascender, aunque la última parada es más bien un descenso al infierno del cisma socialista.

Se inició en la escuela somática de la mano de José Ángel Fernández Villa. Luego mató a su padre político de un cruel tajazo en cuanto se conoció que metía la mano en el cajón, pero de aquella cultura somática –disciplina, falta de democracia interna, opacidad, verticalidad, sectarismo, clientelismo, proteccionismo y chantaje emocional a los propios y persecución a los ajenos– no se ha desprendido nunca.

Fue director general de Minas y consejero de Industria cuando la trama carbonera, ese inmenso caso de corrupción impune, estaba en pleno apogeo. Su ascensión política siguió los pasos de su superior, Víctor Zapico, uno de los que chupan banquillo en el corazón de la trama carbonera, el Caso La Camocha. Nunca denunció ni hizo público nada de lo que sabía, aunque facilitó documentación a Antón Saavedra para que lo hiciera por él. Ver, oír, callar y cobrar era el lema en aquellos tiempos de esplendor para el PSOE y para los bolsillos de tanto desaprensivo.

El resto es más conocido. Pacificó la FSA cuando villistas y arecistas se pelearon por la pasta de Cajastur, disfruta de la presidencia del Principado, donde se ha atrincherado como en una prisión de lujo, y ahora ha subido a los cielos de Madrid, donde tiene encantada a la derecha y al poder mediático, que vienen a ser lo mismo.

No es de extrañar. Tan moderado que parece un conservador de libro, prudente como un cardenal en unos tiempos que piden audacia, recalcitrante nacionalista español, más que jacobino viejo, Javier Fernández es un señor muy serio y muy antiguo que vive en un chalet de Somió y parece el hijo ideal para cualquier madre, al menos para las que solo aspiran a tener “un mozu tan formal”.

Según el canon que le forjaron con éxito sus asesores, es un lector voraz, pero es difícil saber dónde saca el tiempo para leer un político tan ocupado que preside el PSOE, la FSA y Asturias, por ese orden. A no ser que se dedique a leer en ese despacho en el que está enclaustrado, donde se ocupa de España, de su partido y de Asturias al mismo tiempo. Para que luego lo llamen vago, cuando es un ajetreado pluriempleado al servicio de las más altas misiones de Estado.

El PSOE tiene difícil remedio porque es un partido de cargos públicos como Javier Fernández, con militantes que se hacen ahora oír tarde, porque nunca levantaron la voz ante las bochornosas concesiones a los grandes poderes de sus Gobiernos y sus dirigentes; y con votantes viejos y moderados, los más veteranos procedentes de aquellas clases medias silenciosas durante el franquismo, que fueron quienes le regalaron la gran oportunidad perdida de 1982.

Tanto ha cambiado la sociedad desde entonces que, de los tres grandes vértices de la Transición, solo la Monarquía entendió el mensaje del 15-M y se supo renovar a tiempo, garantizando su continuidad, al menos a medio plazo. Los otros dos, el grupo PRISA y el PSOE, tan vinculados, siguen anclados a las cadenas del Régimen del 78 y ya no reconocen a España. Algo inevitablemente recíproco, porque los ciudadanos se reconocen cada vez menos en ellos.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 47, NOVIEMBRE DE 2016

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